P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
En la homilía de aquella memorable eucaristía del 5 de abril del 2005, cuando se celebraba la misa «Pro eligendo pontifice», el entonces Cardenal Joseph Ratzinger, Decano del Colegio Cardenalicio, al explicar la Carta a los Efesios (Ef 4, 14), nos invitaba a reflexionar sobre el significado del camino hacia «la madurez de Cristo» o, más precisamente -decía-, de la «medida de la plenitud de Cristo», a la que estamos llamados a llegar para ser realmente adultos en la fe. Sus palabras han resultado proféticas porque cada vez más nos resulta más difícil vivir nuestra fe desde esa madurez y preferimos «seguir siendo niños en la fe, menores de edad». El Cardenal añadía: «¿En qué consiste ser niños en la fe? San Pablo responde: significa ser “llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina…” ¡Una descripción muy actual! ¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!».
A casi veinte años, estamos cada vez más inmersos en una sociedad líquida habituada ya a mentir, a despreciar los valores más elementales ya sean civiles, sociales, políticos y, por supuesto, religiosos. Su reflexión adquiere un realce mucho mayor en la situación que estamos viviendo en nuestro país, y lo que nos espera, ante el inicio de las campañas para las elecciones del próximo 2 de junio. Las palabras de Joseph Ratzinger, describen una situación, que lamentablemente, sigue siendo muy actual por lo que constatamos diariamente en las redes sociales, los medios de comunicación y en el actuar cotidiano de la gran mayoría de los actores sociales en México. Se enfatizaba: «La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc.
Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (cf. Ef 4, 14). A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse “llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina”, parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos». Desde mi punto de vista, debemos reaccionar para no caer en esa nefasta dictadura del relativismo y estar atentos para evitar la comodidad de la mentira a la cruda realidad de la verdad. Me ha parecido prudente reproducir lo que cuenta una antigua leyenda -de autor desconocido-, que, a la letra, dice: «Un día,la Verdad y la Mentirase encontraron. “Buen día”, saludó la Mentira. “Buenos días”, respondió la Verdad. La Mentira, siempre astuta, comentó: “Hermoso día”.
La Verdad, curiosa, se asomó para comprobarlo y, efectivamente, era un día espléndido. “Hermoso día”, admitió la Verdad. “El lago está aún más bello”, añadió la Mentira. Al mirar hacia el lago y ver que la Mentira no mentía, la Verdad asintió. Entonces, la Mentira propuso con entusiasmo: “El agua está maravillosa. Nademos”. En el lago, la Verdad, cautivada por la belleza del entorno y la agradable temperatura del agua, decidió confiar en la Mentira. Ambas se desvistieron y disfrutaron de un refrescante nado. Sin embargo, la Mentira tenía un plan: salió primero del agua, se vistió rápidamente con la ropa de la Verdad y se alejó. La verdad, incapaz de vestirse con la ropa de la mentira, comenzó a caminar desnuda. La gente se horrorizaba al verla pasar. Por eso, hasta el día de hoy, la gente prefiere aceptar la mentira disfrazada de verdad en lugar de enfrentar la verdad en su forma más pura y desnuda».
Nieztsche ha enfatizado que la verdad triunfa sobre sí misma, la mentira necesita siempre complicidad y expresa: “Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti”. Por esa razón, estemos atentos a no dejarnos embaucar por la mentira y esforcémonos para que la verdad desenmascare a todos aquellos que mienten, porque éstos «tienen por padre al diablo y quieren realizar los malos deseos de su padre. Ha sido un asesino desde el principio, porque la verdad no está en él, y no se ha mantenido en la verdad. Lo que le ocurre decir es mentira, porque es un mentiroso y padre de toda mentira» (Juan 8, 44).
Domingo 3 de marzo de 2024