La alegría del perdón

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

            El año jubilar que hemos comenzado nos invita a creer que «la esperanzano defrauda» (Rm 5,5). De hecho, éste es el nombre que el Santo Padre ha dado a la Bula de convocación del Jubileo Ordinario del año 2025.  Del mismo modo que el apóstol Pablo infundía aliento a la comunidad cristiana de Roma con el signo de la esperanza, también nosotros estamos llamados a pedir que el Señor nos la conceda en nuestros días. El Papa ha dicho: «Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos, una ocasión de reavivar la esperanza».

            No obstante, vivir desde la esperanza no es fácil. Estamos encadenados a un estilo de vida que no nos deja vivir en paz. Nos dejamos envolver por afectos desordenados o resentimientos y vamos acumulando ofensas sin perdonar, verdades a medias sin aclarar que, a la larga, destruyen la fraternidad y favorecen el aislamiento y una vida individualista que se cierra a todo lo que sea anhelo de futuro. La esperanza no es posible sin el perdón, más aún, sin la alegría de perdonar y sentirnos perdonados no hay ni esperanza ni futuro. Precisamente por esto, para poder hablar de la alegría del perdón, es necesario haberlo experimentado y haber sentido los efectos de la alegría que produce ya que ésta se contagia a los demás. La experiencia personal de ser perdonados por el Señor es el regalo más grande que podemos recibir porque nos ayuda a obtener la certeza de que el pecado no es como un león que despedaza y devora, sino que es sólo una infeliz ocasión de la que el Amor misericordioso del Padre quiere y puede liberar.

El perdón sólo es posible si creemos que Dios -en su Palabra y en los Sacramentos-, nos da las respuestas y la fortaleza para gustar la profunda dulzura de perdonar y ser perdonados. Cuando nos detenemos a contemplar el Evangelio de la reconciliación y tratamos de contemplar a Dios para ver hasta dónde lo lleva su «loco deseo» de perdonar, entonces la alegría, sí, incluso nuestra alegría de pecadores, no puede dejar de brotar y manifestarse plenamente. Fuera del mensaje divino y de la Iglesia, no sería imaginable pensar que una experiencia tan triste y frustrante como la del pecado pudiera tener un resultado tan gozoso como el del perdón. La Palabra de Dios es la fuente de la que brota la luz, el fuego, el calor y el amor y así, con la misma certeza con la que escuchamos el Evangelio de la reconciliación, es decir, la buena nueva de la reconciliación, el Señor nos asegura: «Mira, tengo una palabra para ti, independientemente de la gravedad de lo que hayas hecho u omitido; de tu insistencia a alejarme de tu vida o llenarla de dioses falsos, Yo soy para ti Evangelio, es decir, ¡una alegre noticia”! ¡Y no hay fuerza en el mundo por la cual el poder del Amor Misericordioso pueda ser obstaculizado o reprimido! ¡Y no hay ningún poder humano que pueda reemplazar el gozo del perdón!

Meditar el sentido del perdón es ir al corazón del mensaje sobre el gran misterio inefable de la reconciliación en Cristo. El perdón -como decíamos-, es el más grande de los dones, por lo tanto, estamos llamados a llegar al corazón de Dios con un bisturí más preciso que el de un cirujano para estar en condiciones de diseccionar en qué consiste la riqueza del don y para saborear plenamente la experiencia de perdonar y ser perdonado. Al mismo tiempo, el don revela la magnitud del corazón de quien concede el don, la alegría del donante y la preciosidad del don mismo. A través del don de Dios podemos percibir y comprender el entramado de relaciones interpersonales que van más allá del don mismo para introducirnos en el misterio de la comunión entre las personas cuando permitimos que el perdón se manifieste en lo que somos y hacemos. Asimilar el significado del perdón divino nos introduce en el corazón de Dios para evitar trivializarlo con imágenes falsas de su divinidad.

 De hecho, con el perdón, no se nos da “algo”, sino que se nos da a Alguien, es decir, a Aquél que por amor se ha hecho un «don» y que, por amor, siempre está dispuesto a hacerse «perdón». No es cualquier gratificación lo que se nos asegura con la experiencia del perdón; por el contrario, nos sentimos verdadera y plenamente realizados, conducidos a la expresión más alta de nuestra vida, es decir, a la recuperación de la imagen original de Dios. Esto nos lleva a experimentar la dimensión de la alegría que libera el hecho de que Dios quiera perdonar al pecador arrepentido. «La alegría del perdón» se refiere a un rasgo característico de esos «sentimientos» de Dios que captamos realmente, aunque sólo por intuición o intentos, a través de esa pedagogía del perdón que la Santa Madre Iglesia pone en práctica a través del sacramento de la reconciliación, la confesión y que en este año podemos vivir intensa y felizmente.

Domingo 26 de enero de 2025.

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