El triunfo de Donald Trump y la mayoría republicana en el Senado portan malas noticias para México, para la democracia global y para el gobierno que encabeza Claudia Sheinbaum.
Los electores que le dieron el triunfo a Trump representan lo que no está en la superficie, la otra realidad de una parte sustantiva de la sociedad que se resiste a adoptar los valores democráticos: el respeto a la diversidad, a los derechos humanos y a las minorías.
Los votantes del martes representan el sentir de aquellas turbas fanatizadas que el 6 de enero de 2021 asaltaron el Capitolio en un intento por torcer el resultado electoral. Y el elegido es el mismo al que en una carta abierta publicada en The New York Times un grupo de 225 psiquiatras consideró inadecuado para el liderazgo debido a “un trastorno de personalidad: narcisismo maligno.”
Evocando los tiempos de Teddy Roosevelt y el Gran Garrote, Trump le promete a sus electores recuperar los empleos perdidos, contener la oleada de migrantes (“violadores y asesinos”) y lanzar en México una guerra contra los cárteles de la droga “que los borre de la faz de la tierra”.
¿Qué explica —se pregunta Antonio Muñoz Molina, citado por Jorge Fernández Menéndez—, el fenómeno Trump? “Un oligarca que viaja en avión privado con grifos y retretes chapados en oro es visto como un héroe de la clase trabajadora… un depredador sexual que compra el silencio de actrices pornográficas y ex esposas sucesivas, inspira un fervor religioso cercano a la idolatría en cristianos evangélicos obsesionados por el pecado y el infierno; un machista grosero que ha sido condenado por un delito de abusos sexuales provoca gritos entusiastas de mujeres cuando aparece como una estrella de rock en una tribuna; un racista confeso que califica de asesinos y violadores a los ilegales atrae algún porcentaje sustantivo de votantes de origen asiático o latinoamericano…”
El paralelismo entre Trump y López Obrador es inevitable: líderes antiinstitucionales y narcisistas que creen ciegamente en su intuición, que no respetan las áreas de competencia de su personal y que convierten sus ocurrencias en políticas públicas. Ambos recelan de la información dura, desconfían de los intelectuales y gustan de maltratar en público a quienes cuestionan sus proyectos.
Ante los resultados electorales, Trump dice: “Hicimos historia; viene una época de oro para Estados Unidos“. Andrés Manuel decía “hacemos historia y México vive un momento estelar en su historia.” Con la misma receta de Andrés Manuel, Trump removió los sedimentos de frustración y rencor social que habitan en la mayoría del pueblo norteamericano.
Frente a esta perspectiva ominosa, cabe preguntarnos si Juan Ramón de la Fuente actuará como Bernardo Sepúlveda, el canciller que con astucia e inteligencia logró contener a Ronald Reagan, o remedará a Marcelo Ebrard, quien sorprendió al entonces secretario de Estado, Mike Pompeo y a Jared Kushner, asesor especial, por la facilidad con la que se dobló.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate
(El Universal)