P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
Estamos viviendo la cuaresma en el marco del año jubilar, un gran acontecimiento eclesial y espiritual, cultural y social. Hasta ahora, hemos celebrado 34 jubileos, de los cuales, cinco han sido extraordinarios, siempre en continuidad con el que fue convocado en el año 1300, por el Papa Bonifacio VIII. El presente Jubileo indica que estamos en un Año de Gracia para recordar que “la esperanza no defrauda” (Rom 5,5), como lo establece la Bula de convocación del jubileo: «Spes non confundit». Como San Pablo transmitió el coraje a la comunidad cristiana de Roma para que pidieran esta gracia, nosotros podemos, también, pedir que vivamos un encuentro personalcon Cristo, la única puerta de la salvación. San Pablo sintió el deseo de llegar a Roma para anunciar el Evangelio, consciente de que sólo desde él, podemos experimentar que la esperanza nace del amor, no defrauda y nada puede separarnos del amor de Dios. La esperanza y la paciencia, puestas a prueba por la prisa frenética con la que vivimos, son también fruto del Espíritu Santo.

Estamos ante la posibilidad de emprender un camino que también necesita momentos fuertes para alimentar y fortalecer la esperanza («Spes non confundit». n. 5); reencontrarla en los signos de los tiempos (SnC n.7), rogar por la paz (n. 8) y ofrecer a los demás signos de esperanza: los enfermos, los jóvenes, los migrantes, los pobres (n. 14). Por otra parte, recordamos que han pasado 1,700 años desde la celebración del Concilio de Nicea, que tenía la tarea de preservar la unidad, seriamente amenazada por la negación de la divinidad de Jesucristo (n. 17). Vivir anclados en la esperanza (n. 18), expresa la esencia de la vida cristiana, la orientación, la dirección y el fin de la existencia del creyente. Por todo eso, San Pablo nos invita a ser alegres en la esperanza, constantes en la tribulación y perseverantes en la oración pues somos conscientes de que nuestro único Principio y Fundamento es Jesucristo (nn. 19-20) y sólo Él dará sentido al gozo pleno del don de la indulgencia que podemos gozar con la presencia amorosa y tierna de María, el testimonio más sublime de quien siempre creyó y esperó (n. 24).
La única esperanza que no defrauda es la que viene de Dios y que nos hace exclamar: «Espera al Señor, esfuérzate y aliéntese tu corazón. Sí, espera al Señor» (Sal 27,14). Así lo creía y afirmaba el Santo Padre Benedicto XVI, quien en el número 27 su Encíclica Spe salvi afirmaba, 27: «es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando “hasta el extremo”, “hasta el total cumplimiento” (Cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente “vida”. Empieza a intuir qué quiere decir la palabra esperanza que hemos encontrado en el rito del Bautismo: de la fe se espera la “vida eterna”, la vida verdadera que, totalmente y sin amenazas, es sencillamente vida en toda su plenitud».
Pero, ¿qué es la esperanza? El Papa Francisco retoma la imagen del escritor francés Charles Péguy, en su libro «El Pórtico del Misterio de la Segunda Virtud», publicado en 1911, en la que se asocia y reconoce a la esperanza como una niña rica en deseos y capaz de arrastrar las otras virtudes. La esperanza «es la virtud que más sorprende a Dios… La esperanza se representa como una niña que no es nadie, pero tiene una gran fuerza capaz de empujar a las dos hermanas mayores, la fe y la caridad» (Cf. C. Finocchietti, Esperanza. Las palabras del Papa Francisco, 2024, 3). Tonino Bello afirma que es una niña que «todavía va a la escuela y camina perdida en las faldas de sus hermanas. Sin embargo, es mucho más importante que ellas pues «es ella, esa pequeña, que todo lo inspira porque la fe solo ve lo que es, ve lo que será y la caridad ama lo que es y ama lo que será, por eso, precisamente, Dios nos ha dado esperanza”. Frente a toda la fealdad del mundo, la esperanza de la niña, que todavía va a la escuela, ve «lo que será» y ama de antemano «lo que vendrá»» (La Esperanza. Entre el diluvio y el arco iris, Padua). Ahora, ¿Se puede organizar la esperanza?¿Qué hacer para no confundirla con la filantropía?Sólo podría decir que la esperanza cristiana se puede traducir en la vida concreta de cada día, en las relaciones humanas, en el compromiso social y político, en el modo como vivimos nuestra fe. A este propósito, el Papa Francisco ha dicho n 2021: «Me hace pensar en el trabajo que tantos cristianos hacen con las obras de caridad, el trabajo de la Limosnería Apostólica, etc. ¿Qué se hace allí? La esperanza está organizada. No das una moneda, no, organizas la esperanza. Ésta es una de las dinámicas que la Iglesia nos pide hoy».
Domingo 6 de abril de 2025.