Al principio del pontificado, las entrevistas eran una verdadera rareza, al final eran casi una avalancha. Personalmente, he podido seguir de cerca varios de sus encuentros, incluso con personalidades políticas y eclesiásticas importantes
(ZENIT Noticias / Roma).- Por naturaleza, tiendo a ver más las continuidades que las rupturas, más los desarrollos que los cambios de dirección. Esto, por supuesto, no impide afirmar que hay novedades, pero significa vivirlas como parte del camino de un sujeto que es más grande que los individuos, incluso que los propios papas, que es el camino de la comunidad de la Iglesia del Señor.
Creo que una gran contribución del pontificado de Francisco es su compromiso con la “sinodalidad” de la Iglesia. Aunque es el primer papa reciente que no ha vivido directamente la experiencia del Concilio, ha asimilado claramente su espíritu y se ha comprometido desde el principio para que todos nos sintamos Iglesia en camino, llamados a participar en la misión, “en salida”, con la “alegría del Evangelio”, a la escucha del Espíritu, en “discernimiento”, sin miedo a mirar hacia adelante…
Creo que este es un paso duradero, que proviene de su lectura de la Lumen Gentiumconciliar, madurada probablemente con la sensibilidad eclesial característica de América Latina. Quizás se pueda decir que es justo ver esta novedad de su aportación a la historia de la Iglesia como relacionada con el hecho de ser el primer papa latinoamericano y de vivir en la espiritualidad ignaciana: Iglesia en camino, buscar y encontrar la voluntad de Dios en todas las cosas, en la llamada a la misión para el anuncio del Evangelio hasta los confines del mundo.
Quizá señalaría algunos aspectos de su vida “espiritual” personal. Cuando le pregunté cómo se explicaba la nueva y extraordinaria energía – para mí inesperada – con la que afrontaba el servicio como papa, realizando viajes largos y fatigosos a pesar de no tener una salud robusta, viviendo sin ahorrar fuerzas un ritmo de compromisos diarios abrumador, respondiendo con original creatividad a las muchas nuevas exigencias de su ministerio… me respondió inmediatamente que era “la gracia del estado”, es decir, la gracia dada por Dios a quien ha recibido de Él una misión, un nuevo estado de vida. No tengo ninguna duda de que lo pensaba de verdad. Sobre todo en los primeros tiempos del pontificado, quienes lo veían en Santa Marta quedaban impresionados por el largo tiempo que dedicaba a la oración personal en silencio en la capilla.
Además, tenía el don poco común de dormir siempre bien y profundamente; se acostaba temprano y así podía rezar por la mañana temprano sin ser molestado. Algunos se quedaron casi asombrados por su maravillosa carta Gaudete et exultate sobre la llamada de todos a la santidad, incluso en la vida ordinaria, o por su última encíclica Dilexit nos, en la que se trasluce su profunda devoción al Corazón de Jesús. Pero fueron algunos de los frutos de su gran oración, de su relación personal con Dios, que, por otra parte, como atestiguó el Padre General, fue su primera recomendación a los jesuitas. Personalmente, también me llamó la atención su singular compromiso de no ver nunca la televisión, probablemente por una custodia radical de la mirada, de la mente y del corazón…
El estilo de gobierno de cada papa es diferente, depende y manifiesta su personalidad, su historia y su experiencia. Y es justo y bueno que sea así: la variedad siempre puede ser una vía para enriquecer la vida eclesial, la relación con las personas y con el pueblo, las formas de anunciar el Evangelio y la misión. El estilo del Papa Francisco ha sido muy personal, es decir, muy libre con respecto a las costumbres o usos habituales anteriores, tanto en su forma de comunicarse como en la de gobernar. Por otra parte, el compromiso de “reformar” le fue expresamente encomendado por los cardenales que lo eligieron papa. Francisco ha sido un papa valiente, que no se ha detenido por el simple miedo a equivocarse. Como ha dicho en varias ocasiones, ha puesto en marcha muchos “procesos”, sin saber prever con precisión el resultado detallado, pero sí la dirección, y confiando en el acompañamiento del Espíritu. Esto, evidentemente, ha causado no pocos problemas a varios de sus colaboradores y no siempre ha sido apreciado por todos. Sin embargo, en una valoración global, ha tenido sin duda muchos aspectos positivos, sobre todo al presentar un rostro nuevo de la Iglesia y del papado, libre de cargas y tradiciones que había que superar.
En la relación pastoral, el “carisma” de Francisco ha sido el de la “cercanía”. La gente lo ha sentido cercano, sin distancias ni barreras, por su lenguaje concreto, sencillo y directo, sin pretensiones de discursos siempre precisos y exhaustivos, pero deseoso de dialogar con todos, de llegar a todos, incluso participando en programas de televisión populares. En ciertos aspectos, diría que ha habido casi un “in crescendo”.
Al principio del pontificado, las entrevistas eran una verdadera rareza, al final eran casi una avalancha. Personalmente, he podido seguir de cerca varios de sus encuentros, incluso con personalidades políticas y eclesiásticas importantes. Francisco tenía un don extraordinario para el trato personal sencillo, sincero, directo y cordial, que me hizo comprender lo que quería decir con la expresión que tanto le gustaba, la “cultura del encuentro”. Esto le ha permitido abrir puertas a veces inesperadas y muy importantes, como en la relación con el mundo musulmán, en la que ha dado pasos adelante indiscutibles. Cuando nos encontramos, podemos caminar en la misma dirección y tratar de construir una sociedad más fraterna, acogedora y justa, una casa común digna, una esperanza de vida eterna.