“No sabemos lo que nos pasa. Y es precisamente lo que nos pasa”, decía José Ortega y Gasset en el confuso año de 1929. Nos dirigimos como sonámbulos hacia la autocracia en el mundo entero. La ofensiva para acabar con los controles y contrapesos democráticos es mundial: Trump y Netanyahu, Orban y López Obrador, Bukele y el polaco cuyo nombre olvido ¡mismo combate! Juan Domingo Perón enseñó a los populistas a demoler las instituciones estatales, no desde la calle, sino desde el Estado, liquidando la separación de poderes.
Anne Sinclair, famosa periodista, publicó el 31 de marzo en Le Monde un verdadero manifiesto en su calidad de francesa judía: “Hace tres meses que me da vergüenza y miedo lo que pasa en Israel… Vergüenza cuando veo al jefe de gobierno dispuesto a todo para escapar de la justicia que lo persigue desde hace mucho (…), a callar a la Suprema Corte, la única instancia, en un país sin constitución, capaz de oponerse a un gobierno cuyo poder no tendría límites.
Vergüenza de ver que se pudo, en el mismo Israel, emplear la palabra pogrom para una expedición punitiva organizada… “Pogrom”, palabra que para mí pertenece al martirologio judío; jamás hubiera imaginado que se podría aplicar a la acción cometida por judíos contra otro pueblo. Vergüenza que el secretario de Finanzas haya llamado a “arrasar” un pueblo árabe, haya dicho cosas calificadas como “repugnantes” por el gobierno americano. ¿Cómo pudo aquel ministro decir en París, hace quince días, que el pueblo palestino no existe?
Anne Sinclair lo dice todo: Israel peligra porque está amenazado por el gobierno más ultraderechista de su historia, ultranacionalista y fanáticamente religioso hasta el racismo. Al final de tres meses de una revuelta que alcanzó a los cuerpos militares de élite, Netanyahu tuvo que suspender su asalto contra la Suprema Corte y llamar a un “diálogo auténtico”. Conocemos al hombre: no ha dado marcha atrás, tiene un plan B y otros más, hasta agotar el alfabeto. Gana tiempo, pero sigue, con sus aliados, en su intento autocrático que, además, le permitiría resolver sus problemas judiciales personales (corrupción, abuso de poder). ¡Qué bueno que una buena mitad de Israel haya demostrado que los principios democráticos no son negociables! Saben que el proyecto de Netanyahu es el mayor peligro para la democracia.
Democracia que, por desgracia, no alcanza totalmente a los árabes ciudadanos de Israel, Estado que ahora se define como el “Estado judío”; sufren discriminación sistemática en todos los campos y eso explica que hayan participado muy poco en el gran movimiento de defensa de la democracia. Y ¿qué decir de los palestinos? Residentes de Jerusalén, habitantes de los Territorios Ocupados, son las primeras víctimas del gobierno actual, pero lo eran también de los gobiernos anteriores menos radicales. No pasa una semana sin palestinos abatidos por las fuerzas israelíes y la colonización sigue progresando de manera inexorable, día tras día. El pogrom al cual alude Anne Sinclair ocurrió el 26 de febrero en Huwara, cuando cientos de habitantes resultaron heridos y sus bienes saqueados e incendiados por la turbamulta de colonos: los asaltantes actuaron bajo la mirada imperturbable del ejército israelí. Ninguno ha sido inquietado por la justicia.
Es una vieja historia; la colonización y anexión en Cisjordania como en Jerusalén-Este, el bloqueo total de la Franja de Gaza no empezaron con el reino de Netanyahu. Desde 1967, colonos, dirigentes militares y políticos gozan de total impunidad, mientras que los 5 millones de palestinos que viven en los Territorios Ocupados están sometidos al buen placer israelí. Amigos lúcidos me dicen que hay que olvidar la solución de los dos Estados, una causa justa pero perdida y que hay que luchar para que, en el Estado israelí expansionista, los palestinos y los ciudadanos árabes (de segunda) sean verdaderamente ciudadanos en una verdadera democracia. ¿No será otra utopía? Los ministros extremistas del gobierno actual hablan de expulsar a los palestinos de Cisjordania y a los árabes israelíes. Si no lo logran y conservan el poder, encerrarán esos indeseables huéspedes en un gueto. Si se salva la democracia, los demócratas tendrán que pensar conjuntamente el destino de judíos y palestinos.
Jean Meyer, historiador en el CIDE