El drama de la Pasión de Cristo continúa

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

            En esta Semana Santa, estamos ante el reto de orar y contemplar la Pasión de Cristo para poder entender, en plenitud, su Resurrección. Aun cuando no conviene que nos quedemos en la meditación de la Cruz, sin embargo, no será posible llegar al corazón del Misterio Pascual, sin detenernos ante el drama que estamos por vivir, una vez más. En la oración de estos días hay mucho que aprender ya que ésta se simplifica y se hace más extática. Predomina la admiración, el asombro y el sentimiento de dolor ante la suerte que debe correr el Hijo de María y José. No olvidemos que es imposible contemplar la Pasión y la Muerte de Jesús desde los criterios de comodidad y superficialidad del mundo en que vivimos. Podemos recordar una Semana Santa más con la actitud de un espectador que observa la cruenta muerte del Señor como si fuera una película de la que se conoce ya el final.

Nos enfrentamos ante el riesgo de vivir los días santos sin involucrarnos personalmente en el terrible drama de la muerte del Hijo de Dios, sin que su martirio nos asombre, nos llene de estupor y nos permita sentir dolor ante el daño que hacemos todos los días, muchas veces a la gente a quien decimos que más queremos. Cuando mucho –quizá-, podríamos vivir la tragedia de la Pasión y Muerte de Jesús llenos de compasión “de Él pero sin sentir compasión “con Él”, esto es, con el mismo Señor que muere hoy por nuestra apatía y cobardía, por nuestra pereza y poca fe para construir el Reino de Dios, nuestro Padre, como Él nos enseñó. Vivir la Pasión y Muerte del Hijo según los criterios y opciones de Jesús nos resulta sumamente difícil porque nos hemos acostumbrando ya a que la muerte, la tragedia, la violencia y el drama de nuestra vida sometida a líderes corruptos y prepotentes ya no nos digan nada.

Indudablemente es mucho más fácil y cómodo olvidar nuestros valores y tradiciones e ignorar el drama de la muerte de Cristo. Sin embargo, si nos involucramos en ella nos daremos cuenta de que Jesús sigue muriendo en tantos hermanos que hoy son crucificados sin que quienes nos decimos cristianos hagamos nada por ellos. Si permitimos que el misterio de estos días penetre en nuestro corazón y nuestros sentimientos, nos daremos una nueva oportunidad para ver con la mirada de Dios el sentido último de la muerte de su Hijo. Quizá caigamos en la cuenta de que Jesús murió porque fue fiel a la misión que Dios, su Padre, le había confiado. Que Jesús fue cruelmente azotado y humillado porque habló siempre con la verdad, porque su sola presencia resultó una amenaza para quienes desvirtuaban el mensaje de Dios, el único Absoluto y les daba pavor vivir desde esos criterios -los únicos-, que dan la vida.

La muerte de Jesús fue efecto natural del odio de quienes no soportan que alguien pase la vida haciendo el bien; ha sido y será siempre la máxima manifestación de la injusticia y crueldad. Y no obstante esa triste realidad, nos da la oportunidad de creer y esperar que las cruces que cargamos por ser fieles a la voluntad de Dios, por vivir nuestra vida según los criterios de Jesús, son también para nosotros la única garantía de que seremos plenamente felices si perseveramos en su enseñanza. Jesús fue condenado por quienes no creyeron en el Reino que predicaba. Fue humillado por líderes soberbios que rechazaron la posibilidad de ser hermanos, de servirnos unos a otros y no de servirnos de los otros para lograr nuestros fines egoístas. El Hijo de Dios fue coronado de espinas por gentes que se decían buenas y que, como nosotros, condenamos a quienes no piensan igual o usamos y tiramos a quienes ya no nos sirven.

Hoy, como ayer, a los verdugos de Jesús les sigue molestando la posibilidad de ser hombres y mujeres que creen en la autenticidad del corazón, más que en la apariencia de una clase social, un apellido, una ropa de marca, un auto, un título, una posición y que, supuestamente, los hace superiores a otros. La muerte de Jesús fue producto de una sentencia fría y calculada por quienes se sentían ofendidos ante la sencillez de un hombre que pasó su vida amando, perdonando y rechazando todo tipo de injusticia, corrupción y mentira. El drama de la Pasión y Muerte de Jesús continúa y no es justo que sigamos siendo indiferentes ante el mal que la causa y que se sigue apoderando de nuestro mundo, nuestro país, nuestra familia, de nosotros mismos. Nuestra respuesta es completamente libre: podemos seguir siendo meros espectadores de la Pasión y Muerte del Señor o podemos orar para que en estos días su dolor nos duela y actuemos. Estamos ante la posibilidad de pedir la gracia para que sepamos luchar -hasta el último suspiro- y no seguir siendo los verdugos de nuestros hermanos. Esta Semana Santa es una buena oportunidad para que no nos contentemos con compadecernos “de Jesús” sino que nos compadezcamos “con Jesús” que sigue muriendo hoy a nuestro lado.

Domingo 13 de abril de 2025.

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