Detrás de los resultados apabullantes del domingo 2 de junio está, esencialmente, el factor López Obrador y, particularmente, los incrementos al salario mínimo, las pensiones, las becas y el enamoramiento de las bases sociales con el líder. En una sociedad profundamente desigual, Andrés Manuel trabajó con las emociones de la gente, con su dolor y sus resentimientos; separó a los mexicanos en buenos: sus seguidores, y malos: los aspiracionistas, los traidores a la patria.
Otro ingrediente inocultable fue la pobre “cultura cívica” de la mayoría de los mexicanos de todas las clases sociales. El grueso del electorado no castigó a un mal gobierno: la inseguridad (los avances de los criminales y su violencia: las extorsiones, el cobro de piso, los homicidios…), ni el estado lamentable del sistema de salud ni los 300 mil mexicanos que no debieron morir durante la pandemia, ni la ineptitud y mediocridad de la clase gobernante ni la corrupción de los hijos de Andrés Manuel, tampoco el pobre desempeño de la economía, ni la obsesión presidencial por derruir instituciones, porque a la gente común no le importa algo tan etéreo como la democracia.
La mayoría de quienes votaron por Morena no entendieron (ni les importó) el enorme retroceso democrático que implican la desnaturalización del Poder Judicial y del INE, la desaparición del INAI y de los órganos autónomos, la militarización de la vida pública… Influyó para ese comportamiento el descrédito de las instituciones democráticas (¿a quién le sirven?, no ciertamente a la gente común). El desprecio del Presidente por las instituciones democráticas es compartido por el pueblo.
Los avances democráticos de las últimas décadas: el INAI, que respondió al reclamo de hacer público lo público, el IFE ciudadanizado (hoy INE), la creación de los organismos autónomos, el reconocimiento a las minorías, en fin, la construcción de contrapesos, han sido los frutos de las luchas de minorías conscientes, no de movilizaciones sociales.
Pero también hay que considerar el rencor social ante sus duras condiciones de trabajo y de vida y el lastre que significó una oposición desacreditada (PRI, PAN y PRD), ayuna de proyecto y con liderazgos mediocres que no supieron reaccionar ante los resultados de 2018 ni leer y responder al humor colectivo.
Los partidos no hicieron su trabajo a ras de suelo, no gobernaron bien, no incorporaron ni postularon a liderazgos de la sociedad, los dirigentes ocuparon las posiciones clave y no hubo un proyecto alternativo que sedujera al electorado, falló la defensa de las causas ciudadanas.
Sin embargo, si el 59 por ciento votó por Claudia Sheinbaum, el 38 por ciento del electorado votó por las oposiciones y esto quiere decir que hay una base social suficiente para construir una alternativa. Hay mucho que aprender y mucho más que cambiar; la resignación no es alternativa. (El Universal)