Adelantándose 1500 años a Albert Einstein y su Teoría de la Relatividad General (1915), en la segunda parte de sus “Confesiones” (Libros 10 al 13) donde discurre sobre Dios y su creación, Agustín de Hipona (354-430), de acuerdo a científicos tan connotados como Paul Davies (El Espacio y el Tiempo en el Universo Contemporáneo, FCE, México, 1996) y Rober Penrose (La Naturaleza del Espacio y el Tiempo, Princenton University Press, 1996) tuvo una “intuición genial” al afirmar que “el universo no nació en el tiempo sino con el tiempo”.
A sus 19 años, cuando Agustín, buscando desesperadamente la verdad, en nombre la razón rechazó la fe. Más tarde concluyó que ambas, razón y fe, no se oponen sino complementan: “crede ut intelligas”, “intellige ut credas” = ‘cree para comprender’, ‘comprende para creer’. En ese sentido, para acercarse a la mente de Dios hay que indagar el universo. Éste nos dejará entrever que antes de ser no había tiempo, que el tiempo implica un pasado que ya no es, un futuro que aún no es y un presente con un continuo tender hacia el no ser.
De ahí la necesidad de vivir el presente con los pies bien puestos en la tierra. Cual lo hizo Rovert Prevost, graduado en Ciencias Matemáticas (Universidad de Filadelfia, USA, 1977). Sí, estudió teología y se ordenó sacerdote (1982); pero tres años después tuvo la fortuna de pasar a Chulucanas, al norte rural del Perú, donde comenzó a darse cuenta quién era, dónde estaba y para qué. Sumando su espiritualidad agustiniana a la espiritualidad popular, particularmente la de los indios quechua, cuyo idioma aprendió, supo que la clave de un buen pastor consiste en lo que en p’urhépecha llamamos ‘páxperakua’ = ‘acompañamiento horizontal’. De ahí su aserción: “no es lo bien que les predique, sino que me vean llegar con un caballito a su lugar, participar en la faena y saludarles en su idioma”.
Hoy, el agustino Prevost es nuestro Papa. Como Francisco Bergoglio no concibe estar sino cerca de y con la gente, sobre todo la marginada. Como el Papa Francisco, podrá ser también un gran Papa. Mas, si no recibe un acompañamiento comprometido de parte de nosotros los católicos, principalmente si sacerdotes u obispos, si también todos no metemos los pies “en el barro”, la efectividad de su labor no tendrá ni el alcance ni la efectividad que el mundo de hoy necesita.