Alguna vez, en uno de los años en los que se puso a fincar una casa familiar en el pueblo de Parajungácuaro, Roberto contrató a un albañil, macuarro o media cuchara, para que construyera un gallinero, más rústico que moderno. La búsqueda recayó en Alfonso, un sencillo y humilde operario de la mezcla; primeramente, porque poseía alta generosidad para sus semejantes, y un cariño desmedido por los animales, entre ellos las gallinas rojas ponedoras, que por ese tiempo abundaban en el corral. De eso, que sí sabía cuidar, a presumir de constructor, estaba muy lejos de serlo; de la albañilería no conocía sino el a, b, c; esto es, apenas lo indispensable para levantar unos muretes como para darle base a postes, morillos y alambradas del mencionado gallinero.
El Chufiro, apodo que le acomodaron por quién sabe cuáles y cuántas virtudes y características, tenía un desmedido gusto por los alipuses; lo que en buena castilla quiere decir que era alcohólico y de los buenos, de los consuetudinarios; que por otra parte, tienen tanta fuerza de voluntad que… no necesitamos del auxilio del AA, ni de naiden porque el día que quera, ese día me retiro del alcohol…. Claro que ese día nunca llegaba porque presumía de ser muy católico y muy devoto de Santo Domingo, que es que porque había nacido un día domingo según decires de la abuela; y pa festejar endebidamente como es debido, lo tengo que celebrar al menos tres días antes y tres días después de la fecha. Adicionalmente argumentaba que como no tenía fe de bautismo, tampoco tenía fecha de nacimiento y pa no errarle… tomo exclusivamente tres días antes y tres días después de los domingos, posible fecha del festejo; en consecuencia, su beodez era de un día sí y todos los demás también.
El Chufiro siempre se hacía acompañar de dos o tres de sus compadres preferidos: Martín, el Pataguas; Balde, el Panes; Chucho, el Jorobas; o algún otro. Y eso porque decía que él no era alcohólico en grado tres o cuatro, sino alcohólico social; y que para justificar el calificativo de social, era mucha su afición para no fallar en eso de convidar a sus amigos y compadres a entrarle a la beberecua.
Pues bien, sucedió que un día 15 de septiembre, como todos los días de los festejos del mes patrio, su compadre Antonino quiso ponerse a tono con el Chufiro y sus varios convites que a veces le cantaba, y ni tardo ni perezoso reunió a toda la mantada de compadres, y con la orden anticipada dada a su vieja de … hija hazte un molito pa celebrar como Dios Manda… se llevó unos cartones de cerveza, pa bajar el mole encumplidamente y que no se atore ningún bocau en el galillo, pa que dispués no anden dihocicones hablando lo que no.
Así que mole, cervezas y uno que otro tequilita que salió de quién sabe dónde, y ya estaban todos los amigos y compadres, a duro y dale, celebrando el día del grito, y en acción permanente y sin interrupciones, en el afán de gozar y terminar con aquel sabroso guajolote en mole poblano, base del comelitón.
En plena acción bacólica, por eso del dios Baco, ya cerca de las doce de la noche, armados todos ellos con sendas pistolas, hicieron la insinia de disparar al cielo, al grito de mueran los gachupines (como quien dice los rajones de aquellos tiempos). La Hermelinda, mujer del Antonino, ni tarda ni perezosa y haciendo gala de un genio de los mil demonios, les puso el alto, escoba en la mano, y sin consideración alguna por ningún grado del compadrazgo, los puso de patitas fuera del jacal… ¡Cabrones! ¡Quéseso de querer balaciar el cielo y sin salirse del jacal! ¡Sácati muchua la chingada tú y tus gorronis…!
Apenas en el exterior de la casa, Alfonso el Chufiro, siempre magnánimo y compadecido, se hizo escuchar en sonoro ofrecimiento… Compadritu, no te apures, que si tu vieja no te dejó echar bala pa celebrar como se debe la rebelión quiso Don Costilla, jálenli pa la casa quiallá no mandan las naguas de mi vieja, yai si puedin balaciar a gustu…
Así las cosas, el grupo todo, todavía con botellas pegadas al tragadero y armas de fuego en mano, hizo camino para la casa del Chufiro. En entrando, y sin decir agua va, se dieron vuelo y gusto hasta descansar el odio y rencor acumulados por gracia y culpa de los españoles, y tiraron bala y más bala sobre el primitivo y endeble techo de la vivienda, cuyas láminas de cartón, asbesto y teja quedaron destrozadas luciendo agujeros mil, en toda su estructura. Ya concluida la balacera, y en el recuento de los daños, la Aniceta, humilde mujer del Chufiro, con todo comedimiento, con voz sedosa y en bajo volumen, para no exasperarlo y hacerse merecedora de la golpiza que le endilgaba después de cada borrachera, le reclamaba… que no quedó intera niuna sola pieza del tejau, yaver cómu nos vair con las aguas… a ver sies ciertu quiora vienin ayudarti arreglar el jacal…
Al día siguiente, y como era usual los dieciséis de septiembre en aquel pueblo, en pleno desfile se abrieron los cielos en llanto quejumbroso de rayos y truenos, y se soltó un aguacero de Dios guarde lhora; de tal modo que Alfonso, en plena cruda; Aniceta su vieja, compungida, desolada y triste por haber perdido su jacal que apenas tenía después de más de veinte años de arrejuntados; y su numerosos y malcomidos guaches, tuvieron que cubrirse con lo que hallaron y buenamente los vecinos caritativos les prestaron.