El proceso electoral que acaba de tener lugar en los Estados Unidos, independientemente de su resultado (en el que el resultó electo un criminal convicto, un sujeto autoritario, un fundamentalista) reflejó en las campañas, no lo que por su natura debiese ser noble, generoso, servicial y humano, como lo es la política según el concepto aristotélico: “gobierno donde sólo tengan cabida los mejores hombres, los buenos, los virtuosos, los sabios” (Aristóteles, Política, UNAM, México, 2018), sino lo peor y más vergonzoso del ser humano: el narcisismo exacerbado, la conducta esquizoide, el delirio psicótico, la perversión, el egocentrismo…
Lo que, ni modo, trae a colación y en realidad aumentada, lo que también hubo develado de sus protagonistas nuestro pasado proceso electoral. En ambos casos, la pulsión por el poder de los contendientes los mantuvo obnubilados, impidiéndoles mirar que su país se está cayendo -literalmente- a pedazos, que los corruptos son ellos, que son ellos los enfermos. Eslóganes como ‘make America great again’ y ‘por el bien de todos, primero los pobres’, pretendieron camuflar sus verdaderas intenciones: ‘make me powerfull & rich again’ y ‘por el bien de mi facción, los políticos primero’.
El problema es que los electores, como suele decirse, ‘todavía creen en los santos reyes’. Es decir, creen aún en los políticos, no obstante que sus decisiones terminan en realidad afectando a todos, excepción hecha de tipos como Elon Reeve Musk en Estados Unidos o como Carlos Slim en México. En nada parece alertarles las actitudes misóginas, lo infantil de sus declaraciones, su mitomanía, su megalomanía. Su distancia infinita del principio trágico de la realidad que sufren los homelessness en el país del norte y los indígenas en el país nuestro.
El hecho es que la ciudadanía no quiere darse cuenta cuánto la clase política distorsiona de la manera más aberrante el principio de realidad, como sostiene Lara Peinado (Psicoanálisis del poder en México, 2010), de una sociedad que padece hambre y sed de justicia y necesidad absoluta de seguridad, sobrellevando su existencia en contraste con las riquezas de unos cuantos, en tanto se puede amanecer tan sólo para terminar secuestrado unos minutos después o acabar muriendo porque el sistema de salud no pasa de ser una mentada de madre, en Estados Unidos, donde atenderse cuesta una fortuna o aquí en México, donde en realidad no lo es.
Ahora, tanto en Estados Unidos como en México lo que cuentan no son los consabidos discursos o las repetidas y falsas consignas con que pretenden esconder sus verdaderas intenciones los políticos en el poder, sino el que sus acciones constituyan una respuesta eficaz a los clamores de paz y justicia de esas marginadas mayorías que, a diferencia de unos cuantos potentados, sobreviven en situación de vulnerabilidad y demandas de justicia.