Porque trae consigo la liberación, la Buena Noticia de Salvación está destinada a llegar a todos los hombres, principalmente a los más pobres y marginados. Su objetivo no es otro sino construir una sociedad nueva, libre de miserias. En pos de una liberación integral. Plena. De volver realidad a los pobres, a los maltratados, a los discriminados, a los perseguidos, lo anunciado por las Bienaventuranzas.
Liberación que exige hombres de iniciativa, capaces de reescribir la historia. De construir comunidad. De reconstruir de manera justa y armoniosa las estructuras socio-comunitarias, de manera tal que delineen cauces justos y humanizantes. Opuesta del todo al individualismo neoliberal, la praxis comunitaria plastifica la imagen trinitaria/comunitaria de Dios.
Porque comunidad remite a corresponsabilidad. A la primacía del servicio. Al amor de benevolencia que excluye cualquier autoritarismo. A una conformación no piramidal, sino circular. Círculo comunitario donde el laico -y en nuestro caso el indígena- es Iglesia, no su propiedad.
Algo que no tomamos en cuenta los pastores, puesto que no pocas veces yacemos apoltronados en nuestra zona de confort, empantanados en las menudencias burocráticas de los documentos notariales, percibiendo emolumentos por la expedición de actas de bautismo y matrimoniales, ornamentando y haciendo más complejos los actos rituales, acondicionando y reconstruyendo una y otra vez los edificios parroquiales… Olvidando que existen indígenas laicos que llevan años de estarnos rebasando por la izquierda, tomando el liderazgo de sus causas autonómicas, arrebatando la rectoría de la educación, retomando sus raíces culturales.
Lo que no va, porque inculturar el Evangelio implica reconocer sus huellas en esta sociedad nuestra que es multiétnica, multilingüe y multicultural. Heterogénea. Que no contraviene, sino que afirma y enriquece la unidad…