Orar antes de votar
Estamos viviendo en México una desgarradora tensión entre dos proyectos de Nación. Por una parte, nos enfrentamos a la necesidad de superar los efectos del mortal manejo de la emergencia sanitaria del covid19, la injusticia social, la violencia e inseguridad, la impunidad y la corrupción generalizada. Por otra, la urgencia de reflexionar madura y cristianamente para expresar nuestra decisión política en la nada fácil tarea de elegir a nuestros gobernantes. De ninguna manera podemos estar en paz cuando vemos que la pandemia del coronavirus ha profundizado nuestras contradicciones y problemas endémicos con más de ochocientas mil muertes, de las cuales, trescientas mil que se pudieron haber salvado. Nuestro país se debate en una enésima crisis, no solamente económica de un país asfixiado por una brutal deuda pública ocasionada por el despilfarro de las finanzas públicas, sino también, por una relativización y aun abandono de los valores más auténticos, que ponen es riesgo nuestra endeble democracia y nuestro ser republicano. Nuestra identidad como país está en juego ante las cada vez más absurdas decisiones de un gobierno que no ha respondido a las expectativas de un pueblo que se siente traicionado. Más aún, que quiere imponer un poder autoritario y dictatorial, se obstina en reforzar la anarquía, la impunidad, la corrupción, la falta de seriedad y una creciente falta de respeto a las instituciones y llama “traidores a la patria” a quienes no piensan como ellos.
De ninguna manera podemos seguir viviendo nuestro ser cristiano sin buscar la unificación en las concreciones de nuestra vida y que ésta sea explicitada como verdad o como mentira, como libertad o como opresión, como proceso o como imposición. Existen dos campos en los que esa tendencia a la unidad aparece más claramente: el campo de nuestra fe y el modo como la vivimos y expresamos. Se trata de la política y la forma como asumimos nuestros derechos y deberes, ya sea desde una conciencia crítica a las opciones que se nos presentan para elegir o, como marionetas que se dejan manipular por ideologías corruptas o por los mesianismos demagógicos y populistas que nos pueden llevar al drama que están viviendo hermanos nuestros en otros países de América Latina. Parece ser que somos un pueblo sin memoria histórica, indolente y sin la garra de exigir lo que sea más conveniente ante la tragedia que vivimos, inmersos en una guerra entre delincuentes sin escrúpulos que no se tientan el corazón para asesinar, un gobierno que no se duele de la sangre derramada y el dolor de millones de mexicanos que no ven sino desgracia, aumento de pobreza y desilusión ante la falta de cumplimiento de las promesas hechas.
La política y la fe necesitan un serio discernimiento de nuestra parte para buscar la “unificación de lo verdadero”. Exigen un fehaciente proceso de purificación para que no caigamos en la tentación de pensar, por una parte, que todo está bien y que el país tiene lo que necesita y asegura un rumbo optimista y de crecimiento para el futuro. O, por otra parte, no dejarnos embaucar por falsas promesas y cantos de sirena que no conducen a nada pues es más que evidente que no tienen sustento en una sociedad globalizada e interdependiente como la nuestra en relación al concierto de las naciones. Como cristianos nos enfrentamos a la paradoja y antinomia de desear y buscar el bien propio, pero no podemos, ni debemos olvidar que también estamos obligados a trabajar por la paz y el bienestar de los demás, de todos. Nuestra responsabilidad cristiana exige formar nuestra conciencia moral para votar y decidir lo que nos lleve a una situación más justa y más humana. No vivimos en una isla y estaremos mejor, con mayor progreso, en paz y con futuro, si nuestra nación vive de la misma forma y, con el voto, discernido, orado y consciente, expresamos nuestra decisión libre y madura de que pensar diferente no nos convierte en adversarios y enemigos a ultranza por atrevernos a denunciar la mentira.
Estamos llamados a buscar y hacer la voluntad de Dios en las situaciones históricas concretas que estamos viviendo y no debemos aparentar que no pasa nada cuando los peligros son más que evidentes. Tenemos que escoger entre posibilidades, asimismo innumerables, de servir a Dios y de construir su Reino en esta historia, en medio de conflictos y posibilidades, de luces y sombras. El discernimiento es, sin duda, un instrumento útil, una ayuda eficaz para no equivocarnos y acertar en esas opciones a partir de una visión de fe que no puede ser ajena a los retos de esta realidad concreta y la manipulación de algunos que se disputan, otra vez, al nuestro ya de por sí desilusionado, defraudado y arruinado país. Estamos obligados a tomar muy en serio lo que estamos viviendo y, lejos de permitir que otros decidan por nosotros, es imprescindible que salgamos de nuestro caparazón de individualismo egoísta y cómodo y asumamos de una vez por todas, que, si México se equivoca una vez más, nos hundimos todos.
No será suficiente con rezar cuando “el destino nos alcance” y no sea posible hacer ya nada ante el dolor y la muerte. No nos valdrá ningún tipo de queja o lloriqueo ante lo inevitable si ahora no hacemos lo que estamos obligados a hacer. El discernimiento que exige nuestra fe es un proceso que tiende a descubrir la voluntad de Dios aquí y ahora y el modo como podemos vivir nuestro ser cristiano inmersos en las mediaciones políticas que la misma fe exige. No son dos procesos diversos, como en ocasiones lo queremos hacer aparecer, tal vez por la pereza de no buscar el bien común o por una idea con rancio olor a naftalina de que un cristiano no se debe meter en política. La justicia social, la verdadera y concreta caridad se inserta en la vida real. La justicia social es una de las mediaciones privilegiadas de la caridad y la política es el campo privilegiado para realizar la justicia y el discernimiento tal y como lo proclamamos diariamente en el Evangelio.
Domingo 2 de junio de 2024.