P. Jaime Emilio González Magaña, S. I. // LA TEMPLANZA NO ES SINÓNIMO DE FRIALDAD O RIGIDEZ

Según el diccionario, “templar” significa combinar las partes de la manera adecuada en un todo armonioso y útil: por ejemplo, afilar los colores de cera antes de empezar a pintar un cuadro. “Templado” o “revenido” es el tratamiento térmico al que se someten las aleaciones metálicas o los cristales para que tengan mayor resistencia. “Temperamento” es la mezcla de dones de un individuo de modo que se habla de buen o mal “temperamento”. “Templado” es el clima de las regiones en las que el frío y el calor concuerdan entre sí creando un ambiente agradable, sin extremos. De ahí el sentido técnico, laico y general del término “templanza” que es, precisamente, la capacidad de satisfacer los propios instintos y deseos con equilibrio y moderación. Relacionadas con la templanza hay muchas otras virtudes más fáciles de entender: dominio de sí mismo, orden y medida, armonía, equilibrio, autocontrol; todas ellas actitudes muy importantes. Pero, ¿cuál es el origen de la templanza? Abordar el tema desde el punto de vista de la tradición cristiana significa que nuestro discurso sobre la ética se convierte en un discurso ascético, espiritual, es decir, un discurso sobre el camino del hombre que, superándose a sí mismo, va hacia la imitación de Jesús, hacia la semejanza con Dios.

 También hay pasajes bíblicos que, en el contexto del dominio de las propias pasiones, hablan de la imitación de Cristo, de la necesidad de seguir al Espíritu que está en Jesús. Por ejemplo, San Pablo aconseja a los Gálatas: «Los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y deseos. Si, pues, vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu» (Ga 5, 24-25). O bien: «Desechemos las obras de las tinieblas y vistámonos con las armas de la luz. Comportémonos honradamente, como a plena luz del día; no en medio de borracheras y embriagueces, no en inmundicias y libertinajes, no en contiendas y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no sigáis la carne en sus deseos» (Rom 13,12-14). De este modo, la templanza es una imitación de Cristo, porque Jesús es un modelo de equilibrio, de dominio de sí mismo: toda su vida está bien regulada, al igual que su pasión y su muerte. Jesús es templado en su ímpetu, en su misión, en su entusiasmo, en su creatividad, en su amor a todas las criaturas; Jesús ama a las personas, habla con amor de los animales, de las flores, del cielo. En Él existe esa armonía que mantiene unidos los deseos, los instintos, las emociones, para hacer de ellos un organismo bien unificado.

            Incluso en la vida de los santos contemplamos este esplendor de la templanza: basta pensar en Ignacio de Loyola, quien, después de una vida de escándalos y pecado, vivió en absoluta armonía con la santidad cuando tocó a Dios y se dejó tocar por Él. O, el caso de Francisco de Asís y su santa pasionalidad, siempre regulada, su amor por todas las criaturas, su capacidad de alegrarse. Jesús y los santos nos testimonian que la templanza no es sinónimo de frialdad, rigidez, insensibilidad -como a veces se piensa-, sino que es sinónimo de armonía, de orden y, por tanto, de creatividad y alegría. Habiendo visto cuál es el significado de la palabra «templanza» y habiendo comprendido que esta virtud tiene su fuente primordial en la imitación de Jesús, tratemos de responder a la pregunta: ¿Dónde se ejercita la templanza? Según el n. 1809 del Catecismo de la Iglesia Católica: «La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y hace capaz de equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos dentro de los límites de la honestidad». La templanza se ejerce, pues, en las realidades antes mencionadas: bienes creados, instintos, placeres, deseos.

            Por último, sugiero algunas preguntas que quizás, puedan estimular la reflexión sobre la importancia de virtud de la templanza. San Pedro exhorta: «Sean, pues, moderados y sobrios, para dedicarse a la oración» (1 Pe 4,7). Partiendo de la exhortación de Pedro, cabe preguntarse: ¿qué relación hay entre la templanza y la oración? ¿Por qué la templanza ayuda a la oración y la intemperancia, el desenfreno, la gula, la curiosidad, la morbosidad matan la oración? A menudo decimos que no sabemos rezar, pero deberíamos ir a las raíces, es decir, ante todo frenar nuestras pasiones e instintos incluso en las cosas pequeñas. ¿Qué piensa la gente, cómo la valora, qué dice de ella? ¿Qué daños se derivan -en la vida personal, en las familias, en la sociedad- de la falta de control en las discusiones, sin que se dé un diálogo y sin que se favorezca el perdón?  ¿Cómo educarnos -en la familia, en el trabajo, en la parroquia- en el dominio de nosotros mismos? ¿Porqué es tan difícil enfrentar el fracaso? ¿Porqué se educan a los hijos dándoles todo sin ningún control con la idea de que sólo lo material puede hacerlos felices?

Domingo 15 de septiembre de 2024.

Deja un comentario

JAIME EMILIO GONZÁLEZ MAGAÑA

RP Jaime Emilio González Magaña, sacerdote jesuita que radica en Roma.

Gracias por visitarnos