En Ucrania corre la historia siguiente: cuando empezó en 1967 la guerra de los Seis Días entre Israel y los países árabes, informaron al presidente americano Lyndon Johnson que Tel Aviv pedía con urgencia la entrega de mucho equipo militar; sin echarle un ojo a la larga lista del material, el presidente contestó: “¡Que le den todo, y el doble!”. Los ucranianos, con negro sentido del humor, comentan que, cuando ellos piden material militar, la respuesta del presidente es: “Que les den dos veces menos y lo más tarde posible”. La broma amarga circuló mucho a principios de año, cuando la ayuda militar americana sufrió considerable retraso por el bloqueo republicano en el Congreso, cuando, por esa razón, los ucranianos padecieron pérdidas considerables en el Donbas. En abril, cuando Irán lanzó un ataque masivo de misiles contra Israel, los militares estadounidenses e ingleses en Irak los interceptaron de manera espectacular. “Dos pesos, dos medidas”, han de haber pensado con coraje los ucranianos. Claro, Ucrania no es Israel y no pesa como Israel en las elecciones presidenciales de los EEUU.
Después de mil días de guerra, Occidente sigue midiendo y condicionando su apoyo a Ucrania, sin entender que su retraso y su miedo le hace el juego a Putin (y sus aliados). Washington y Berlín siguen sin entender la naturaleza del régimen del Kremlin y de las metas que persigue. Creen o fingen creer que todo lo que pide Moscú son cuatro distritos de Ucrania, sin ver la dimensión geopolítica mundial de la guerra. El apoyo militar a Ucrania siempre ha llegado demasiado tarde, siempre desfasado en relación con la realidad en el frente de guerra, más allá del frente, puesto que los bombardeos rusos golpean en toda Ucrania a la población civil, las infraestructuras energéticas, el transporte, hospitales, escuelas, etc.
Ese retraso va acompañado de una pequeña música, discreta pero persistente, que pone en duda a Ucrania misma: no faltan los problemas y las insuficiencias del lado ucraniano, es cierto, pero la insistencia en las críticas prepara la opinión occidental a la idea de que Ucrania debe negociar con Rusia, que debe rebajar sus pretensiones “irrealistas”, olvidarse de los territorios perdidos. Ese run-run le hace eco a lo dicho por el “racional” Vladímir Putin: “Si Polonia hubiese sido razonable, le hubiera concedido a Hitler lo que pedía en Danzig, no hubiera sido destruida, y nada de guerra mundial”. Mencioné a Munich en el título de mi artículo porque, en Munich, en 1938, los franceses y los ingleses le dieron al “razonable” señor canciller del Tercer Reich los territorios que pedía, el Sudetenland del Estado checoslovaco: seis meses después Hitler invadió y desapareció al Estado fundado en 1919 por Tomás Masaryk…
Desde el inicio de la “Operación Militar Especial”, incluso desde antes, desde 2014, los adeptos de la Realpolitik hacen todo para convencer a la opinión pública que Ucrania debe sentarse a negociar. Esa manera de culpar a Ucrania prefiere olvidar la perseverancia occidental en equivocarse cuando se trata del Kremlin: 24 horas antes del lanzamiento de la Spetsialka (Operación Especial), todos, menos un Biden que ridiculizaban, juraban que Rusia no iba a invadir a Ucrania. No hay peor sordo que el que no quiere oír. No mencionan que una de las primeras peticiones de Ucrania, en aquel fatídico febrero de 2022, fue pedir la instauración de una no fly zone sobre su territorio. De haberlo hecho, los occidentales habrían cambiado por completo el curso de la historia, pero no lo hicieron. Por cierto, lo habían hecho contra Muamar Khadafi en 2011, lo que provocó su derrota y muerte. Otra vez, dos pesos, dos medidas.
Bien dice nuestro colega, el historiador ucraniano Mykola Riabchuk: “Los occidentales no quieren que Ucrania se derrumbe, pero no quieren abreviar su martirio y mucho menos poner fuera de combate a su adversario (…) una forma de suplicio chino”.
Historiador en el CIDE