“La primera noche de los bombardeos, decenas de personas corrieron a refugiarse con nosotros”, cuenta la madre Joselyne Joumaa, superiora general de la congregación, a la organización católica internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN). “En doce días, hemos acogido a más de 800 refugiados. Estamos desbordados y no podemos acoger a más”.
(ZENIT Noticias / Jabboulé (Líbano), 29.10.2024).- Desde el 23 de septiembre, los intensos bombardeos sobre los pueblos de los alrededores de Jabboulé, en el norte de Beqaa (Líbano), han obligado a cientos de personas a refugiarse en el recinto del convento de las Hermanas de Nuestra Señora del Buen Socorro en Jabboulé. “La primera noche de los bombardeos, decenas de personas corrieron a refugiarse con nosotros”, cuenta la madre Joselyne Joumaa, superiora general de la congregación, a la organización católica internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN). “En doce días, hemos acogido a más de 800 refugiados. Estamos desbordados y no podemos acoger a más”.
En tiempos de paz, la escuela del convento acoge a niños de todas las confesiones sin distinción, lo que ha permitido a las hermanas forjar estrechos vínculos con la comunidad musulmana circundante: “Tienen tanta confianza que a menudo se oye decir incluso a los musulmanes desplazados: “¡Es tu cruz la que nos protegerá!”.
Con la ayuda de ACN, que apoya a las hermanas con ayuda de emergencia mediante la financiación de alimentos, medicamentos y alojamiento, las 15 hermanas de la Congregación de Nuestra Señora del Buen Socorro en Jabboulé no sólo han abierto las puertas de su convento, sino también las de la escuela y el orfanato que gestionan. La mayoría de los desplazados internos son musulmanes chiítas. Algunos de ellos lo han perdido todo, pero todos están marcados por el miedo o el trauma, a causa de la violencia de los bombardeos.
Un puerto tranquilo en medio de la tempestad
Con gran dedicación, las hermanas reciben la ayuda humanitaria, clasifican las cajas y realizan la distribución; todos los días proporcionan desayuno y almuerzo a los 800 desplazados y se toman el tiempo para escucharlos. “Vienen a compartir con nosotros su angustia y su miedo al mañana”, explica Madre Joselyne. “Y también los escuchamos para responder a sus necesidades materiales, que son muchas”. Dos o tres veces por semana, las hermanas organizan grupos de discusión y juegos, ofreciendo a los niños una apariencia de normalidad en este contexto convulso.
Muchos de los desplazados se involucran, ayudando a las hermanas con las tareas necesarias para gestionar la crisis: los hombres cortan leña para el invierno, recogen basura y llevan las cajas de suministros de emergencia, mientras las mujeres ayudan en la cocina.
Algunas de ellas piden a las hermanas poder pasar un rato en su capilla, apreciando la calma y la paz que reinan allí. Es también el lugar donde las hermanas encuentran la fuerza necesaria para afrontar los desafíos diarios, mientras las preocupaciones se multiplican. “Se acerca el invierno. ¿Cómo vamos a conseguir calefacción, electricidad, agua caliente?”, pregunta con angustia la Madre Joselyne. “Es un hecho: pensar en el mañana puede deprimirnos porque la tensión diaria a veces es difícil de soportar. Pero nuestra misión es continuar fielmente y os pedimos que nos apoyéis con vuestra oración”, dice a ACN.
La serenidad y la sonrisa de las hermanas, incluso en medio de una crisis, no dejan de sorprender a los musulmanes desplazados. La Madre Joselyne subraya que el amor y el servicio humilde de las hermanas les recuerdan a menudo la actitud de la Virgen María, venerada también en el Islam, lo que crea un vínculo espiritual entre las dos religiones. La calma de las hermanas se contagia a los niños desplazados, a menudo aterrorizados por los bombardeos. “Cuando los padres, presas del pánico, no consiguen calmar a sus hijos, son las hermanas las que los cogen en brazos y les aseguran que están a salvo porque están en la casa de Dios”, dice la Madre Joselyne.