Los “huesos” del Pan de Muerto

Su forma distintiva evoca una calavera o cráneo y generalmente cuenta con cuatro o más “huesos” que representan extremidades.

Sonya Santos

Desde tiempos inmemoriales, diversas culturas en todo el mundo han llevado a cabo rituales de ofrenda de alimentos en honor a sus seres queridos fallecidos, a figuras históricas ilustres y a las deidades guardianas del más allá. A lo largo de la historia, estas ofrendas han evolucionado en su forma, circunstancias y escenario, y en nuestro país no es una excepción.

La celebración del Día de Muertos en México se destaca como una de las festividades más emblemáticas y ricas en significado. Su evolución es una amalgama compleja de influencias, que incluyen elementos católicos, europeos, precolombinos y populares que se han fusionado a lo largo de los siglos, dando como resultado esta festividad única y colorida, la cual ha sido merecidamente reconocida como Patrimonio Intangible de la Humanidad.

Los días fundamentales en esta celebración son el 1 y 2 de noviembre. El primero, conocido como el Día de Todos los Santos, se dedica comúnmente a los niños y jóvenes que han fallecido. El 2 de noviembre es el Día de los Fieles Difuntos, destinado a los adultos que nos dejaron. Además, en México, el clamor popular indica que el 28 de octubre es el Día de los Matados, recordando a quienes han perdido la vida en accidentes, y el 30 de octubre es el Día de las Almas que están en el Limbo, honrando a los niños que fallecieron sin ser bautizados.

La veneración de la muerte se remonta a la época prehispánica, donde civilizaciones como los mexicas compartían la creencia de que la muerte era un eslabón esencial en el ciclo de la vida. Por lo tanto, en lugar de ser un evento triste, la muerte se celebraba con alegría. Sin embargo, la llegada de los misioneros católicos europeos en el siglo XVI, durante la evangelización de México, marcó un momento crucial en la evolución de esta festividad. Los indígenas adoptaron elementos de la religión católica, entrelazándolos con antiguos dogmas, lo que llevó al sincretismo religioso que perdura en el Día de Muertos.

Una de las principales tradiciones es la creación de Altares de Muertos, rindiendo homenaje a los seres queridos que han cruzado al más allá. Estos altares están adornados con fotografías de los difuntos, así como con sus comidas y bebidas favoritas, en la creencia de que los espíritus regresan a disfrutar de los manjares y vagar por el mundo terrenal.

El calendario católico se basa en la vida y muerte de Jesús y la conmemoración de santos y mártires, a quienes se les asignan días especiales. Esto dio lugar a la veneración de las reliquias de santos, convirtiéndolas en un negocio lucrativo durante la Edad Media, convencidos de que actuaban como intermediarios entre Dios y la humanidad en el juicio después de la muerte. Estas reliquias podrían ser desde huesos, uñas, cabellos, objetos personales, restos de la verdadera cruz, o incluso sangre.

En los reinos católicos de León, Aragón y Castilla, se desarrolló la tradición de crear alimentos especiales para celebrar las festividades, destacando dulces y panes que imitaban reliquias, representando “huesos de santos” que se podían degustar en diversas formas y sabores, como cráneos, astillas de huesos y esqueletos completos. En México, estas tradiciones evolucionaron para incluir las icónicas calaveras de azúcar y una variedad de figuras conocidas como “alfeñiques”, dulces que imitaban esos vestigios. Los más populares eran los elaborados en los recintos conventuales de monjas.

Hoy en día, el pan de muerto es uno de los alimentos más emblemáticos para consumir durante estas conmemoraciones. Su forma distintiva evoca una calavera o cráneo y generalmente cuenta con cuatro o más “huesos” que representan extremidades. La parte superior a menudo se adorna con un círculo que simboliza la cabeza, a veces decorado con granos de azúcar que representan las lágrimas de los difuntos, aunque las interpretaciones simbólicas son innumerables. Este pan no solo es un manjar delicioso, sino también una bella alegoría de la conexión entre la vida y la muerte que se celebra en el Día de Muertos en México.

Dato curioso: debido a la obsesión por las reliquias “originales”, es decir, las “verdaderas” de los santos, en 2017, la Santa Sede respondió a la proliferación de éstas que estaban en venta vía internet al emitir una regulación que prohíbe la comercialización no autorizada de los objetos, informando que se necesita un certificado eclesiástico para verificar su autenticidad. Tenga usted cuidado con los huesos piratas, mejor compre su Pan de Muerto. (El Universal)

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