P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

En el discurso que dirigió a los participantes en el encuentro internacional «Sacerdotes felices – yo los llamo amigos» (Jn 15,15), el pasado 26 de junio, el Santo Padre León XIV, abordó algunos temas que son motivo de debate y profunda preocupación para la Iglesia de hoy. En el fondo de la situación está una marcada falta de identidad con la que el sacerdote de hoy enfrenta su ministerio. Y no estoy haciendo referencia solamente a la cuestión sexual, tan promovida con quien quiere hacer escarnio del orden sacerdotal, sobre todo a causa de escándalos y abusos de algunos. Es un hecho que ni esto es exclusivo del sacerdocio ni, por otra parte, que todos los sacerdotes seamos pedófilos, homosexuales, borrachos o ladrones y que hay muchos hermanos que, a pesar de todo, son felices y dan testimonio creíble de la verdad, de la única que nos ha sido dada en Jesucristo. Conviene recordar cómo el Papa Inocencio III, gobernando una Iglesia desgarrada por dentro vio en sus sueños a San Francisco de Asís apoyando a la Iglesia y escuchando las palabras tan conocidas y desafiantes “Ve y repara mi Iglesia”.
En los momentos difíciles, ante las tentaciones de decepción y el deseo de dejarlo todo cuando hay soledad, frustración, amargura y cansancio, es importante no ahogar los sueños de los sacerdotes -jóvenes y viejos-, porque pueden ayudarnos a ver y creer mejor. Es en este contexto en el que las palabras del Papa deben ser interpretadas y asumidas para seguir aprendiendo a discernir y pasar de los signos de poder a poder de los signos. En estos tiempos en los que nuestra Madre, la Iglesia está sufriendo y se ve debilitado (Cf. 1 Cor 12,26), no es fácil ocultar que hemos sido causa de que muchos cristianos se alejen por nuestros malos ejemplos. También hay que decir que, con cierta frecuencia, compartimos un poco de la pasión de Jesús cuando, muchas veces, escuchamos las palabras “! Crucifícalo, Crucifícalo”! cuando nos quieren quemar vivos sin habernos siquiera escuchado y nos han ya condenado. ¡Cuánto debió haber sufrido el Papa Francisco con tantos infundios que sobre su persona y pontificado hicieron personas necias y algunos eclesiásticos llenos de arrogancia y soberbia!
Muchas veces, el clima de acoso es favorecido por los supuestos sabios, mal llamados “influencer”, de las redes sociales o de tantos charlatanes de los medios de comunicación que pretenden conocer la historia de la Iglesia, la teología y hacen comentarios infundados y llenos de veneno agrío que destroza la mente de tantos ingenuos cuya conciencia moral no bien formada, los lleva a creer, sin discernir, lo que se afirma. Ante tanto sufrimiento de muchos hermanos en el ministerio, León XIV les invitó a creer firmemente las palabras de Jesús: «Yo los llamo amigos» (Jn 15,15) e insistió en que «no sólo son una declaración afectuosa hacia los discípulos, sino una auténtica clave para comprender el ministerio sacerdotal. El sacerdote, de hecho, es un amigo del Señor, llamado a vivir con Él una relación personal y confidencial, alimentada por la Palabra, la celebración de los sacramentos y la oración diaria. Esta amistad con Cristo es el fundamento espiritual del ministerio ordenado, el sentido de nuestro celibato y la energía del servicio eclesial al que dedicamos nuestra vida; nos sostiene en los momentos de prueba y nos permite renovar cada día el “sí” pronunciado al inicio de la vocación».
Ha sido reconfortante reflexionar sobre las tres implicaciones, que, según el Papa, tiene esta palabra clave para la formación al ministerio sacerdotal. En primer lugar -afirmó- «la formación es un camino de relación. Convertirse en amigos de Cristo significa formarse en la relación, no sólo en las competencias. La formación sacerdotal, por lo tanto, no puede reducirse a la adquisición de nociones, sino que es un camino de familiaridad con el Señor que involucra a toda la persona: el corazón, la inteligencia, la libertad, y la moldea a imagen del Buen Pastor». Hemos decidido ser sacerdotes; no hemos dejado todo para hacer cosas, aunque éstas pudieran ser importantes. El Santo Padre recordó la centralidad del ministerio ordenado cuando enfatizó: «Sólo quien vive en amistad con Cristo y está impregnado de su Espíritu puede anunciar con autenticidad, consolar con compasión y guiar con sabiduría. Esto requiere una escucha profunda, meditación y una vida interior rica y ordenada.
En segundo lugar, la fraternidad es un estilo esencial de la vida presbiteral, implica vivir como hermanos entre sacerdotes y entre obispos, no como competidores o de forma individualista. La formación debe ayudar a construir vínculos sólidos en el presbiterio como expresión de una Iglesia sinodal, en la que se crece juntos compartiendo las fatigas y las alegrías del ministerio. De hecho, ¿cómo podríamos nosotros, ministros, ser constructores de comunidades vivas, si no reinara ante todo entre nosotros una fraternidad efectiva y sincera?». Ante nuestras debilidades, limitaciones y defectos, no debemos caer en la tristeza y la amargura ya que «formar sacerdotes amigos de Cristo significa formar hombres capaces de amar, escuchar, orar y servir juntos».
Domingo 20 de julio de 2025.