P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
La semana pasada, mencionaba enfáticamente lo que el Santo Padre nos advirtió en su visita a la Pontificia Universidad Gregoriana en el sentido de que la Compañía de Jesús está llamada a ser, abriéndonos a los retos y desafíos de esta sociedad en esta Iglesia, sí, pero, sin traicionar su pasado. En este sentido no podemos dejar de mencionar que toda misión debe estar sometida a la obediencia a la Iglesia, la única, con un sentimiento d amor y fidelidad. Los Ejercicios Espirituales así lo indican cuando explicitan que debemos dejar de lado todos los propios juicios y estar dispuestos a obedecer, en todo, a la Santa Madre Iglesia (cf. ES 353). En nuestros días, cuando todo indica que estamos sometidos a la dictadura del relativismo y cuando la Iglesia es sometida a juicio, condena y castigo sin el menor atisbo de amor y respeto, es menester asumir lo que Francisco nos advierte cuando subraya que aquí podríamos incluir la cuestión de la libertad intelectual y el límite de la investigación.
Al citar el comentario que hizo el Padre Peter Hans Kolvenbach, entonces Prepósito General de la Compañía de Jesús, a propósito de las Reglas ignacianas para sentirse Iglesia cuando precisó que «toda creatividad, todo movimiento espiritual, toda iniciativa profética y carismática se desorienta, se dispersa y se agota si no se integra en la meta de un servicio mayor, es decir, más allá de nuestros planes mundanos, más allá de nuestras ambiciones y pretensiones de eficacia. Esto incluso si le ponemos el sello papal». No podemos dejar de asumir que estamos en una época compleja en la que algunos quisieran más estructura y menos discernimiento, cuando se generan «tensiones y conflictos, y donde es difícil establecer límites entre la fe y la razón, entre la obediencia y la libertad, entre el amor y el espíritu crítico, entre la responsabilidad personal y la obediencia eclesial. Cada época tiene aquí sus medidas un poco menos o más, un poco menos o más», declaró el Papa.
Si el padre Kolvenbach precisó que «no podemos dividir lo que el Señor ha unido en el misterio de Cristo y de su Iglesia» (cf. Ef 5, 32), Francisco nos aclara que «el misterio no es medible, y la unión con él requiere un discernimiento constante. Discernimiento constante. En movimiento, siempre. Un discernimiento honesto y profundo, buscando lo que une y nunca trabajando por lo que nos separa del amor de Cristo y de la unidad de sentimiento con la Iglesia, que no debemos limitar solo a las palabras de la doctrina, aferrándonos a las normas. La forma en que usamos la doctrina a menudo la reduce a ser atemporal, un prisionero en un museo, mientras va, está vivo, expresa la comunión de fe con aquellos que inspiran vida al Evangelio. Generación tras generación, todos esperando que el Reino de Dios se realice. Y Kolvenbach añadió: «En cualquier caso, nuestra actitud debe ser esta: experimentar el dolor del conflicto, participando así en el proceso que conduce a una comunión más plena para realizar la oración de Jesús: “Que todos sean uno, como nosotros somos uno” (Jn 17, 22)».
La misión de la Gregoriana se puede resumir, en una palabra: diaconía, «diaconado de la cultura al servicio de la continua recomposición de los fragmentos de todo cambio de época. El diaconado se logra al no evitar el cansancio del concepto encarnado, el cansancio del concepto que busca la armonía con el Espíritu, la búsqueda de la comunión después de los conflictos: conflictos interiores y exteriores.
Por eso, tengan la ambición de un pensamiento que construya puentes, que dialogue con diferentes pensamientos, que tienda a la profundidad del misterio. La figura del laberinto me ayuda mucho en esto. Solo uno puede salir del laberinto de arriba, desde arriba. Cuiden de lo que queda en el ocaso de la vida, porque seremos juzgados por el amor, cuando se revele si nuestros talentos han dado de comer, de beber, de vestir, de acogido o de visitar al más pequeño de los que hemos encontrado (cf. Mateo 25:31-46) […]. La cultura es lo que queda después de olvidar las cosas aprendidas. Y esta cultura que permanece es el amor. La Universidad es un lugar de diálogo».
Cuando constatamos el espíritu cada vez más creciente de individualismo narcisista y de egoísmo cruel en nuestro entorno nos resulta difícil creer que es posible crear una auténtica comunión y compartir la misma misión. Para afrontar esta realidad, el Papa propuso un sugerente ejemplo que nos puede estimular para imaginar y poner las bases de lo que debe ser nuestra universidad. Nos invitó a que tratáramos de «imaginar a dos estudiantes que llegan con un libro cada uno, que luego intercambian. Los dos se irán a casa con un solo libro, pero si estos estudiantes intercambian una reflexión o una idea, cuando se van, cada uno se llevará a casa una reflexión o idea más. Pero no es solo la cantidad: cada uno estará en deuda con el otro, cada uno será parte del otro».
8 de diciembre de 2024.