Sin embargo, la noción de que el catolicismo es «nuestro» para remodelarlo en algo nuevo ha impregnado el «proceso sinodal» en toda la Iglesia mundial. También dominó el «camino sinodal» alemán, que parece cada vez más el döppelganger del Sínodo mundial, o quizá su caballo de batalla.
Por: George Weiwel
(ZENIT Noticias – Catholic World Report / Denver).- Uno de los peores textos de himnos contemporáneos nos invita a «Cantar la creación de una nueva Iglesia». Este mandato no sólo degrada la noble melodía del himno «Nettleton», sino que enseña una arrogancia pseudocristiana que es contraria al Evangelio. Conozco a más de un obispo que ha prohibido «Sing a New Church» en su diócesis. Esa prohibición debería aplicarse universalmente.
En las parroquias que se toman en serio su programa musical, «Nettleton» suele ser la melodía con la que se canta el himno «Dios te alabamos, Dios te bendecimos». Ese himno es una adaptación del antiguo Te Deum, uno de los himnos más solemnes de la Iglesia, y su tercera cláusula – «Dios te nombramos Soberano Señor»- nos recuerda por qué la admonición de «cantar para que nazca una nueva Iglesia» es una perniciosa tontería. El Dios Tres Veces Santo es señor soberano de la Iglesia; nosotros no somos señores de la Iglesia, sea cual sea nuestra posición en una comunión jerárquica de discípulos. Cristo dio a la Iglesia su forma constitutiva; el Espíritu Santo inspiró las Escrituras de la Iglesia y el desarrollo de su doctrina; Cristo y el Espíritu nos conducen al Padre. No creamos nuestra propia hoja de ruta para ese viaje, y cuando lo hacemos (como San Pablo pasó 16 capítulos explicando a los romanos) nos dirigimos a un serio problema.
Sin embargo, la noción de que el catolicismo es «nuestro» para remodelarlo en algo nuevo ha impregnado el «proceso sinodal» en toda la Iglesia mundial. También dominó el «camino sinodal» alemán, que parece cada vez más el döppelganger del Sínodo mundial, o quizá su caballo de batalla. Que la Iglesia tiene una «constitución» (en el sentido británico del término) dada por Cristo no se afirma con rotundidad en el Instrumentum Laboris del Sínodo-2023 (su Documento de Trabajo, o IL). Peor aún, las «Hojas de Trabajo» anexas al IL -que pre-estructuran las discusiones del Sínodo de una manera que parece incompatible con el llamado del Papa Francisco a la parrhesia («hablar libremente»)- enturbian las aguas eclesiales al poner sobre la mesa sinodal preguntas que una vez recibieron respuestas definitivas por parte del magisterio de la Iglesia. Así, la «Asamblea Sinodal» es invitada por la IL y sus Hojas de Trabajo a hablar sobre la creación de una nueva Iglesia, pero sólo hablando libremente sobre aquellos asuntos que la Secretaría General del Sínodo, que preparó la IL, considere urgentes y apropiados.
Esta no es la línea oficial, por supuesto. Al presentar el IL, el cardenal Jean-Claude Hollerich, SJ, relator general del Sínodo-2023, dijo que el propósito del Sínodo no era cambiar la enseñanza católica, sino «escuchar». A lo que cabe preguntarse: «¿escuchar con qué fin?». ¿Insinuaba el cardenal luxemburgués que ciertas cuestiones muy queridas por los progresistas católicos -las mujeres ordenadas diáconos; la ordenación de hombres casados (viri probati) como sacerdotes; la Sagrada Comunión para los casados fuera de la Iglesia; la enseñanza moral católica, especialmente en lo que se refiere a la sexualidad; el ejercicio de la autoridad dentro de las parroquias y diócesis; el cambio climático y sus implicaciones para la vida eclesial- no se han debatido y agitado ad infinitum (y en algunos casos ad nauseam) durante décadas? ¿Cuál es el propósito de airear todo esto de nuevo? Si lo que se sugiere es que los asuntos resueltos están en realidad sin resolver, entonces la apelación a «escuchar» es o muy mala teología o poco sincera (y está destinada a contribuir a un mayor enfado entre los católicos progresistas cuando lo inmutable no se cambia porque no se puede cambiar).
Como autor de “Catolicismo evangélico: Reforma profunda en la Iglesia del siglo XXI”, estoy totalmente comprometido con una Iglesia permanentemente en misión en la que los católicos hagan suya la Gran Tarea que recibieron el día de su bautismo: «Id y haced discípulos a todas las naciones» (Mateo 28:19). Estoy convencido, además, de que uno de los males del IL -el «clericalismo»- es, de hecho, un obstáculo para afrontar los retos de la Nueva Evangelización: si por clericalismo se entiende un liderazgo autocrático. Habiendo escrito más de 1.500 de estas columnas en la prensa católica a lo largo de décadas, apoyo plenamente una Iglesia «que escucha», cuyo liderazgo ordenado toma en serio las aportaciones de los laicos.
También creo que cuando los católicos dicen «es nuestra Iglesia y tenemos que recuperarla», cometen un grave error. Porque la Iglesia es la Iglesia de Cristo – su Cuerpo Místico (como enseñó Pío XII), llamada a llevar su luz a todas las naciones (como enseñó el Vaticano II en su Constitución Dogmática sobre la Iglesia), y a hacerlo con «la alegría del Evangelio» (como el Papa Francisco llamó a su primera exhortación apostólica).
No vamos a cantar, ni a hablar, ni a hacer «nacer una nueva Iglesia». Esa debe ser la premisa que guíe el «proceso sinodal» mundial que está previsto que culmine en Roma en octubre de 2023 y octubre de 2024, si queremos que estos ejercicios den frutos evangélicos y espirituales.
Traducción del original en lengua inglesa realizada por el director editorial de ZENIT.