El poderoso tlatoani suele sentir la necesidad de mostrar que, mientras hay vida, hay poder.
Cuando inicia la cuenta regresiva de este gobierno y los días restantes parecen como agua escurriéndose entre las manos, el poderoso tlatoani suele sentir la necesidad de mostrar que, mientras hay vida, hay poder; así ha ocurrido en el pasado.
Cuando solo faltaba un mes para entregarle la banda presidencial a su cuate de la adolescencia, el presidente Luis Echeverría decretó las expropiaciones de tierras en los valles del Yaqui y del Mayo, en Sonora; su gobierno concluía en un escenario de desarreglos económicos y dura confrontación con los empresarios.
En el último informe de gobierno y ante la fuga de capitales, José López Portillo anunció el control de cambios y la expropiación de los bienes bancarios. La sede del Congreso se convirtió en La Casa de los Sustos. El presidente electo, Miguel de la Madrid, mostró su reprobación con un aplauso fingido. En contraste, el sexenio de Miguel de la Madrid concluyó con sobriedad y recato.
Para el Gran Salinas, 1994, el último año de su mandato, coronaría el tránsito de México a la modernidad con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio (TLC), sin embargo, la rebelión zapatista del 1 de enero, anticipó lo que sería nuestro annus horribilis, marcado por los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, los secuestros de Alfredo Harp Helú y Ángel Losada, la fuga de capitales y una economía prendida de alfileres.
La oferta de López Obrador de llevar a México a La tierra prometida termina con millones de mexicanos agradecidos, pero un país maltrecho, con resultados frustrantes. A un costo criminal canceló el nuevo aeropuerto de Texcoco y convirtió la base militar en el aeropuerto Felipe Ángeles que (casi) nadie usa; ordenó construir una refinería, la Olmeca, con sobrecostos de escándalo y escasa rentabilidad; el Tren Maya es un proyecto levantado a costa de lastimar la selva y cuyos resultados son inciertos; el sistema de salud, que en sus delirios estaría al nivel de Dinamarca, exhibe una precariedad inocultable, lamentable.
No es todo: para realizar sus grandes proyectos destruyó instituciones y desfondó la hacienda pública y hoy, agotados todos los “guardaditos”, ha tenido que recurrir a un costoso endeudamiento. Además, entregó a las fuerzas armadas poder y negocios, mientras la mancha delincuencial avanza y México exhibe un número sin precedente de homicidios y desaparecidos.
Pero nada de esto importa porque Andrés Manuel vive una realidad alterna y los incrementos a los salarios mínimos, las pensiones sociales y las mañaneras mantienen a millones de mexicanos en el espejismo (estamos viviendo “un momento estelar en la historia de México”). Un líder popular, pero un gobernante reprobado, como lo define Pepe Carreño Carlón.
Pero hay un ingrediente que puede descomponerlo todo: si Morena pierde la Presidencia en las elecciones del 2 de junio por menos del 5%, el escenario se volverá convulso porque el hombre que nunca ha reconocido una derrota, intentará desquiciar la vida pública. De ser así, el fin de sexenio será peor que los de Echeverría y López Portillo.
(El Universal)