Hoy, hay 60 comisariadas ejidales, poco a poco se han insertado en los órganos de representación; sin embargo, todavía enfrentan resistencias de los hombres
Pachuca.— Romper paradigmas no es fácil y eso lo saben Eugenia Gómez e Irma Graciela Monroy, quienes son dos de las 60 presidentas del comisariado ejidal que existen en Hidalgo, apenas 0.038%.
Aquí, las mujeres aran la tierra, siembran y cosechan, pero difícilmente encabezan la representación de los núcleos agrarios o son dueñas de la tierra.
En esta entidad, más de 65% de las tierras son de propiedad social. Hay mil 57 ejidos y sólo 60 mujeres encabezan las comisarías y 10, las representaciones comunales.
Hay casos como el de Santiago Tlapacoya, donde tuvieron que pasar 100 años para que la presidencia de este órgano campesino recayera en una mujer. En Eugenia Gómez.
Históricamente, las mujeres sólo han acompañado a los hombres. Les llevan comida o “ayudan” en las tareas agrícolas, pero no tenían acceso a la tierra. El reparto consideraba al hombre como único sujeto agrario y con derechos exclusivos a la posesión.
Hasta 1971 la Ley Federal de la Reforma Agraria se modificó para dar los mismos privilegios a hombres y mujeres.
De manera paulatina, ellas se han insertado en estos órganos de representación, aún con muchas resistencias, sobre todo porque en el campo se imponen los hombres mayores, cuyo concepto es que las mujeres deben de estar en casa y en la cocina.
Las mujeres en el campo
Eugenia Dominga Gómez Copca es mujer campesina y maestra jubilada. Toda su vida ha girado en torno al campo. Recuerda que de niña era la “ayudante”. Hoy es la comisariada, la primera mujer en 100 años de su ejido.
Cuenta que llegó a esta representación a través de una planilla única, en la que no hubo oposición, por lo que ocupar las oficinas de la comisaría parecería fácil, pero a esa votación, explica, le antecedió toda una historia que viene desde la niñez.
Relata que a los cinco años ya acudía al campo, y a manera de juegos contribuía con las labores. Eugenia acompañaba a su abuelo, su padre y sus tíos; sus tareas eran ayudar a cargar costales, lazos y volear la semilla de avena, maíz o el cultivo que decidieran los mayores.
La labor de las mujeres, señala, consistía en llevar la masa para hacer tortillas y lo necesario para la comida. Mientras los hombres trabajaban la tierra, su madre se dedicaba a cocinar y a almacenar las pacas de forraje o el frijol.
“A mí me tocó arar la tierra y realizar de todo en el campo, hasta que entré a la Normal”, relata.
Dice que el acceso que ella tiene a la tierra provino de uno de sus tíos quien, al no tener hijos ni esposa le heredó sus bienes. Entre el campo y su profesión transcurrió su vida: “En ocasiones íbamos a las asambleas donde había que apoyar en tareas administrativas, por eso ya me habían invitado a participar en las elecciones a la comisaría, pero no pude aceptar”, dice.
Finalmente, el tiempo le permitió considerar la propuesta y el 18 de marzo de 2022 obtuvo la presidencia del órgano ejidal, que culminará en 2025.
Señala que ha sido difícil luchar contra el machismo oculto, la resistencia que por la espalda se le da a la mujer y esto prevalece en el campo de todo país.
“Hay quienes dicen que no sabemos y tampoco aceptan las reformas de la Ley Agraria. Salir a realizar gestiones acompañadas de hombres tampoco acaba de gustar en las comunidades”, comenta Eugenia.
En Santiago Tlapacoya hay 347 ejidatarios, algunos tienen problemas que Eugenia debe de resolver. Lamenta el abandono gubernamental en la que se encuentra el sector primario, al que se suman los fenómenos climáticos que arrasan o no dejan producir el campo, la falta de acceso a programas sociales, los altos costos de la semilla o lo barato que pagan de las cosechas.
Estos ejidos están cercanos a la mancha urbana en Pachuca, y al estar colindantes con los núcleos de población, la Secretaría del Medio Ambiente les impone las llamadas Unidades de Gestión Ambiental (UGA), con lo que no pueden sembrar sus tierras.
“Hay un porcentaje importante del ejido que tiene una UGA, por lo que mantienen un recurso de amparo para revertir esta clasificación que les afecta severamente”, subraya.
Expone que también son criticadas por su aspecto y su forma de vestir, porque trabajar en el campo, dicen, no les impide mantener su arreglo y aseveran que la maquinaria agrícola también ha hecho lo suyo.
Desde niña conoció el trabajo
El ejido Villa Aquiles Serdán surgió en 1924; cuenta con 354 hectáreas repartidas entre 96 ejidatarios; de estas tierras, 249 son para siembra de avena, cebada, calabaza y nopales, y el resto son de uso común, señala Irma Monroy, quien es la segunda comisariada mujer que tiene este ejido.
En el lugar, aunque hay 33 ejidatarias, encabezar la comisaría no ha sido fácil, porque el machismo sigue arraigado, explica Irma a EL UNIVERSAL.
Hay ocasiones en que los hombres consideran que no sabemos hacer las cosas y se portan renuentes, pero también hay quienes sí apoyan y hacen equipo.
La mayoría de las mujeres en este núcleo están por sucesión de derechos ejidales o viudez. En su caso, precisa, conoce el campo por su abuelo y su padre a quienes ayudaba en estas labores.
“Yo compré los derechos de la tierra y así me hice ejidataria en 2014”, cuenta con orgullo.
De nueve hermanos, Irma es la mayor y sólo ella y una mujer más se dedican a la agricultura: “Mi padre nos enseñó a participar en todas las labores, porque la tierra es de quien la trabaja”.
Irma hace un recuento de la dotación de tierras al ejido, las expropiaciones de gobierno y las ampliaciones. Actualmente, cada ejidatario tiene alrededor de seis hectáreas de tierra.
Reconoce que ahora ya no hace el trabajo duro, pero recuerda que hubo un momento en que sí realizó el barbecho de la tierra o abrir los surcos. Incluso, relata, durante la época de su abuelo le tocó arar con yunta de bueyes.
En este ejido, dice, hay un grave problema con la UGA, ya que de los 96 ejidatarios, únicamente entre 47 y 50 pueden realizar la siembra de granos. El resto han tenido que idear la manera de que la tierra produzca y han tenido que recurrir al nopal.
“Lo que vive el campesino es una vulnerabilidad. Los programas sociales no llegan y menos en nuestros ejidos que están en la mancha urbana, ya que no entran a las reglas de operación por estar en las zonas pobladas”, comenta Irma.
La tierra es de temporal, lo que resulta ser otro elemento en contra, ya que están a merced del clima, y son ya varios años en que registran pérdidas, ya sea por la sequía o el exceso de lluvia.
El procurador agrario en esta entidad, Andrés Velázquez, refiere que se ha impulsado la inclusión de las mujeres en el ejido, y aunque siempre se le daban los derechos a los hombres, ahora las mujeres pueden ser ejidatarias y líderes de sus comunidades.
Reconoce que las comisariadas en el país se enfrentan, sobre todo, a la desconfianza de los hombres, por lo que tienen que luchar por sus derechos y demostrar su capacidad.
“Aun si les explicamos que el trabajo es en beneficio de todos. La oposición se da sobre todo en las personas mayores, quienes se resisten al cambio. Lo que te queda es demostrar que el trabajo de una mujer vale igual o más que el de un hombre”, concluye.