Todo idioma se halla constituido por un sistema de signos orales que los seres humanos utilizamos para comunicarnos entre nosotros. Refiere, por tanto, toda una organización sistemática de estructuras lingüísticas. A lo que hay que sumar la escritura y la señalética como derivaciones suyas. Ventana de la cultura, el idioma constituye un vehículo esencial para asomarse a la cosmovisión de sus hablantes. Y habiendo tantos y tan diversos idiomas, el multilingüismo no sólo favorece el intercambio sociocultural, sino que favorece el acceso a concepciones exógenas.
De ahí que en México la Constitución dictamine que el Estado, a través de sus tres órdenes de gobierno, tenga la obligación de reconocer, proteger y promover la preservación, el desarrollo y el uso de las lenguas nacionales (Art. 5), así como de garantizar el derecho de cada ciudadano a comunicarse y ser escuchado -y educado- de manera oral y escrita en su idioma materno. Y poder utilizarlo en cualquiera de sus actividades socioeconómicas, políticas, religiosas y culturales, (Art. 9).
Por eso el pasado 21 de febrero, Día Internacional de la Lengua Materna, se tomó como tema central la “Educación multilingüe: pilar del aprendizaje intergeneracional”. Lo que implica salvaguardar, a toda costa y de urgente manera, la diversidad lingüística, representada en nuestra por 291 lenguas.
Con una enorme disparidad: 93% de la población habla el castellano (circa 118 millones) y 290 lenguas distintas el 7% (circa 12 millones). Ejemplificando, sólo 48 personas en Atzingo hablan el matlatzinca; el tepehua del suroeste, 8,187; en nuestro estado, 118 mil el p’urhépecha… En ese sentido, los artículos 5 y 7 de nuestra Constitución, al menos a la letra, les hacen justicia.
Justicia que, por desgracia, no hace en su trato ordinario y/o en sus actividades pastorales, notariales y actos cúlticos, ni de jure ni de facto, al pueblo p’urhépecha, nuestra diocesana Iglesia. Queda como deuda, antes de que sea demasiado tarde, que cada parroquia y cada sacerdote reconozca y asuma la lengua materna como un elemento esencial para el anuncio de la Buena Nueva.