Es impresionante la fuerza con la que algunos eventos quedan impresos en nuestra memoria afectiva y, con el tiempo, se hacen presentes para ratificar lo que han significado en nuestra vida. Aunque parezca banal, uno de estos momentos lo representó en mi historia la biografía fílmica de José Mojica que, en 1959, fue proyectada con el nombre de “Yo Pecador” en el cine “Rex” de Paracho, mi pueblo natal. En forma por demás casual, hace muy poco, volví a ver esa película y, entre otras cosas, recordé que fue uno de los instrumentos que el Señor usó para despertar en mí el deseo de ser sacerdote. Ni siquiera había terminado la escuela primaria y le pedí a mi tío Florencio que me ayudara a entrar en el seminario. Yo también quería ser como Pedro Geraldo, el autor que representa a Mojica en su juventud de cantante y actor de cine en el pionero Hollywood de películas hispanas y quien luego diera un giro completo a su vida al entrar como franciscano en un convento de Lima, Perú y más tarde, pedir ser ordenado sacerdote. Por otra parte, ¡admiraba tanto a mis tíos, los dos sacerdotes!
En una de las escenas más significativas, una bella joven (Manola Saavedra), en cuyo papel irradiaba alegría y serenidad, oye cantar a Mojica y, sin apenas conocerse, le comenta que hacía ese largo viaje por barco para entrar en un convento como monja carmelita. Es ahí donde, le dice al atolondrado cantante -quien no era feliz a pesar del gran éxito que ya había logrado-, que cuando tuviera una duda le pidiera una señal a Santa Teresita del Niño Jesús y le regala su libro “Historia de un alma”. La señal que debía pedir era “una rosa roja y una rosa blanca”. Como mis sentimientos eran muy semejantes a los de Mojica cuando mi papá (con una enorme sabiduría) no me dio permiso para entrar entonces en el seminario, le pregunté a mi tío José, jesuita, si eso podía ser verdad. Él, con la sencillez y la sabiduría que le habían dado las pruebas y el sufrimiento en la vida religiosa, me explicó la historia.
El Padre Putigan, también sacerdote jesuita, el día 3 de diciembre de 1925, comenzó una novena en honor a Santa Teresita del Niño Jesús, pidiendo a la milagrosa santa una gracia importante. Con esta intención comenzó a rezar durante la novena, veinticuatro “Glorias” al Padre, en acción de gracias a la Santísima Trinidad, por los favores y gracias concedidos a la santa durante los veinticuatro años de su existencia terrena. Pidió una señal de que su novena era escuchada; esta señal sería recibir una rosa roja fresca y entreabierta. En el tercer día de la novena, una persona buscó al Padre Putigan y le ofreció una rosa encarnada. El día 24 de diciembre del mismo año, el jesuita, comenzó una segunda novena y pedía ahora como señal una rosa blanca. En el cuarto día de la novena, una hermana enfermera del hospital, le trajo una rosa blanca y le dijo: “Aquí está una rosa blanca que Santa Teresita envía a usted”.
Sorprendido, preguntó el padre: “¿De dónde viene esta rosa?”. La religiosa respondió: “fui a la capilla donde se encuentra adornada una imagen de santa Teresita, y al aproximarme al altar de la santita, cayó a mis pies esta rosa. Quise colocarla de nuevo en el jarrón, pero me acordé de traerla a usted”. El padre alcanzó las gracias pedidas en la novena y resolvió propagarla formando una cruzada de oraciones en honor a Santa Teresita. La novena de los veinticuatro Glorias al Padre se suele hacer del 9 al 17 de cualquier mes y con ella podemos participar en la comunión de oraciones de los que la hacen. ¡La historia narrada en aquella película era verdadera! Y, aunque parezca banal, dejó una profunda huella en un niño con deseos – aun sin aclarar- de servir al Señor. Pero, ¿a qué viene todo esto? Simplemente he querido introducir un hecho eclesial, éste sí, de especial importancia.
El pasado 15 de octubre, el Santo Padre publicó la Exhortación Apostólica sobre Santa Teresita con el título: «La confianza en el amor misericordioso de Dios». Se trata de un hermoso documento que aun cuando puede parecer extraño, puede ser mejor entendido si se comienza a leer por el final y, más concretamente, por el número cincuenta y dos que describe la urgencia de los retos que debemos afrontar como sociedad y como Iglesia. El Papa afirma: «Del cielo a la tierra, la actualidad de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz perdura en toda su “pequeña grandeza”. En un tiempo que nos invita a encerrarnos en los propios intereses, Teresita nos muestra la belleza de hacer de la vida un regalo. En un momento en que prevalecen las necesidades más superficiales, ella es testimonio de la radicalidad evangélica. En un tiempo de individualismo, ella nos hace descubrir el valor del amor que se vuelve intercesión. En un momento en el que el ser humano se obsesiona por la grandeza y por nuevas formas de poder, ella señala el camino de la pequeñez. En un tiempo en el que se descarta a muchos seres humanos, ella nos enseña la belleza de cuidar, de hacerse cargo del otro. En un momento de complicaciones, ella puede ayudarnos a redescubrir la sencillez, la primacía absoluta del amor, la confianza y el abandono, superando una lógica legalista o eticista que llena la vida cristiana de observancias o preceptos y congela la alegría del Evangelio. En un tiempo de repliegues y de cerrazones, Teresita nos invita a la salida misionera, cautivados por la atracción de Jesucristo y del Evangelio».
Domingo 12 de noviembre de 2023.