La investidura presidencial a la que se refiere López Obrador no es más que un patético disfraz teatral, bajo el que se esconde un autoritario.
Ahora resulta que al presidente le importa la investidura presidencial. Recurso que invoca cuando evade responsabilidades, cuando evita confrontación con una creciente ciudadanía insatisfecha, por un gobierno incapaz e ineficiente.
La misma semana que fue a Badiraguato, a rendir pleitesía a la catedral del narcotráfico histórico de Sinaloa, cuna del Chapo Guzmán, residencia familiar; reporteros le preguntaron ¿por qué no va a Acapulco? ¿Por qué no va a encontrarse con las víctimas y los damnificados?
Y la respuesta es humillante, cínica, escandalosa.
“Tengo que cuidar la investidura”, no puedo ir a que me maltraten e insulten, no a mí, sino a la investidura —palabras más, palabras menos—.
No le ha importado la investidura, cuando ha dedicado meses enteros de su gobierno al insulto y al denuesto de empresarios, periodistas, comunicadores, jueces, magistrados, ministros, académicos.
No le ha importado la investidura, cuando ha engañado con rifas y sorteos el despilfarro de los bienes de la nación.
No le ha importado la investidura, cuando ha protegido a corruptos dentro de su gobierno, a la luz y la vista de todos.
No le ha importado la investidura, cuando ha violado los principios de política exterior mexicana, al insultar a otros gobernantes, desconocer a presidentes electos, pretender dar lecciones desde un púlpito inexistente.
Nunca como ahora un presidente de México ha pisoteado la investidura presidencial. Nunca como ahora, se han menoscabado instituciones del Estado mexicano que costaron décadas construir.
López Obrador ha utilizado la investidura para cobijarse y protegerse de lo que le resulta incómodo, de la rendición de cuentas y resultados que debiera ofrecer como funcionario electo.
La actual investidura presidencial está tan derruida, como el estado general del gobierno.
El retroceso democrático en México, va de la mano con la agujereada, circense, investidura presidencial de carpa.
Un jefe del Estado incapaz de llamar a los mexicanos a la unidad, a la construcción de un país próspero para todos, a evitar las persecuciones y la cacería de sectores y líderes.
AMLO no va a Acapulco porque no quiere que la gente le reclame —con razón justificada— por la tardanza del gobierno en responder, en prevenir, en atender. Porque no da la cara para enfrentar la inconformidad. Prefiere, como es su costumbre, refugiarse en su Palacio —que es nuestro— para repetir la cantaleta de que todo está bien, y que no hay emergencia nacional. La ciudadanía se lo va a cobrar, por muchas caravanas que le haga al narco y al crimen organizado.
La investidura de AMLO está manchada de sangre por cientos de miles de asesinados y desaparecidos en México por la inacción de su gobierno. Ahí están las cifras del Secretariado del Sistema Nacional de Seguridad y del Observatorio Nacional Ciudadano.
La investidura debiera representar el respeto institucional al cargo y la alta responsabilidad que conlleva, colocar a México por encima de sus intereses ideológicos y de grupo, reducir la desigualdad, combatir el crimen y la corrupción.
Como ha sucedido todo lo contrario, esta investidura no es más que un patético disfraz teatral, bajo el que se esconde un autoritario embozado, un obsesionado con el control y la simulación progresista.
López Obrador es, tal vez, el presidente más conservador que hemos tenido en los últimos 50 años, que busca, impulsa, promueve regresar a un México viejo con fórmulas gastadas: en energía —con una autosuficiencia inalcanzable y a un precio mortal—, en salud —con la destrucción de un modelo que otorgaba servicios a millones, sin ser sustituido por nada— y en educación —con un rezago y abandono que nadie atiende porque lo importante, es contar la leyenda de una transformación inexistente—.
Invocar la investidura es un insulto a los mexicanos, cuando hemos padecido cinco años a un presidente pendenciero, provocador, destructor institucional, con la falsa bandera de un nacionalismo distorsionado.
No hay investidura ninguna; no tenemos un presidente, en toda la extensión de la palabra, a un jefe de Estado. Tenemos a un líder social, experto en la manipulación, ocurrente, cuentachistes, que prefiere a un México pobre, desigual, violento como nunca antes, porque le obedece y lo controla.
El costo será muy alto para este país. (El Financiero)