Francisco Martínez // ¡Mil gracias, querido Francisco!

Dicen que el hombre nace y muere solo. Que, entre estos dos acontecimientos capitales de su existencia, sólo engañándose a sí mismo, no se dará cuenta que prácticamente también vive solo. No sé cuánto sean estas aserciones ciertas, pero en una época como ésta que nos está tocando vivir, el hombre nunca había estado tan solo. Y no porque se encuentre físicamente tan aislado como un ermitaño estaba en otras épocas, sino porque la incomunicación es propia de nuestros tiempos. Me refiero a esa cada vez más frecuente ausencia de diálogo y de comunicación espiritual, existencial, con quienes nos son más próximos. Porque se da, sí, la plática superficial, mas no o casi no, la comunicación existencial, interpersonal, comprometida, auténtica, profunda. Diferente en grado sumo al intercurso funcional. Cómo ése que no pasa de decir “qué tal”, “¿bien, y tú?”. Frase de pobreza supina porque no conducen a lo que realmente importa, que es hacer realidad la comunidad.

         De hecho, aún en un centro de comunicación por excelencia como debiese ser la familia de los hijos de Dios, que es la Iglesia, muchas veces la comunicación existencial, constructiva, brilla por su ausencia. Sí, se vive a la vista del otro, pero sin trascender una mera yuxtaposición de soledades. Y es que, aunque se presuma conocerse e importarse, no hay comunión. Todo se reduce a cierta querencia instintiva en al que las facultades del amor humano y los requisitos del amor cristiano poco participan. Por eso, más que comprenderse, se usan. Como si no se avizorara la necesidad ineludible de que sólo haciendo realidad el cuerpo místico de Cristo el hombre se realiza. 

         No obstante, volteando a la otra cara de la moneda, cuan grande el privilegio si en la vida se encuentra y se construye una amistad plena. Que, en cristiano, hermandad se llama. Hermandad como la que supone disponibilidad constante para escuchar, para coadyuvar, para construir en junta. Como la que tuvo desde su trinchera sacerdotal y académica el padre Francisco Miranda.

Un día antes de su partida (noviembre, martes 26) traje de Editorial Morevalladolid, el último volumen de la colección “Biblioteca del Clero Zamorano” que, a iniciativa y bajo el patrocinio del Dr. Francisco Miranda Godínez, sacerdote zamorano, Cofundador del Colegio de Michoacán y Fundador del Centro de Estudios Históricos y del Centro de Estudios de las Tradiciones del mismo, comenzó a publicar de tres años para acá.

         El padre Francisco nació en Yurécuaro, Michoacán el cuatro de octubre de 1937. Cursó humanidades y filosofía en el Seminario Diocesano de Zamora. En la Universidad Gregoriana de Roma se licenció en Teología (1961) e Historia (1963). En esa misma Universidad obtuvo el grado de Doctor en Historia (1966) con su ya famosísima tesis sobre Vasco de Quiroga. Apasionado por la figura quiroguiana, prácticamente dedicó toda su vida a enaltecerla impartiendo conferencias magistrales en Ecuador, Brasil, Puerto Rico, Colombia, Venezuela y España. De hecho, se empeñó, hasta que lo convirtió en realidad, en publicar, dentro de la colección referida, el Catecismo de don Vasco.

         Otras de sus pasiones y contribuciones fueron sus estudios sobre el documento más importante para la historia de los p’urhépecha: La Relación de Michoacán, de la que hizo no sólo dos ediciones, sino que participó en la magnífica edición de la Colección Thesaurus Americae, y, con ediciones palenque: Monumentos Literarios del Michoacán Prehispánico (2001). Con el Colegio de Michoacán dio a luz Dos Cultos Fundantes en cuya presentación me tocó participar como comentarista.

         Bien ejercitado en el oficio de historiar, con amplias vivencias en las tierras p’urhépecha, convocó al Encuentro de Chilchota, punto de partida para la renovación e inculturación de la Pastoral Indígena en nuestra diócesis. Deuda que nos toca…

Hombre apasionado, cristiano, sacerdote hasta la médula, de la estirpe de prohombres como Agustín Magaña Méndez, Francisco se encuentra ya en el cielo con su Padre Dios, seguramente en búsqueda del Tata de las comunidades p’urhépecha, para escanciar hasta la médula su legado.

Descanse en paz.

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JEAN MEYER

Dr. Jean Meyer. Francés nacionalizado mexicano. Historiador. Licenciado en grado de doctor por la Universidad de la Sorbona. Profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE) donde además fundó y dirigió la División de Historia.

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