P. Jaime Emilio González Magaña, S. I. // LA JUSTICIA Y LA VIDA POLÍTICA

Es muy importante subrayar que, mientras la justicia humana nos enseña a respetar los derechos de los demás, a restituir los derechos violados, la justicia divina, que viene de Dios y que Él infunde en nuestros corazones, es más amplia, es salvífica, misericordiosa, perdona al pecador, lo levanta, lo justifica (como escribe San Pablo), lo hace de nuevo justo. El amor divino hace justicia más allá de lo debido, según las normas del hombre y lo hace con misericordia. El Nuevo Testamento insiste mucho en esta justicia mayor cuando nos dice que si nuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraremos en el reino de los cielos. Es una justicia que se expresa en el amor: «El que ama a su prójimo ha cumplido la ley» (Rom 13,8) y se expresa en el perdón: «Amen a sus enemigos, rueguen por los que los persiguen» (Mt 5,44). Esta es la admirable construcción humano-divina de la justicia, que captamos de las palabras de Jesús.

            Me parece útil detenerme un poco en las reflexiones que surgen de lo que hemos evocado a propósito de la justicia y que podemos expresar en forma de preguntas. En el Evangelio según San Lucas, Jesús dice: «Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (20,25). ¿Qué significa dar a Dios lo que le es debido? ¿Cómo y cuándo dárselo? La justicia hacia Dios se llama «virtud de la religión», precisamente para indicar que hay una justicia que ejercer hacia Dios. No, sin embargo, en el sentido de que podamos realmente rendir a Dios en proporción a nuestra deuda; porque, desde que somos criaturas, todo es suyo, todo se le debe. La religión es una justicia que sabe que debe rendir a Dios -más allá de la mera obediencia- adoración, alabanza, amor, confianza, culto. La religión es un acto de justicia que, incapaz de saldar su deuda, se expresa en actitudes profundas y verdaderas, como la alabanza, el silencio del corazón, la escucha, la acción de gracias.

Prueba a preguntarte: en mis oraciones diarias, ¿soy consciente de lo mucho que le debo a Dios? ¿Soy consciente de lo injusto que soy con Él cuando lo olvido? Porque todo pecado, todo olvido de Dios es, de alguna manera, una injusticia. En mis oraciones, ¿lo adoro, lo alabo, lo bendigo, le profeso humildad y amor? ¿Le doy tiempo a Dios en mi jornada diaria? De nuevo: ¿le doy tiempo a Dios en mi semana? ¿Asisto a la misa dominical como un acto de justicia hacia Dios? No es posible creer que ir a Misa o rezar es un placer o un favor que hacemos a Dios. Estamos en deuda con Él, simple y sencillamente, por lo que es y, mediante ciertos actos de culto, reconocemos nuestra condición de criaturas, nuestros sentimientos de amor, gratitud y reverencia. Las comunidades, las parroquias, todos, debemos recordar, que todo se debería expresar para en la oración y el discernimiento cotidianos, en la meditación asidua, en el silencio, en el ejercicio de la Lectio divina, en el modo de asistir y vivir la liturgia diaria: dando alabanza, honor y gloria a Dios incluso por aquellos que no lo hacen.

Pero, volvamos a la primera parte del verso de Lucas para preguntarnos: ¿qué significa dar al prójimo lo que le es debido? ¿Cuáles son los obstáculos, los medios, el estilo?   Según el Cardenal Martini, podemos destacar cuatro círculos concéntricos, empezando por el más estrecho. Nuestros padres a quienes debemos honor, reverencia, respeto, obediencia; son los familiares a quienes debo fraternidad, afecto, amor; son aquellos con quienes tengo relaciones de trabajo, conversación, amistad. Para este círculo, no se puede hablar realmente de justicia en sentido estricto, pues no se trata de la justicia del intercambio, sino de la respuesta amorosa, fraternal. Sin embargo, es fundamental para la existencia. En la vida social, el prójimo es todo aquel con quien tengo relaciones de intercambio: de contrato, de trabajo, de comercio, de asociación, de compraventa, de prestación recíproca. ¿Cómo hago justicia en estas relaciones? Un círculo aún más amplio es el de la justicia en la vida política.

Por las dramáticas desviaciones que han surgido en los últimos meses, nos damos cuenta de la importancia de este ámbito de la justicia y de cómo estas manipulaciones y mentiras rompen el tejido de la sociedad, esas relaciones básicas de confianza sobre los que se asientan la capacidad de vivir juntos. Hay un cuarto círculo, en el que el prójimo es aquél con el que tengo una responsabilidad más remota, porque está lejos; y sin embargo es una responsabilidad real: los países del Tercer Mundo, por ejemplo, con respecto a los cuales los países del Norte deben hacer justicia. Y luego cada uno de nosotros, cada grupo social, tiene una responsabilidad respecto al medio ambiente, porque el problema afecta a las generaciones actuales, pero también a las generaciones futuras, de las que somos responsables. Por tanto, el campo de nuestras responsabilidades es amplio: va desde los lugares en los que la justicia se determina más fácilmente con criterios minuciosos, hasta los lugares en los que la justicia nos hace responsables de los demás, de todos los hombres, del futuro de la humanidad.

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JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA

RP Jaime Emilio González Magaña, sacerdote jesuita que radica en Roma.

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