En Moscú, en medio de la avenida que llaman el circuito de los Jardines, se levanta un monumento cerca del rascacielos del Sberbank. Un fortachón levanta un arma automática; detrás, un globo terráqueo sellado con muchas armas. Es un monumento memorial a la gloria de Mikhail Kalashnikov, el inventor del mundialmente famoso kalashnikov, nuestro cuerno de chivo, arma predilecta de los sicarios del crimen organizado. Levantaron, simbólicamente, la estatua durante el tercer mandato de Vladímir Putin, a la hora de la anexión de Crimea y del inicio, en el Donbas, de la guerra contra Ucrania.
Pocos saben que el sargento Mikhail Kalashnikov no tiene todo el mérito de aquella arma fabulosa. Serguei Medvedev cuenta que, en 1946, después de la derrota nazi, el legendario Hugo Schmeisser, el armero alemán que inventó el rifle de asalto Sturmgewehr StG-44, fue llevado a la URSS, como muchos técnicos del III Reich. Los americanos hicieron lo mismo y se llevaron, entre muchos, a Von Braun, el inventor del V-2, padre de los proyectos espaciales estadounidenses. En 1947-1948, el también genial Mikhail Kalashnikov modificó el rifle alemán para “simplificarlo y hacerlo menos costoso, gracias a su astucia campesina y sentido ahorrativo” Era el décimo séptimo hijo de una familia que tenía diecinueve hijos, de los cuales solo ocho sobrevivieron. Así nació el maravilloso AK-47 soviético, Avtomat Kalashnikova, la Kalasha.
El resultado fue un rifle de asalto muy fiable, muy sencillo, muy barato, hecho de acero y de triplay, “algo como un símbolo de la astucia y de la ingeniosidad del soldado ruso que derrotó a la tecnología superior del enemigo”. Lo increíble es que tiene mil usos: con la caja del cerrojo se puede abrir la lata de comida, con la culata, el soldado cava su nido de francotirador o rema en el agua. El arma puede caer en la arena o en el agua y no le pasa nada, ni es necesario limpiarla. Eso me explican, no me consta, felizmente.
El diario francés Libération llegó a decir que el AK-47 es la invención más relevante del siglo XX, mucho más que la tecnología atómica y espacial. Curiosamente la revista de Hugh Haffner, Playboy, que no es de izquierda como Libé, opina de la misma manera y lo pone en su lista de los “cincuenta productos que cambiaron al mundo”. Ciertamente. Justo después del Mac de Apple, de la píldora anticonceptiva y del magnetoscopio de Sony, se luce en cuarta posición. Luis Ernesto Miramontes, nuestro compatriota, liberó a la mujer y provocó una verdadera revolución sexual, al disociar concepción de niños y actividad sexual. La computadora y el magnetoscopio, al desatar la revolución informativa, para bien y para mal (como la lengua de Esopo, es la mejor y la peor de las cosas), han democratizado comunicación e información.
Los efectos del invento de Mikhail Kalashnikov (1919-2013), el sargento que llegó a ser general y diputado vitalicio en el Soviet Supremo, el hombre más decorado de la Unión soviética, no necesitan comentarios. Se vendieron más de cien millones de ejemplares y AK-47 cubre todavía el 15 por ciento del mercado de las armas ligeras, sin contar las copias. Mi amigo Eric Sizaret (Q.E.P.D) me contaba que cuando fue a Afganistán, antes de la guerra de 1979-1988, vio como los maestros herreros de Herat, le forjaron una pieza para su 2CV Citroën, fabricaban sus Kalasha.
Mikhail Kalashnikov lamentó más de una vez que su arma fuera el rifle predilecto de los matones colombianos y mexicanos, de los piratas somalíes, de los terroristas islamistas. Más de una vez dijo que hubiera preferido inventar instrumentos útiles para aliviar el trabajo de los campesinos, “una podadora por ejemplo”. Demasiado tarde. Ahora, el presidente ruso, evoca con orgullo la Kalasha como una contribución rusa a la civilización. Cuando se inauguró el monumento, el orador dijo que era una “marca cultural rusa.” En tal caso, se vale decir que la guillotina es una marca cultural francesa y su aportación a la civilización.
Historiador en el CIDE