P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
Desde los primeros siglos del cristianismo, la figura de San Pedro ha ocupado un lugar privilegiado dentro de la estructura de la Iglesia Católica. La idea de que Pedro fue el primer líder visible de la comunidad cristiana no solo tiene raíces bíblicas, sino también una evolución teológica y eclesial significativa. El primado de Pedro no es una invención medieval ni un simple símbolo. Es una realidad teológica anclada en la Escritura, desarrollada en la Tradición, y vivida en la historia de la Iglesia. Su finalidad última es servir a la unidad de la fe y a la fidelidad al Evangelio, en comunión con todos los pastores del Pueblo de Dios. El punto de partida para comprender el primado de Pedro es el pasaje de Mateo 16,18-19: “Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos…”. El cambio de nombre de Simón a Pedro (del griego Petros, «piedra») indica una nueva identidad y misión. En la tradición bíblica, cambiar el nombre implicaba un llamado divino: como Abram se convirtió en Abraham, Simón se convierte en Pedro, símbolo de una misión fundacional.

En Isaías 22,22, vemos que las “llaves del Reino” evocan la autoridad confiada por el rey al mayordomo lo que sugiere que Pedro recibe una autoridad representativa en el Reino de Dios. Atar y desatar, términos técnicos rabínicos, implican autoridad doctrinal y disciplinar: la capacidad de tomar decisiones vinculantes para la comunidad. En otros pasajes, Jesús confía a Pedro una misión pastoral específica. En Lucas 22,32 le dice: “Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca; y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos”. Y en Juan 21,15-17, le encarga: “Apacienta mis ovejas”. Esto refuerza su papel de guía y garante de la unidad. Por otra parte, la tradición más antigua, sostenida por Padres de la Iglesia como Ireneo de Lyon y Eusebio de Cesarea, señala que Pedro murió mártir en Roma alrededor del año 64 d.C. Esta presencia en Roma no es solo geográfica, sino simbólica ya que, de este modo, se convierte en el punto de referencia de la Iglesia universal.
Aunque en los primeros siglos no existía una estructura papal como la actual, hay evidencias de un reconocimiento progresivo del liderazgo del obispo de Roma como lo constatamos muy brevemente en algunos padres: San Clemente Romano (finales del siglo I) interviene en una disputa de la Iglesia de Corinto, mostrando ya cierta autoridad moral. San Ignacio de Antioquía (siglo II) reconoce a Roma como la Iglesia que “preside en la caridad”. Los concilios ecuménicos de los primeros siglos, especialmente Calcedonia (451), reconocen el papel singular del obispo de Roma como heredero de Pedro. Con el tiempo, especialmente tras la caída del Imperio Romano de Occidente, los Papas asumieron un rol más institucional y político. La teología del primado se desarrolló con mayor claridad, particularmente con San León Magno (siglo V), quien sostuvo que el Papa habla con la autoridad de Pedro (ex cathedra Petri).
Durante la Edad Media, la autoridad del Papa fue ampliamente reconocida en Occidente, aunque no sin tensiones, sobre todo con los emperadores del Sacro Imperio. En Oriente, las Iglesias ortodoxas nunca aceptaron un primado universal de jurisdicción, aunque sí reconocen un primado de honor. En 1870, el Concilio Vaticano I definió solemnemente el primado de jurisdicción del Papa sobre toda la Iglesia y la infalibilidad papal, bajo ciertas condiciones (cuando habla ex cathedra sobre fe y moral). Esta definición fue una respuesta a los desafíos del mundo moderno, pero también una reafirmación del papel teológico del Papa como garante de la fe y la unidad de los cristianos. Más recientemente, el Concilio Vaticano II (1962–1965) no revocó el Vaticano I, pero ofreció una comprensión más amplia y eclesiológica del primado. En la Lumen Gentium, la Constitución dogmática sobre la Iglesia, se subraya que el Papa ejerce su autoridad en comunión con los obispos, dentro de un modelo colegial.
El Papa es, por tanto, servidor de la unidad, no figura autoritaria aislada. Esta perspectiva favorece el diálogo ecuménico con otras confesiones cristianas. Finalmente, algo de suma importancia que debemos recordar es que los testimonios patrísticos muestran que, desde muy temprano, la Iglesia reconoció en Pedro una función especial en el colegio apostólico y en la Iglesia universal. Esa función se mantuvo viva en la sede romana, como lugar de referencia para la comunión, la doctrina y la unidad. La teología del primado no es una invención posterior, sino una realidad que fue creciendo en claridad a medida que la Iglesia profundizaba en su identidad y misión. Los Padres de la Iglesia, en sus diversas regiones y contextos, ofrecen una convergencia notable: la sede de Pedro es el punto de referencia visible para la unidad de la Iglesia.
Domingo 6 de julio de 2025