Claudia Sheinbaum inicia su mandato en condiciones contradictorias: con el enorme respaldo social que se expresó en las urnas (casi 36 millones de votos), pero con millones de mexicanos que observan con angustia y azoro los pasos de Morena, su obstinación por aplastar a las minorías e imponer un régimen en el que no existan contrapesos institucionales.
A lo anterior hay que añadir otro dato inquietante: son demasiadas las señales de la supremacía del que se fue: las reformas constitucionales que constituyen la hoja de ruta, la presencia en el gabinete de sus alfiles, el control del partido a cargo de Luisa María Alcalde y Andrés Manuel López Beltrán, las coordinaciones parlamentarias en el Congreso de la Unión y los 24 gobernadores de Morena pero, sobre todo, los millones de acólitos. López Obrador le hereda hasta su odio visceral a Felipe Calderón y sus resentimientos pueriles hacia España y EU.
La doctora Sheinbaum ha llamado a su gabinete a funcionarios experimentados con sólida preparación académica, pero ha tenido que aceptar la participación en posiciones clave de un personal político cuya lealtad está, sin duda alguna, con el ex presidente.
Claudia recibe un país polarizado, con una hacienda pública desfondada y un crecimiento mediocre (inferior al uno por ciento; Andrés Manuel había prometido un 4%). Y, como amenaza, el posible triunfo en Estados Unidos de Donald Trump.
La relocalización de empresas ofrece una circunstancia excepcional para crecer y es buena noticia la integración de un equipo de empresarios y funcionarios, sin embargo, a las deficiencias en materia de infraestructura se agregan las telarañas ideológicas.
A Claudia Sheinbaum le toca una tarea titánica: la construcción de un nuevo régimen. López Obrador derruyó o capturó instituciones en su obsesión por construir el país de un solo hombre, pero a su pesar debió gobernar en un país en el que imperaban instituciones democráticas: la división de poderes, el Poder Judicial como garante de la constitucionalidad, los órganos autónomos, medios intimidados, pero libres…
¿Seguirá su política de brazos caídos frente a los criminales? Atender las causas estructurales de la violencia no equivale a repartir dinero. Con la sobrerrepresentación en el Congreso, el nuevo gobierno tiene todo para hacer lo que le venga en gana. Solo nos queda confiar en la autocontención de Claudia o en San Judas Tadeo.
El discurso de Claudia
Pieza oratoria pobre conceptualmente, con elogios desmesurados al Gran Elector —Oda a Andrés Manuel la llamó Bárbara Tijerina—, nada que la defina con una personalidad propia. Frente a lo alentador: “gobernaré para todas y para todos; garantizaremos todas las libertades, se respetarán los derechos humanos y nunca usaremos la fuerza para reprimir al pueblo”, queda la idea de que la reforma judicial garantizará un verdadero Estado de Derecho y el patético beso en la mano a Manuel Velasco, ese que a través de David León le entregaba a Pío López Obrador dinero en efectivo envuelto en sobres amarillos, ese que representa a un partido que es compendio de la pudrición política.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario. @alfonsozarate