Alonso Salazar cuenta la historia de una madre que busca a su hijo desaparecido en Colombia, un caso que tiene paralelismo con México y Argentina
Medellín.— Después de 12 años de búsqueda, el día en que le entregaron los restos de su hijo desaparecido, la madre colombiana Fabiola Lalinde escribió en su diario: “El juez Trucco puso la caja ahí en la mesa, y yo me fui de este planeta. Nadie se dio cuenta, pero yo sentí que me fui cuando vi los restos”.
Era el fin de año 1996 y, hasta entonces, Fabiola Lalinde había tenido que enfrentarse a militares, jueces, la burocracia y la ciencia misma para dar con el paradero de su hijo.
En su libro «El largo vuelo del Cirirí« (Debate/ Penguin Random House), el escritor y periodista colombiano Alonso Salazar recupera esa historia de Fabiola Lalinde, una lucha que encuentra paralelo en las de las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo, en Argentina; las Madres de Soacha y de Candelaria, también en Colombia, y las Madres y Familias Buscadoras de México, entre muchas otras.
En América Latina las madres que buscan a sus hijos desaparecidos se han convertido en un símbolo de nuestra historia contemporánea; son persistentes e incómodas para los poderes. Todos los días está el caso de alguna que se enfrenta a esa condición con la que Lalinde describía al desaparecido: aquel que “está suspendido entre la vida y la muerte.”
Además del duelo no resuelto, las madres comparten una lucha contra los poderes, a menudo de los mismos Estados; en el caso de Fabiola Lalinde, los militares la llevaron a la cárcel por delitos fabricados; en el de las madres buscadoras de México se han topado con la impunidad, la imposibilidad de la verdad y el poder que las desoye: desde mediados de 2023, el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador decidió no reunirse más con ellas.
“La manera más clara de emergencia en la política de las mujeres en América Latina ha sido el caso de las madres de los desaparecidos. En el Cono Sur, fueron capaces de contar otra historia al mundo, se convirtieron en demoledoras del relato oficial de los dictadores y lograron demostrar cómo se instaló una máquina de terror muy sofisticada. Ese protagonismo de las mujeres, incluso, ha sido más relevante que el de las propias organizaciones de derechos humanos. El término ‘buscadoras’ es muy bonito porque eso son estas mujeres, de manera infinita son ‘buscadoras’”, dice Alonso Salazar en entrevista.
Como otras madres de desaparecidos, Fabiola Lalinde era una “mujer común y corriente”, y como aquellas también vivió una profunda transformación de sí misma, que afectó a su familia.
Su hijo Luis Fernando era estudiante de Sociología e integrante del grupo insurgente Ejército Popular de Liberación, en octubre de 1984 fue arrestado de forma arbitraria por militares, y desaparecido. Fue clasificado como el desaparecido número 300 en Colombia; la Comisión de la Verdad registró que el número de desaparecidos había ascendido, en 2022, a 120 mil.
Lalinde no cedió nunca en su búsqueda; emprendió acciones que son inéditas en la lucha por los derechos humanos en Colombia. Provenía de una familia de clase media con ascendencia rural, tenía cuatro hijos, un esposo ausente y trabajaba en una tienda departamental; como todo lo escribía en libretas, esto acabó por ser un instrumento que utilizó para su causa, para defenderse, apoyarse con organizaciones nacionales e internacionales y para reunir un archivo sobre la desaparición de su hijo, que nombró Archivo de la Operación Cirirí, el cual fue seleccionado por la UNESCO como Registro de Memoria del Mundo, y donado a la Universidad Nacional, sede Medellín.
Alonso Salazar, también autor del libro La parábola de Pablo, sobre el narcotraficante colombiano Pablo Escobar, siguió por muchos años el caso de Fabiola Lalinde, escribió de ella y atestiguó su transformación. “Después de escribir sobre Pablo Escobar y cosas de esas, creí que este tipo de personaje, esta mujer, se merecía un relato que la dignificara y la proyectara. Aunque los lectores no van a premiar este libro como premian al de los capos; mediáticamente —y ese es uno de los problemas de esta cultura nuestra contemporánea—, los bandidos tienen más prevalencia que las buenas personas”.
De Fabiola, quien murió en marzo de 2022, además de su persistencia, Salazar destaca su concepción de los derechos humanos, desde la cual cuestionaba al Estado, pero también a los grupos insurgentes; evoca sus capacidades como comunicadora y creadora de iniciativas como la del Partido de las Mamás con el que proponía trascender ideologías y partidos. Fabiola aprendió, analizó y conceptualizó lo que vivió; tenía frases muy poderosas para hablar de los desaparecidos, de sí misma y de otras madres: “Formamos el gremio más triste del mundo”, escribió.
Cuando ocurre la desaparición de Luis Fernando Lalinde aún se creía que era un problema de dictaduras del Cono Sur…
La propia Fabiola recordaba que su hijo le hablaba de desapariciones en Colombia y que ella se negaba a creerlo —“eso es un problema de las dictaduras de militares, aquí no me venga con ese cuento”—. De repente se vio frente a la realidad de ese hijo desaparecido, y empezó un proceso muy revelador, que describiría como de alfabetización política, donde se esmeró por conocer el tema de los desaparecidos en Colombia y en Latinoamérica. Era directa, a los generales no les daba posibilidades: “Yo les estoy preguntando ¿por qué mi hijo, detenido por una patrulla del Ejército, está desaparecido?” Se afianzó en una noción de ciudadana muy potente. De tal manera que, en esa primera evolución, se sintió una mujer con derechos y, en un segundo momento, en que el ejército le hizo un montaje para llevarla a prisión, tuvo una especie de psicoanálisis interno y salió de la cárcel con ese relato de la Operación Cirirí, una fábula donde escogió como símbolo ese pájaro que defiende a pollitos y animales pequeños, y se identificó con él. A partir de ahí fue capaz de decir: ‘Que pase lo que tenga que pasar, yo no le tengo miedo a nada’. Es una mujer profundamente coherente, no justificó nunca la violencia.
Resaltas cómo crea una metodología y un archivo…
Fabiola montó un escritorio al lado de su cama; renunció a su trabajo para dedicarse a la búsqueda de su hijo y creó un archivo. Enfrentó una circunstancia muy difícil cuando, una vez que encontró los restos de su hijo, el ejército le impuso unos exámenes de genética que determinaron que esos restos no eran los de su hijo. A pesar de ese golpe tan severo, enfrentó a la ciencia; aprendió de antropología forense con Clyde Snow, que había trabajado en la identificación de restos en Argentina, y luego, con ayuda de Mary-Claire King, científica genetista que descubrió los genes relacionados con el cáncer de mama y que desarrolló el “índice de abuelidad” con el que las Abuelas de la Plaza de Mayo recuperaron a sus nietos, consiguió tumbar ese examen que había hecho el ejército.
¿Las buscadoras incomodan porque no caben en las formas tradicionales de la política?
Hay algo en la lucha de estas mujeres que es la pureza del ideal, un ideal limpio y digno: “Yo quiero a mi hijo, ¿dónde está mi hijo?” El libreto limpio de las madres, que es imbatible, deja muy desarmados a todos los poderosos. Esa fuerza de las mujeres, biológica y cultural, es la que las hace capaces de resistir. Fabiola logró que el Consejo de Estado obligara al ejército a pedirle perdón, pero creía que el perdón sin justicia no podía ser. En el caso de Luis Fernando Lalinde no se ha hecho justicia.
¿Es parte de esa historia la ausencia del padre?
En Colombia se cumple. Son las madres las que han tenido un papel sobresaliente. La batalla más decisiva la han llevado las mujeres.
Terminó el primer gobierno mexicano de izquierda con el reclamo por los desaparecidos.
No conozco suficiente el tema de México para opinar sobre él, pero en Colombia podemos contrastar que un gobierno de izquierda tampoco tiene capacidad de intervenir en muchos de estos fenómenos de conflicto y de guerra gue generan grandes violencias en comunidades y territorios. El ingrediente contemporáneo para las sociedades, en general, es la criminalidad organizada que cada vez utiliza más la desaparición como una manera de arreglar sus cuentas.