Jean Meyer // PUTIN Y SU CHANTAJE NUCLEAR

El miércoles 25 de septiembre el presidente Vladímir Putin anunció un cambio muy importante en la doctrina militar nuclear de Rusia. Propuso a su Consejo de Seguridad en el pleno que “la agresión contra Rusia por parte de cualquier Estado no nuclear, pero con la participación o el apoyo de un Estado nuclear, se considere como un operativo conjunto contra la Federación de Rusia”; en tal caso, Rusia utilizará sus armas nucleares. No hay que ser mago para entender que la nación atacante sin poder militar nuclear es Ucrania, y que la potencia nuclear que la apoya es Estados Unidos. Al buen entendedor pocas palabras. La amenaza está obviamente destinada a convencer a Washington de no otorgar el permiso que Zelensky pide sin cansarse: que le autoricen usar los misiles occidentales para pegar a Rusia muy lejos dentro de su territorio. Hasta la fecha los occidentales le han negado ese uso de sus armas.

Al ampliar formalmente las posibilidades de empleo de las armas nucleares, Putin hace eco a los ataques ucranianos en profundidad del territorio ruso. Amenaza con emplear el arma nuclear en caso de “ataques transfronterizos masivos”; pero ya se han dado desde hace varios meses y, muy recientemente, los ucranianos destruyeron en Rusia uno de los depósitos más importantes del parque para artillería y misiles, drones, bombas planeadoras, bombas temibles, las más recientes del arsenal ruso, imposibles de interceptar. Además, el presidente ruso anunció que la doctrina nuclear ampliada cubre también a Bielorrusia. Recuerden que Moscú estacionó en la vecina república armas nucleares y que el país le sirve de base y santuario militar contra Ucrania.

El gran diario Le Monde tomó en serio la nueva doctrina al dedicarle la primera plana a ocho columnas de su edición con fecha (siempre anticipada) 27 de septiembre. ¿Qué alcance tiene el cambio decidido por el zar Vladímir? Su vocero, Dmitri Peskov comenta: “Es un aviso que advierte de las consecuencias en caso de que esos países participen en un ataque contra nuestro país por diversos medios, no necesariamente nucleares” (subrayo yo). Putin precisa que la ampliación se debe al hecho de que “la situación política y militar en el mundo está cambiando rápidamente”, lo que provoca “nuevas fuentes de amenaza militar y riesgos para Rusia y sus aliados”.

¿Cómo reaccionarán los Estados Unidos y el “Occidente global”? (El entrecomillado se debe al hecho de que Vladímir Putin acuñó el concepto que incluye a Japón y Corea del Sur). Los expertos piensan que la utilización de un arma nuclear estratégico contra los miembros de la OTAN no es probable. Putin sabe que vendría la represalia. La tarea de la diplomacia occidental será de reforzar tal convicción en la mente del presidente. Todos esos argumentos no pesan mucho cuando los envites son muy elevados: una probabilidad de 0.01 por ciento de holocausto nuclear asusta tanto como una probabilidad de 1, 10 o 30 por ciento. En tales situaciones uno quiere una garantía 100 por ciento de que Armageddon no puede ocurrir; 99.999 por ciento no tranquiliza y esa es la apuesta de Vladímir, es su amenaza desde el principio de su “ataque transfronterizo masivo” contra Ucrania.

¿Cómo conseguir esa garantía? Hay dos maneras: la primera, la que ha seguido el “Occidente global” hasta ahora, es calmar al maestro chantajista y darle satisfacción; no autorizar al ejército ucraniano el uso de los misiles de mediano y largo alcance contra Rusia, en Rusia. Parece que los “occidentales” aún creen en la posibilidad de dialogar con el Kremlin. Tras bambalinas trabajan para convencer a Kyiv que no podrá recuperar el Donbas y de Crimea, ni hablar. La otra manera es voltear la tortilla y obligar al maestro chantajista a respetar las líneas rojas (que hace falta trazar) y a temer la posible escalada. Convencer a Putin que no ganará nada por la guerra. Por lo pronto, el Occidente sigue midiendo su apoyo a Ucrania, sin entender que su retraso y pusilanimidad hacen el juego de Moscú y Pekín.

Historiador en el CIDE

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JEAN MEYER

Dr. Jean Meyer. Francés nacionalizado mexicano. Historiador. Licenciado en grado de doctor por la Universidad de la Sorbona. Profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) donde además fundó y dirigió la División de Historia.

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