P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

Si hablamos de la fe, es imprescindible saber a qué nos estamos refiriendo. La fe en nuestra vida lo es todo, es el bien supremo; sin ella no hay nada divino en nosotros. Si no tenemos fe, permanecemos inmersos en el pecado, en la incredulidad, en la falta de conocimiento de Dios, en el sinsentido de la vida. Con la fe, sin embargo, comenzamos a existir; por eso, cuando nos presentaron en la pila bautismal, nuestros padrinos respondieron a la pregunta «¿qué le pides a la Iglesia de Dios?» y respondieron: «la fe». Profesamos la fe cada vez que en la Misa respondemos «amén», es decir, «sí», «es así», «creo que es así». Incluso, podríamos decir más: todas nuestras buenas acciones, todas nuestras acciones morales, están hechas sobre la base de la fe, porque hacemos el bien, porque vivimos las virtudes humanas en la fe en Dios que nos ha amado primero. Por lo tanto, la fe impregna nuestros días, nuestro aliento. La oración, el comportamiento cristiano, la participación en la Misa, la lucha por la justicia, nacen de la fe; es la sustancia que impregna todas las células de nuestra existencia.
Ahora bien, ¿Por qué creer?El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 1814, afirma que creemos en Dios «porque él es la misma verdad». El Cardenal Martini lo explica con dos respuestas paralelas: una que concierne a nuestro intelecto, a nuestra mente, y la otra que concierne a nuestra voluntad. 1. Ante todo, debemos creer porque Dios es la verdad infalible y esta Dios-verdad nos ha hablado, dándonos signos que nos invitan a reconocer su revelación: toda la historia de la salvación, toda la vida de Jesús -doctrina, milagros, profecías, muerte y resurrección-, toda la vida de la Iglesia dan testimonio de que Dios ha hablado. Al aceptar la invitación a creer en Él, hacemos un acto de fe en la verdad misma de Dios, en su veracidad, y por lo tanto tenemos en Dios el fundamento de nuestra fe. 2. Más allá de las razones que instan a la mente a creer, hay razones que mueven el corazón a la fe. Creemos porque es el mayor bien del hombre, porque la fe nos hace partícipes del conocimiento de Dios, de lo que Él sabe y de cómo lo conoce.
Creer nos abre a la vida divina, nos hace entrar en comunión con el Señor, a quien podemos decir: «Eres mío», y Él puede decirnos: «Soy tuyo». Es decir, con fe, nos unimos en una unidad muy estrecha con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. De hecho, la Iglesia está en estado de misión porque cree que creer es el bien supremo y quiere anunciar al mundo entero la posibilidad de participar en la comunión con Dios. Si de verdad creemos, ¿por qué necesitamos creer? ¿Por qué hay tantas dificultades en la fe? Las dificultades pueden residir en la inteligencia y los sentimientos. Me explico: primero, porque hay dificultades de la inteligencia, de la razón, objeciones contra la fe que de repente nos asaltan y perturban: ¿es realmente razonable creer?, ¿cómo puedo decir que sí a realidades que están más allá de mi comprensión? En este caso podemos defendernos y luchar contra estas dificultades estudiando, informándonos, tratando de resolverlas una por una. Juntos debemos practicar la paciencia, afrontando con paciencia las grandes certezas que son la base de la fe. Por eso es importantísimo leer la Sagrada Escritura -el Evangelio de un modo especial-, que nos pone continuamente delante las certezas que suscitan y alimentan la fe.
Está claro que, si un cristiano alimenta poco su fe, en un momento dado corre el riesgo de morir de hambre, languideciendo y cediendo ante las objeciones: los que no participan en la catequesis, los que no profundizan en el conocimiento de la Escritura, se expondrán fácilmente a las dificultades de la fe de orden intelectual. Por otra parte, el sentimiento también puede influir. Por ejemplo, cuando decimos: ya no siento nada, estoy seco, el Señor no me habla, no escucha mi oración, se ha quedado mudo. El llamado silencio de Dios, la aridez o el desierto, puede crear grandes dificultades. ¿Cómo superarlos? En primer lugar, quisiera recordar un principio fundamental: en estas dificultades prácticas, de orden sentimental, la fe se purifica, no disminuye. Cuando entramos en la aridez o en la oscuridad, de hecho, comprendemos que Dios es «Otro», que es mucho más que nosotros, que no se identifica con nuestros sentimientos, con nuestros gustos, con nuestras imágenes, sino que siempre está más allá. Entonces la fe se vuelve más auténtica, más pura y, perseverando en los problemas, en la enfermedad o en la muerte, descubrimos el verdadero rostro de Dios.
Por lo tanto, se necesita una gran perseverancia, se necesita un gran coraje para resistir a las tentaciones contra la fe y debemos orar insistentemente, afirmando resueltamente, con un acto de fe, nuestra confianza en ese misterio de Dios que no está ligado a la experiencia sensible. De esta manera la fe se solidifica, se fortalece. Las dificultades de la fe pueden ser causadas también por una mala voluntad. Cuando elijo, por ejemplo, actuar en contra de los mandamientos, preferiría que Dios no existiera, y por lo tanto estoy dispuesto a prestar oído fácilmente a las objeciones sobre la fe. Desgraciadamente, muchas objeciones derivan del hecho de que nuestra vida cristiana, nuestro comportamiento, no están en conformidad con el Evangelio. Necesitamos, por tanto, un camino de conversión que nos lleve a pensar y actuar según la verdad y la existencia de Dios. ¡Y creer será mucho más fácil para nosotros!
Domingo 13 de octubre de 2024.