Geoliteratura que mueve el mundo: el poder de la diplomacia y la fascinación de los libros. También en la acción internacional de la Iglesia. Entrevista con el diplomático Fernando Gentilini.
(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma, 22.).- Tome el Evangelio de Juan, el Paraíso de Dante y la Providencia de Manzoni y obtendrá una buena imagen de Europa, según De Gasperi. O Tolkien y Dostoievski para entender algo más sobre el pontificado de Francisco (y los documentos pontificios). Pero también, en el caso de Dostoievski, para captar un cierto trasfondo de las acciones de Vladimir Putin, junto con las consideraciones de Gogol y, por supuesto, geopolíticas. Se podría llamar geoliteratura. Porque, como en la Epopeya de Gilgameš, el duelo sin fin entre la ciudad de los hombres y el bosque de los animales se evoca hoy tanto a lo largo del Dniepr como en Palestina.
Hablo de ello con Fernando Gentilini, diplomático de carrera, ex director del Servicio Diplomático Europeo para los Balcanes Occidentales y Turquía, representante especial de la Unión Europea en Kosovo y para el proceso de paz israelo-palestino, enviado de la OTAN en Afganistán. De 2018 a 2022 fue Director General para Oriente Medio y el Norte de África del Servicio Diplomático Europeo en Bruselas y actualmente Consejero Principal de la Academia Diplomática Europea. Colabora en las páginas culturales del diario italiano La Repubblica. Su último libro, “I demoni. Storie di letteratura e geopolítica” (Baldini+Castoldi, 2023), es «una especie de teoría de la literatura como motor del mundo, sobre la idea de que los libros, más que la geopolítica, pueden influir en las decisiones de los gobernantes».
***
Pregunta: En diciembre de 2021, pocas semanas antes de la guerra que estallaría en febrero siguiente, recomendó «releer a Gogol» para entender el choque entre Rusia y Ucrania. Profético. ¿De qué autores se alimenta hoy, por así decirlo, el conflicto entre Hamás e Israel?
Respuesta: Los autores israelíes y palestinos tienen mucho que ofrecer para comprender lo que ocurre en Oriente Próximo y la necesidad de una solución de «dos Estados» para poner fin al conflicto israelo-palestino, del que la guerra de Gaza es una entrega más. Las novelas de Oz, Grossman o Yehoshua, por ejemplo, explican mejor que las autoridades israelíes por qué son necesarios dos Estados. Y en el lado palestino, nadie, en Ramala o en cualquier otro lugar, puede ilustrar mejor las razones de este pueblo que Edward Said con sus escritos y Mohamud Darwish con su poesía y su prosa poética. A estos autores, y a muchos otros, dediqué un libro anterior, Tre volte a Gerusalemme (Tres veces en Jerusalén), publicado por La nave di Teseo y publicado en 2020, en el que intenté relatar el conflicto israelo-palestino a través de la literatura. Lo escribí en Jerusalén, donde viví y trabajé de 2015 a 2018 como representante especial de la UE para el proceso de paz.
Pregunta: Al final de su obra “Los demonios”, escribe sobre Vladimir Putin y su ruin decisión de invadir Ucrania: «Quizá un libro podría haberle salvado. ¿Y si no sólo se aplicara a Putin? ¿La literatura sólo puede ayudar a comprender mejor las raíces de un conflicto, o también esboza posibles soluciones?
Respuesta: A todos nos puede salvar un libro, porque los libros nos ayudan a comprender la complejidad y a vivir en profundidad. Aunque, por supuesto, la literatura no es sólo salvífica, como demuestran las vidas de algunos de los protagonistas de las historias de este libro. Frente a la geopolítica, la literatura tiene la ventaja de centrarse en la existencia, que frente a la realidad ofrece un abanico de posibilidades mucho más amplio. Se ocupa, en otras palabras, no tanto de lo que ocurre, sino de lo que podría ocurrir, no tanto de lo que los hombres hacen, sino de lo que son capaces de hacer. Ahora bien, ésta es precisamente la razón por la que un hombre de Estado debe escuchar a la literatura, sobre todo cuando se enfrenta a acontecimientos extraordinarios, como puede ser un conflicto. En tales casos, es esencial que pueda cribar todo el abanico de posibilidades que le ofrece la existencia, sin conformarse con la realidad, como hacen los novelistas.
Pregunta: ¿Qué papel desempeña la diplomacia en un mundo que cada vez más parece «preferir la línea a la curva», la oposición armada a la mediación, según una eficaz expresión que usted utiliza en el libro?
Respuesta: La diplomacia, más allá de los estereotipos, es la alternativa más radical a la guerra. Esto debe estar claro para todos. La diplomacia sabe ser generativa, abierta, informal, es capaz de empatía, sabe relacionarse con la sociedad civil y abrir canales en todas direcciones. La diplomacia, en definitiva, no pretende tanto ocupar espacios, sino superar vallas, iniciar procesos virtuosos, encontrar nuevos interlocutores, buscar siempre el diálogo. Y, sobre todo, la diplomacia debe saber crear mesas en torno a las cuales limar asperezas y construir alianzas. Porque mientras dos enemigos se pongan de acuerdo para dialogar sentados a la mesa, habrá menos probabilidades de que se disparen o de que dañen a alguien.
Pregunta: En su libro recuerda cómo el diplomático, escritor y filósofo Joseph de Maistre, hace más de dos siglos, identificó a los pontífices romanos «como la única fuerza real capaz de garantizar la paz entre las naciones europeas». Sin embargo, en las recientes crisis internacionales, la eficacia de la diplomacia vaticana parece limitada, incluso en Europa. ¿Un cambio respecto al pasado?
Respuesta: En los últimos años, de Irak a Colombia, de Oriente Medio a Ucrania, hemos visto una diplomacia vaticana comprometida con la promoción de la paz y el diálogo. Pero la diplomacia vaticana es una diplomacia moral más que política, que saca su fuerza del valor del Evangelio, que a diferencia de las de otros Estados no tiene un interés nacional que defender, sino que trabaja en interés de todos. Por eso, medir su eficacia sería como intentar cuantificar el papel de los cristianos en la historia del mundo. Creo que la Iglesia asume hoy sus responsabilidades de forma diferente que en el pasado. Tomemos como ejemplo la encíclica Fratelli tutti, un canto al multilateralismo en el que la guerra se define como «rendición vergonzosa». O Laudato si’, en la que el Papa Francisco invita a la humanidad a repensarse en la naturaleza, tema central de la época contemporánea. No hay mejores ejemplos para describir lo profético y al mismo tiempo concreto que puede ser el compromiso de la Iglesia por el bien de la familia de naciones.
Pregunta: ¿Qué libro recomendaría a Europa para redescubrir su vocación en el escenario internacional?
Respuesta: Desgraciadamente, Europa no es una federación. Si lo fuera, no me cabe duda de que sería más capaz de responder a los retos de nuestro tiempo, tanto internos como externos, construyendo entre otras cosas una política exterior y de defensa común digna de ese nombre. Por eso respondo a su pregunta recomendándole dos textos que tienen ambos que ver con el federalismo, del que hablo extensamente en “Los demonios”: el primero es la Eneida, impregnada en cierto modo de la idea del foedus, es decir, de un pacto fundador, eterno y sagrado entre antiguos enemigos; el segundo es “Cómo intenté hacerme sabio”, la autobiografía de Altiero Spinelli, el profeta desoído del federalismo europeo.