El actual gobierno, y especialmente el presidente López Obrador, ha estigmatizado el intercambiar visiones e ideas, opina Enrique Quintana.
En los sistemas democráticos, hablar de política es hablar de negociación.
Si no hay una fuerza política única que tenga el control de los diversos poderes del Estado, regularmente, el proceso de gobernanza requiere que los partidos políticos representados en los órganos de gobierno deliberen y lleguen a acuerdos.
Para ello se requiere negociar, es decir, intercambiar visiones e ideas y aceptar los puntos de vista de otros.
En México, el actual gobierno, y especialmente el presidente López Obrador, ha estigmatizado este proceso que es inherente a las democracias.
En los regímenes autoritarios, en los que no hay contrapesos y existe una sola fuerza política que tiene la capacidad de gobernar sin entrar a un proceso deliberativo, las decisiones son verticales y no hay necesidad de negociar.
Pero, cuando se requiere llegar a consensos y no se logra, se da el fracaso de la política que puede tener como consecuencia la parálisis o la erosión de las instituciones.
Lo anterior viene a cuento por dos hechos que se han presentado en México en los últimos días: la selección de los nuevos consejeros del INE, incluyendo la consejera presidenta, mediante sorteo, así como la omisión en la elección de los consejeros del Instituto Nacional de Transparencia y Acceso a la Información (INAI).
El presidente López Obrador celebró que la designación de los nuevos consejeros del INE haya sido mediante una tómbola.
AMLO se alegró de que “no se cometiera el mismo error, el vicio de repartirse entre los partidos los cargos. Esta es una manera más democrática de elegir. En la antigua Grecia se usaba este método”.
Esa evocación explica quizás su gusto porque sean las asambleas en las plazas públicas las que tomen las decisiones en votaciones a mano alzada.
Lástima que ya pasaron muchos siglos desde que se usaban esos procedimientos y el hecho de que las sociedades se hayan vuelto mucho más numerosas y complejas, dio paso a la democracia moderna, a la que México trabajosamente llegó en las últimas tres décadas, tras muchos años del poder exclusivo del PRI.
La estigmatización de la negociación tiene como raíz la creencia de que solo la fuerza política que representa el gobierno autoritario tiene la razón, por lo que los demás deben ser excluidos.
La base de la democracia es la inclusión de las fuerzas políticas que cumplan con las reglas en los procesos de deliberación de las políticas públicas.
En México, en la elección de los nuevos consejeros del INE se eliminó dicho proceso de deliberación.
Si el artículo 41 de la Constitución no hubiera previsto la designación de los integrantes del Consejo General del INE mediante sorteo nos estaríamos enfrentando ahora a un INE incompleto y aún más frágil.
Ese ha sido el caso del INAI.
El pasado 31 de marzo, al término del periodo de Francisco Javier Acuña, como comisionado del INAI, el pleno de ese organismo quedó solamente con 4 integrantes de los 7 que debe tener, lo que le impide tomar decisiones que sean legalmente válidas.
El pasado 15 de marzo, el presidente de la República vetó los nombramientos de dos personas que había hecho el Senado: Ana Yadira Alarcón y Rafael Luna, por considerar que el procedimiento seguido para designarlos implicó un reparto de posiciones entre Morena y el PAN.
No objetó que los perfiles profesionales de las personas designadas por el Senado no cumplieran con los requisitos legales, sino que sus nombramientos fueran producto de una negociación entre partidos.
Esta determinación dejó de manifiesto nuevamente la percepción que AMLO tiene de la política y su aversión a la negociación, es decir a la necesidad de conceder espacios a las fuerzas políticas que tienen percepciones diferentes a las que él tiene.
¿Qué implicaciones tiene para el país el fracaso de la política, entendida como proceso deliberativo y de negociación?
Para quienes seguimos pensando que Winston Churchill tuvo razón cuando dijo que la democracia es el peor sistema de gobierno… con excepción de todos los demás, el signo es muy preocupante.
Si quien encabeza la fuerza política mayoritaria en México y tiene en sus manos la mayor concentración de poder de las últimas décadas le tiene una aversión a los procesos de negociación política a los que estigmatiza como “componendas”, existe la amenaza -implícita al menos- de un rechazo a todas las decisiones que provengan de la negociación.
¿Toleraría un gobierno de Morena en el futuro un Congreso en el que perdieran la mayoría absoluta y tuvieran que negociar leyes y presupuesto? ¿O estos procedimientos les resultarían intolerables?
¿Será por ello que AMLO denominó como Plan C a su visión de dar cero votos a los conservadores?
Creo que las preguntas resultan pertinentes. (El Financiero)