Religioni et bonis artibus

P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.

Querría terminar la serie de reflexiones a propósito de la visita del Santo Padre a la Pontificia Universidad Gregoriana con algunos de los temas afrontados en su profundo discurso. En primer lugar, es fundamental subrayar la importancia que tiene nuestra obediencia a las manifestaciones del Espíritu Santo y el modo como acompaña a la Iglesia. En opinión del Papa «Todo parte de Él. Es la promesa de Jesús que se cumple con el tiempo. El Espíritu Santo es el compositor armonioso de la historia de la salvación, es la armonía. Al igual que la Iglesia, así la Universidad debe ser una armonía de voces, realizada por el Espíritu Santo. Cada persona tiene su peculiaridad, pero estas particularidades deben insertarse en la sinfonía de la Iglesia y en sus obras, y sólo la sinfonía adecuada puede ser hecha por el Espíritu y por el Espíritu. Se nos ha dado para no estropearlo y para hacerlo resonar. Para cada misión necesitamos siervos sintonizados con el Espíritu Santo y capaces de hacer música juntos, el divino que busca la carne, como la partitura busca el instrumento».

Una universidad, más aún, una que ha sido confiada a la Compañía de Jesús, debe creer y sustentarse en la sinodalidad. Esto es, trabajar con la conciencia de que cada uno lleva a cabo su tarea con un mandato eclesial debe asegurarse de que da testimonio y se forma en este estilo. Nuestra institución no es solamente un sitio de trabajo; tampoco debe caer en la absurda competencia entre universidades para atraer alumnos, especialmente ahora que escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. La Gregoriana se debe distinguir por un ambiente en el que se cree en el respeto mutuo, en la colaboración y en una formación que no es ni debe ser aséptica pues la tenemos que fundar lo que hacemos y en lo que somos; debemos dialogar con otras creencias, sí, pero sin traicionar jamás nuestra identidad cristiana. Nuestros superiores están llamados a ser padres, no padrastros, a escuchar, a respetar y estar cerca de cada uno de quienes formamos la comunidad universitaria. No hacerlo, sería traicionar la cura personalis tan querida por San Ignacio de Loyola, los primeros jesuitas y San Roberto Bellarmino, el rector jesuita y patrono nuestro.

Francisco reconoció que «a menudo prevalecen estilos tiránicos que no escuchan, que no dialogan con la presunción de que solo el propio pensamiento es el correcto y a veces no hay pensamiento sino solo ideología. Por favor, tengan cuidado al pasar del pensamiento a la ideología. Pregúntense si la selección de los profesores, la oferta de los programas de estudio, la elección de los decanos, presidentes, directores y, sobre todo, la de las más altas autoridades académicas, corresponde efectivamente a una cualidad que todavía justifica el encargo de esta Universidad por parte del Obispo de Roma a la Compañía de Jesús. Para San Ignacio, el potencial del apostolado intelectual y de las casas de enseñanza superior era muy claro. Sin embargo, hay numerosos elementos críticos que emergen de un análisis honesto de los resultados que podrían hacernos dudar de la capacidad de difundir y multiplicar la fe que tiende a traducirse en cultura, que es lo que pretendía san Ignacio, insistiendo en la misión formativa».

El Santo Padre concluyó su intervención invitándonos a hacer consciente una tiste y dolorosa realidad y manifestó: «no pocas veces hemos visto a los estudiantes de los centros de formación de la Compañía adquirir cierta excelencia académica, científica y aun técnica, pero no parecen haber asimilado su espíritu. A menudo hemos lamentado el hecho de que algunos ex alumnos, después de llegar a altos niveles de gobierno, resultaron ser diferentes de lo que proponía el proyecto de formación. También aquí es necesaria una reflexión con sincera autocrítica. Como les he dicho desde el principio, ahora con las palabras de san Ignacio los exhorto a preguntarse: «¿A dónde voy y con qué fin?» (EE 206). Y, sobre todo: «A dónde voy y delante de quién» (EE 131). Fijen bien estas preguntas que sirven para discernir sus intenciones y eventualmente purificarlas para aclarar su dirección, recordándoles lo que caracteriza a esta Universidad y que podría ayudar a revisar la misión de todos los lugares de formación de la Compañía de Jesús».

Finalmente, expresó: «lo que distingue a un estudiante de la Gregoriana está ante sus ojos. En el escudo de armas de la Universidad… Si se presta atención a ese escudo de armas, ofrece un lema que pretende resumir el carisma de esta Universidad: Religioni et bonis artibus. Como era típico en las palabras barrocas, del lema surge un problema o dilema cuya solución radica en la tensión entre los dos elementos. Religioni et bonis artibus. Aquí encontramos tanto un horizonte de comprensión como una pregunta a explorar. De hecho, se evoca lo que Ignacio dice en las Constituciones sobre los medios, los que unen el instrumento con Dios (expresado en el lema con la palabra «religio«) y los que lo ponen a disposición de los hombres (expresado como arte). Y en el Evangelio encontramos una pregunta que inquieta todo proyecto: «Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Mt 6,21)».

Domingo 15 de diciembre de 2024.

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