Desentrañar los huracanes, el gran desafío para la ciencia

El cambio climático y la urbanización imponen nuevas variables para su análisis. Calculan que, por un grado de aumento en la temperatura del océano, aumenta 5% la velocidad del viento

Se dice que John Winthrop se convirtió en la primera persona en medir científicamente un huracán. Lo hizo en 1743 cuando recopiló información sobre las mareas y la presión de una tormenta que atravesó el noreste de Estados Unidos. A principios del siglo XIX, Luke Howard y Francis Beaufort, introdujeron sus sistemas de clasificación de nubes y de la fuerza del viento. Toda esta información fue retomada por Vilhelm Friman Koren Bjerknes (1862-1951) conocido como “el padre de la Meteorología Moderna” por su importante salto cualitativo en la predicción meteorológica.

La historia de la meteorología y los huracanes está relacionada con la evolución de la ciencia para comprender la atmósfera y los fenómenos que ocurren en ella. Las contribuciones de muchos científicos fueron armando el rompecabezas con el que se busca estudiar el nacimiento, trayectoria e impacto de estos fenómenos naturales.

México recibe de cuatro a cinco huracanes en promedio cada año, según el Servicio Meteorológico Nacional. Nos queda más de un mes para que finalice la temporada y aún falta por recibir a Nadine, Oscar, Patty, Rafael, Sara, Tony, Valerie y William. Nuevos términos y proyecciones se han ido añadiendo al glosario básico meteorológico. Si bien existen nuevas herramientas para calcular el impacto de las tormentas más grandes, aún hay fenómenos de origen e impacto poco claro.

Los huracanes son tormentas muy violentas. El término científico es ciclón tropical, sólo los que se forman sobre el Océano Atlántico y el Océano Pacífico oriental se llaman “huracanes”. Usan el aire cálido y húmedo como combustible. Por eso se forman sólo sobre océanos de agua templada, cerca del Ecuador. Cuando el aire cálido y húmedo se eleva y se enfría, el agua en el aire forma nubes. Es así que se crea todo un sistema de nubes y aire que gira y crece, alimentado por el calor del océano y el agua que se evapora de la superficie.

Cuando los vientos alcanzan 39 mph se le denomina “tormenta tropical”, y cuando alcanzan 74 mph, se considera oficialmente que es un “ciclón tropical” o huracán. Los ciclones tropicales por lo general se debilitan cuando tocan tierra, porque ya no se pueden “alimentar” de la energía proveniente de los océanos templados; sin embargo, a menudo avanzan bastante tierra adentro causando mucho daño por la lluvia y el viento antes de desaparecer por completo.

Cazando huracanes

Además de la información acumulada durante siglos para reconocer este tipo de fenómenos climatológicos, hoy en día la tecnología es una aliada indiscutible. De acuerdo con la NASA, trazar la ruta de un huracán depende de la precisión con la que se predicen los vientos en modelos computarizados, alimentados principalmente por la información de los satélites climatológicos que con sus imágenes y otros datos obtenidos por sus sensores ofrecen un monitoreo constante de los fenómenos naturales.

En los últimos 20 años, predecir la trayectoria de un huracán se ha vuelto una tarea relativamente más sencilla. Especialistas como Robert Rogers, meteorólogo de la División de Investigación de Huracanes de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) en Miami, Florida, señala que se han logrado estudiar mucho mejor las corrientes de aire a gran escala, lo que ayuda a determinar la dirección de las tormentas en la atmósfera.

Las tormentas pierden combustible cuando se desplazan sobre aguas más frías o sobre tierra. Por otra parte, los vientos atmosféricos inconsistentes también pueden frenar la intensidad. Cuando la velocidad del viento varía con la altura, se produce lo que se conoce como cizalladura: el aire seco invade el núcleo del huracán, lo que altera la tormenta como si se arrojara agua sobre fuego. Esto es solo un ejemplo de lo que los especialistas han logrado determinar con mejores cálculos sobre las corrientes de aire.

Los científicos cuentan ahora con muchas herramientas para hacer estas evaluaciones y recopilar datos sobre otra serie de variables que pueden incorporarse a los modelos meteorológicos para ayudar a estimar cuándo se intensificará un huracán. Por ejemplo, las aeronaves pilotadas y robóticas que los especialistas vuelan en las tormentas ayudan a revelar los procesos físicos más amplios que están en juego; sin embargo, existen muchos otros factores que aún falta desentrañar para mejorar los algoritmos.

Informes del Departamento de Ciencias Atmosféricas del Instituto Tecnológico de Massachusetts en Cambridge, describen a los huracanes como complejos motores de calor rotatorios masivos, alimentados por una combinación favorable de agua oceánica cálida, aire húmedo y vientos atmosféricos constantes. La física subyacente en esta relación se construye con muchas variables que afectan los tres elementos determinantes de los huracanes.

Los científicos tratan de analizar con mayor detalle los microprocesos a escala más fina que también determinan la rapidez con la que se intensificará un huracán, pues todo lo que sucede dentro de un fenómeno de este tipo, desde la formación de gotas de lluvia o partículas de hielo, hasta la formación de tormentas eléctricas, pueden afectar la intensidad de un huracán, pero son procesos de complejo modelaje.

Se desarrollan más herramientas capaces de evaluar la formación de un huracán de “punta a punta”, pues además de lo que sucede en la atmósfera, también están estudiando su gestación en el océano, desarrollando sondas y sumergibles con flotadores que cargan instrumentos para monitorear la columna de agua durante los huracanes.

Retos científicos

Otro de los principales retos es saber más sobre una zona crucial donde se integran el océano y la atmósfera, pues según ha señalado Kerry Emanuel, meteorólogo del Instituto Tecnológico de Massachusetts en Cambridge, la mayor parte del flujo de calor de un huracán se produce en esta capa de transición, donde el agua y el aire se mezclan formando una especie de emulsión y cuyas condiciones son difíciles de reproducir en un laboratorio.

Los científicos también consideran al cambio climático en las variables que complican más las predicciones, si se libera más dióxido de carbono en la atmósfera y se calienta el clima, aumenta el límite máximo de intensidad de un huracán. Se calcula que, por un grado de aumento en la temperatura del océano, aumenta 5% la velocidad del viento.

Kerry Emanuel, uno de los científicos más importantes en el estudio de los huracanes y su relación con el cambio climático, justo ha dicho que un calentamiento de tres grados supondría huracanes 15% más intensos, pero su capacidad destructiva se extrapola aún más, pues el incremento de la velocidad del viento, supondría aumento de daños en las zonas afectadas de alrededor de un 50%.

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«Los huracanes más intensos hoy pueden tener una velocidad del viento en la superficie de 85 metros por segundo, pero para finales de este siglo, si no reducimos las emisiones de gases de efecto invernadero, podríamos ver un aumento de hasta 90-92 metros por segundo. El poder destructivo de un huracán está determinado por la velocidad del viento, así que de hecho aumentaría de forma muy considerable su capacidad para provocar daños a las poblaciones”, ha dicho el meteorólogo del MIT.

Los daños que provocan los huracanes han aumentado drásticamente. Las temperaturas extremas ligadas al cambio climático, la urbanización y la migración a zonas propensas, aceleran su impacto.

Un modelo estadístico reciente investigó el efecto de 500 huracanes, determinó que los huracanes pueden contribuir a la mortalidad local hasta 15 años después de su impacto. Un huracán puede seguir afectando la vida de la población por secuelas como la contaminación en sus entornos y el estrés.

Este estudio también se convierte en un llamado, no sólo para incentivar la investigación que mejore los modelos de predicción y sistemas de alerta, sino para potenciar las políticas gubernamentales que deben considerar las secuelas a largo plazo y los planes de atención para los ecosistemas naturales y urbanos afectados.

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