En México estamos en los primeros 28 días de la presidencia de Claudia Sheinbaum, sin embargo, ya se pueden visualizar algunas tendencias.
Edmundo Jacobo Molina
En 1933, en medio de la más grave crisis económica que había conocido el capitalismo en Estados Unidos, el recién electo presidente Franklin D. Roosevelt se dirigió a la ciudadanía, a los que habían votado por él y a los que no, y les ofreció un plan de gobierno que se desplegaría en los primeros cien días de su mandato.
El desempleo cundía, las contradicciones sociales se acentuaban y el enojo y la desesperanza eran un común denominador del humor social. En ese contexto nacional y en un panorama internacional que poco después desembocaría en la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt hizo un llamado de esperanza y de unidad, ofreciendo un “nuevo trato” (New Deal) para reconstruir la economía norteamericana y el maltrecho tejido social.
Su éxito fue tal que, más allá de las circunstancias específicas, los primeros cien días siguen siendo un referente recomendado para el buen inicio de cualquier gobierno emanado de las urnas, ya que en ese periodo se pueden prefigurar la identificación y diagnóstico de los problemas, las prioridades, la forma de abordarlos y el estilo de gobierno, entre otras cosas, la relación del gobernante con la ciudadanía en general y con críticos y opositores.
En México estamos en los primeros 28 días de la presidencia de Claudia Sheinbaum, es decir, a poco menos de un tercio del periodo antes referido; sin embargo, ya se pueden visualizar algunas tendencias.
1. Concentración del poder. El plan C avanza. Aprovechándose de una mayoría calificada construida inconstitucionalmente, el bloque gobernante trabaja aceleradamente para modificar radicalmente la arquitectura del poder político, lo que se traduce en un Legislativo acrítico y alineado al Ejecutivo federal y en la pretensión de subordinar al Poder Judicial para minar su autonomía, su independencia y que se convierta en un mero lector de las normas constitucionales y legales sin posibilidad de interpretarlas y subsanar sus vacíos, contradicciones e insuficiencias, y menos aún para proteger y maximizar los derechos de la ciudadanía y atender los compromisos que en esa dirección hemos adquirido en el concierto internacional.
Lo anterior, más la confirmación de la desaparición de instituciones autónomas y la manifestación expresa de la ahora titular del Ejecutivo Federal de no dialogar con los que pudieran pensar distinto —trátese de líderes políticos o civiles, de empresarios, de la presidenta de la Suprema Corte o incluso de embajadores de otros países—, confirma el diseño político que lleva a la concentración del poder sin contrapesos.
2. Milagro económico. Por lo que hace a la economía, si bien se han ofrecido a los inversionistas nacionales y extranjeros garantías de respeto al Estado de derecho y con ello a sus inversiones, lo cierto es que al desaparecer el IFT y la Cofece, entre otras, y al pasar sus funciones regulatorias al Ejecutivo el margen de discrecionalidad se incrementa. [Perdón por el lugar común, pero en este caso es inevitable. Exactamente lo mismo sucedió en Venezuela cuando un grupo de empresarios aplaudieron una medida similar, ya que según ellos era más fácil ‘negociar’ en una sola ventanilla que atender los trámites de árbitros autónomos y especializados. Sin duda se enriquecieron en el corto plazo, aunque ahora ellos y todo el país sufran las consecuencias].
Para seguir en lo económico, se insiste en un diseño de un Estado interventor, no solo regulador. Ejemplo de ello es el cambio de razón social de Pemex y CFE, que vuelven a ser empresas estatales con predominio en el mercado, independientemente de su eficiencia y productividad, y se sigue poniendo acento en las megaobras y la ampliación de recursos para programas sociales. Al mismo tiempo se busca reducir el déficit del gasto público sin hablar de una reforma fiscal, en pocos días veremos cómo se pretende lograr ese milagro cuando se presente la propuesta de Presupuesto para el próximo año.
Es de sentido común, a mayor gasto, mayores ingresos y si no contratación de deuda e incremento del déficit al siguiente periodo.
3. Inseguridad. En estas primeras cuatro semanas, la sospecha de que la olla de presión hervía se disipó. Los hechos violentos se desataron en diferentes puntos del país y escalaron a enfrentamientos con el uso de recursos cada vez más sofisticados. Pasamos de Sinaloa, Chiapas, Guanajuato a la misma Ciudad de México. ¿O ya se nos olvidaron los incidentes en pleno Centro Histórico y en el Viaducto? ¿Qué se sabe sobre ellos?
El bochornoso caso de García Luna que quiso ser utilizado como cortina de humo para ocultarnos los graves incidentes de inseguridad no fue suficiente y se confirmó ante la opinión pública el deterioro de la seguridad en nuestro país. Hay quien ve en estos hechos un reto al actual gobierno y un cambio en la estrategia contra la delincuencia; ya veremos…
4. Contexto global. Estamos a ocho días de una jornada electoral en Estados Unidos que, cualquiera sea el resultado, marcará un cambio en las relaciones internacionales y con mayor razón por lo que hace a la convivencia de México con nuestro principal socio comercial y el futuro del T-MEC.
Todo lo anterior en un contexto de tensiones bélicas y de reconstrucción de los contrapesos en la geopolítica global. Ejemplo de ello es la reunión de los miembros del BRICS la semana pasada en Kazán, Rusia, a la que acudieron en calidad de invitados 24 países. Ese conjunto representa más de la mitad de la población mundial y más del 40 por ciento de la economía del planeta.
Esto añade un ingrediente adicional a las decisiones de política internacional que el actual gobierno tendrá que tomar, ya que lo que se exigirá en un corto plazo son definiciones ante este complejo contexto.
Así los 28 de los primeros cien días que pueden marcar los próximos seis años. Una realidad nacional convulsa, que se pretende gobernar concentrando el poder, hablando a nombre del pueblo (36 de cien millones de ciudadanos), acentuando la desunión, ignorando a quienes piensan distinto, evitando el diálogo y, por lo tanto, caminando en sentido inverso a la democracia. Y para colmo, en un contexto global polarizado en el que se estira día a día la liga de las tensiones.