07 de noviembre
Perteneciente a los Siete sabios de México, el jurista y político fue miembro del Partido Cooperatista Nacional, donde apoyó a la fracción obregonista después de la escisión del partido, protestó en contra del carrancismo y se sumó decididamente a la campaña alfabetizadora de José Vasconcelos
POR ÁNGEL GILBERTO ADAME
I
Esta historia ya la he contado en algún otro lugar. A finales de 2012, en una comida con Luis Raúl González Pérez, entonces abogado general de la UNAM, al recordar anécdotas de la Facultad de Derecho, le comenté que me parecía inaudito que no existiera un volumen que se ocupara de los grandes maestros que transitaron por ahí. Luis Raúl estuvo de acuerdo, pero agregó una frase que alteró el rumbo de mi vida: “¿Y por qué no lo haces tú?”
En balance, el resultado de más de dos años de trabajo en archivos, hemerotecas y largas charlas de recuerdos familiares fue el descubrimiento de una vocación, la aparición de nuevos e inesperados amigos y la revelación de varias obsesiones que aún me acompañan. Una de ellas está dedicada a la vida y los hechos en torno a los Siete Sabios de la generación de 1915 y, en particular, del menos reconocido del grupo.
La búsqueda de Jesús Moreno Baca me llevó por varios caminos. Uno de ellos fue conocer a la hija que le sobrevivía —quien incluso pudo asistir a la presentación del libro— y a sus nietos y bisnietos que, en ese momento, se complacieron porque alguien se interesara en rescatar a un familiar que, si bien intuían que gozaba de cierto renombre, ni ellos mismos conocían a detalle. Sin embargo, la historia no es lo que queremos que sea y, con el tiempo, el entusiasmo de su descendencia se diluyó.
Pero no pude parar. Mi insistencia me permitió descubrir la línea materna del parralense y, posteriormente, escribir una segunda versión, en 2017, de El séptimo sabio. Vida y derrota de Jesús Moreno Baca, editado por el INEHRM, cuya lectura se encuentra disponible en el siguiente vínculo: https://bit.ly/3Br7nGE
Aunque parecía suficiente, seguí cuestionándome si efectivamente lo era. Bien decía Paz, “una obra, si lo es de veras, no es sino la terca reiteración de dos o tres obsesiones”. Mi empecinamiento no me permite dejar ir al joven estudiante de la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Es claro que ya no necesito comprenderlo, pero preciso justificarlo; sin embargo, ¿cuál es el límite? Como indica Guillermo Sheridan, “la verdad de una vida narrada puede limitarse a eso, a proponer cómo fue la vida de alguien que nos interesa, con quien simpatizamos, y observar si nuestra necesidad de su amistad resiste el proceso”.
Mi vínculo fraterno con Jesús no se ha desvanecido, al contrario, sigue estrechándose, y reconozco que me sucede lo que a José Emilio Pacheco con López Velarde: “Queremos entrar a saco en tus papeles privados, revisar tus sábanas, descubrir tus huellas […]. Llamamos investigación a lo que si estuvieras vivo repudiarías como chisme, libelo, asalto inadmisible a tu intimidad”. Confío en que mi terquedad no se desborde y me mantenga en los confines que Enrique Krauze me indicó: “En algún lugar, los Siete Sabios sonríen agradecidos con Adame. El miembro olvidado del grupo tiene un rostro, una vida, una pequeña biografía”.