P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
La Iglesia celebra hoy la solemnidad de dos grandes columnas sin las que no podemos entender nuestra fe. Pedro es el primero en confesar a Jesús como el Mesías. En respuesta, Jesús le dice: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos” (Mt 16,18-19). Este pasaje ha sido interpretado en la tradición como la fundación del ministerio petrino, es decir, un liderazgo con dimensión visible, pastoral y doctrinal. La Tradición de la Iglesia así lo ha transmitido según valiosos testimonios que nos permiten comprender que, en su debilidad, está su grandeza. San Clemente Romano (fines del siglo I), tercer sucesor de Pedro en Roma, menciona a Pedro y Pablo como modelos de fe y sacrificio y afirma: «Por causa de los celos y la envidia, los más grandes y justos pilares fueron perseguidos y combatieron hasta la muerte… Pedro, que por envidia injusta sufrió no una ni dos, sino muchas pruebas, y después de haber dado testimonio partió al lugar de gloria que le correspondía» (1 Clemente, 5,1-4).
San Ireneo de Lyon (siglo II), subraya la autoridad derivada de Pedro al enfatizar: «La Iglesia de Roma fue fundada y constituida por los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo… con esta Iglesia, en razón de su preeminente autoridad, debe concordar toda Iglesia» (Adversus Haereses, III,3,2). San León Magno (siglo V) refuerza la fe de Pedro como don para la Iglesia entera y sostiene: «En Pedro permanece aquello que Pedro creyó… Lo que Cristo confirió a Pedro, en Pedro permanece para siempre» (Sermón 3, sobre el aniversario de su ordenación). Por su parte, San Pablo es conocido como el apóstol de los gentiles y arquitecto de la misión. Inicialmente perseguidor de los cristianos, es transformado por una visión del Resucitado. Desde entonces se convierte en el gran misionero del Evangelio, llevando la Palabra desde Jerusalén hasta Roma. Escribió 13 cartas que forman parte del Nuevo Testamento, donde desarrolla temas fundamentales: la gracia, la justificación por la fe, y la universalidad de la salvación. Basta con recordar: «Me he hecho todo para todos, para ganar por lo menos a algunos» (1 Cor 9,22). «Ya no hay judío ni griego… porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús» (Gál 3,28).
En su Homilía sobre Pablo, San Juan Crisóstomo (siglo IV) lo llama: «La trompeta del cielo, el instrumento de elección, el maestro del mundo… ardía con el fuego del Espíritu, y su boca era la boca de Cristo» (Homilía sobre San Pablo, PG 50,477). San Jerónimo, comentando sobre los apóstoles, señala: «Pedro fue el principio del sacerdocio; Pablo, el doctor de las naciones. Ambos fueron coronados en Roma, la ciudad del Imperio y del martirio» (prólogodel Comentario a Gálatas,). Aunque Pedro y Pablo tuvieron tensiones (cf. Gál 2,11-14), también compartieron la misma fe y martirio en Roma. Esta complementariedad se convirtió en símbolo de la unidad católica en la diversidad de carismas. San Agustín afirma con fuerza esta unidad: «Un solo día se celebra la pasión de ambos. Aunque sufrieron en días distintos, fueron uno solo. Pedro precede, Pablo lo sigue; una sola voz, un solo amor, una sola fe, una sola corona» (Sermón 295, sobre los apóstoles).
El martirio conjunto en Roma es visto como signo de la universalidad de la Iglesia: Pedro representa a los judíos creyentes, y Pablo a los gentiles convertidos. Juntos hacen visible el cumplimiento de la profecía de Isaías: “Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” (Is 56,7). Hoy, el Papa León XIV es plenamente sucesor de Pedro y continúa su misión como signo de unidad, en comunión con todos los Obispos de la tierra, mientras que toda la Iglesia está llamada, al estilo de Pablo, a salir en misión hacia las periferias, hacia una Iglesia en salida como lo decía el amado Papa Francisco. En una audiencia general, el Papa Benedicto XVI dijo: «Pedro y Pablo son, como dos columnas, el fundamento de la Iglesia una, santa, católica y apostólica. De ellos heredamos no solo la doctrina, sino el ejemplo de una vida totalmente entregada a Cristo» (Audiencia, 28 de junio de 2006). Pedro y Pablo no solo forjaron los cimientos históricos de la Iglesia, sino que siguen inspirando su vida presente. Pedro nos recuerda la necesidad de una Iglesia unida en la fe, anclada en Cristo; Pablo, la urgencia de una Iglesia en salida, que proclama el Evangelio sin fronteras. Unidos en su misión y en su martirio, son para todos los tiempos íconos de fidelidad, misión y comunión. Ninguno es mejor que otro. No es válido hacer comentarios frívolos sobre los ornamentos, el lugar de residencia o de vacaciones; no se trata de hacer comparaciones inútiles que solo logran alimentar a los enemigos de la Iglesia que, como animales salvajes, solo esperan la más mínima oportunidad para destrozar la unidad y la comunión.
Domingo 29 de junio de 2025.