(Escrito dedicado a mi nieto consentido Sebastián)
Pocas celebraciones recuerdo, obligadas, allá en mis años de pantalones cortos; apenas tres sobresalientes en mi pueblo Jungapeo: el día del maestro, el de la madre y la eminentemente religiosa de la natividad del niño Jesús.
El día del maestro no tenía tanta enjundia y dependía del director. Como el eterno director de mi primaria era malquerido por casi todos sus alumnos, poco caso se hacía de su celebración; por ello había gran diferencia entre las tres. Sobresalía siempre la religiosa porque no implicaba gasto alguno y muchas de las exigencias eran eminentemente voluntarias.
Pero el tiempo vuela y las costumbres cambian: apareció el día de la enfermera, importado de Europa; el día del trabajo nacido en EE. UU. y así muchos otros cuyo festejo implicaba cerros de ganancias para los vendedores de obsequios y regalos, en muchos casos obligados.
Pronto las empresas comerciales se dieron cuenta que cualquier festividad implicaba para ellos montañas de billetes, y se dieron a la tarea de pujar los nacimientos del día del niño, el día de la mujer, el día del padre y muchos otros que año con año atacan terriblemente el bolsillo de padres y madres comprando, en muchos casos juguetes, objetos y enseres domésticos inútiles que pronto son abandonados no solamente por quienes los reciben sino por quienes los compran; en el mejor de los casos se descomponen porque a la falta de dinero se adquiere lo más corriente.
Así las cosas, esos festejos se han convertido en tiraderos de dinero para padres y madres; y por supuesto, enriquecimiento cada vez más jugoso para las empresas prestamistas que aflojan la lana; para las vendedoras de lo comprado.
Bueno, desde mi punto de vista debe haber alguna que verdaderamente sea obligada su conmemoración; y claro, mis ojos ven dos que implican la misma existencia: el día que uno llega al mundo porque por ello SE ES; y el sagrado conducto de la vida por donde se arriba.
Para arribar a este planeta azul el Dador de todos los bienes dio a la mujer, lo que bien se puede llamar el secreto de la vida, el SECRETO DE DIOS. No hay ninguna otra forma de llegar a este planeta Azul; en otras palabras, la mujer y nadie más, posee el sagrado conducto de la vida, el secreto de nacer.
Solo por ello hay que celebrarla; no solo en su día sino todos los de su existencia; respetarla; amarla y agradecerle siempre el habernos dado la vida; ¡No hay otra!
Mujer, te canto por ser buena, Por ser tierna y ser bella Y porque eres amor.
Mujer te canto porque encierras de la vida un poema y una bella ilusión.
Mujer te canto eternamente porque guardas por siempre ¡EL SECRETO DE DIOS!