SILVIO MALDONADO BAUTISTA // Compadrito, has de dispensar

Va con todo mi cariño para los jungapenses.

Es posible que el mercado de La Merced sea el más antiguo de la CDMX y probablemente del país -. Compadre.

Fue el principal centro de alimentos de la capital desde 1594, en que se fundó el convento de Nuestra Señora de la Merced, dando paso a que el comercio se desarrollara.

En 1863 se edificó el mercado frente a la acequia mayor. El puente de Roldán era el muelle del canal de La Viga donde desembarcaban las mercancías provenientes de Xochimilco, Chalco, Tulyehualco y Texcoco. Hasta 1893 abrió el mercado de la Lagunilla.

Unos cuantos pasos al oriente del mercado -compadrito- construyeron la iglesia de San Pablo, donde allá por los inicios del siglo XX se sucedería un terrible crimen pasional en el que se vería involucrada una pareja de casados: él, capitalino nacido por esos barrios aledaños de La merced, e hijo de los sacristanes de la iglesia de San Pablo; ella, una hermosa y juvenil mariposa de Jungapeo.

He aquí la historia compadre.

Guadalupe contaba entre las muchachillas quinceañeras de Jungapeo. Como tal, concurría de vez en vez con sus amigas del pueblo a dar la vuelta al jardín, a escondidas de su padre, Don Adrián, exigentísimo cuidador de sus hijos.

El cuidado de los hijos varones -compadrito sagrado-, era para someterlos a la joda del trabajo cotidiano, iniciando un día sí y otro también, entre 5 y 6 de la mañana, en plena amanezca; y terminarlo a las 6 de la tarde, cuando el sol culminaba su quehacer terrestre y planetario, ya con la oscuridad en la inmediata cercanía.

De esa manera Don Adrián les evitaba las malas companías que sólo inducen al mal, compadre. Yo no quiero hijos huevones y viciosos, ¡Dios guarde l´hora!

Y cuando de mujercitas era el caso, como mi Lupita, poseedoras del secreto de Dios, precisamente con el cuidado sumo para que no descubrieran el tal secreto, y menos que lo pusieran en ejercicio. Bien que conoces, sagradito, las consecuencias de ese ejercicio. Claro que, el invertir de su tiempo en las labores domésticas, para ellas es lo mejor.

Ni qué pensar en estudios como no fuera con la doctrina y el estudio del catecismo del P. Ripalda, pa que no se queden tan inorantes, compadrito; tampoco de casorios, compadre, porque qué caso tener y cuidar hijas pa que cualquier hijo de su ch#in#ga&da madre venga y las maltrate; claro que no, mejor que se queden solteronas o que se dediquen a vigilar que no le falte aceite a la vela “perpetua”, manque se les agri el caráter, compadre.

Compadrito, en veces la Lupita se daba sus mañas a escondidas del padre, para ir a dar la vuelta, y se sumaba al racimo de blancas azucenas, 10 o 12, bellas todas ellas, entre las cuales sobresalía siempre por su blancura y su pelo muy ensortijado, tan ondulado que le decían Lupe “la China”.

¿Ir al jardín a dar la vuelta? ¡claro! Era la costumbre de chicos y grandes sobre todo en la Semana Santa y el 21 de marzo. Tú lo sabes bien, compadre.

¿El kiosco y la música?

Bueno compadre, el kiosco nostaba; lo que sístaba era la fuente que le dabagua entubada a la gente del pueblo y que arrancó ende principios del siglo XX

El entretenimiento dentro de lo que Dios manda, compadre, era jugar a la lotería o meterse al palenque a tirar unos cuantos pesos, con el pinchi gallo colorao del compadre Antonino que ya me la debe. Comprarle un nuevo rebozo a la vieja y subir a los críos a los volantines y sillas voladoras, pa que no estén jeringando. Claro que a las mujercitas en edad de merecer era mejor que se acerquen a la iglesia a ver qué se le ofrece al padrecito y no anden de locas dando vueltas.

Al último que se coman una nieve con Chanito o con Chon que ya puso su paletera en el mero jardín y ¡ah! Qué bien chinga con su taca taca.

Y te has de acordar, compadre, qué bien tocaba el Puros con su banda Faros; que sí ya de por sí era bueno, mucho más chingón se volvía cuando se agarraba con Marcelino y su banda Los Tigres. Eso sí, sin kiosko como te digo, nomás puro jardín, pero bien repleto de flores, hasta amapolas tenía el jardinero Leonel.

Así pues, la Lupe que da sus vueltas a la plazoleta con sus amigas, muy del guante todas ellas,  y que la mira el Alberto, hijo de los sacristanes de San Pablo que se había escapado de la capital con una runfla de vagos, en un descuido de sus jefecitos que se perdían en el rezo en la mencionada iglesia de San Pablo.

Al último, la que sí supo de su escapada fue su hermana Elpidia, la querida de Paco del Rey, el cantante de moda por aquellos años, cuando menos pa ver donde cae el cuero y avisar a los viejos.

El Alberto empujado por el grupo se le acerca a Lupita y sin más, a bocajarro le dice:

¿Te vas conmigo China?

Y la China no se le despega toda la noche a vuelta y vuelta y ya llegan “las horas de las ánimas” y la Lupita ya no puede regresar a su casa porque… mi papá me va a matar.

Sin remedio por aquello de que el papá también me agarre a mí, Alberto carga con la Lupe hasta la misma iglesia de San Pablo, donde los viejos los tienen que casar porque… nosotros no vamos a permitir puterías en la casa de Dios.

Así que ahora son tres ayudantes para los menesteres del santo oficio, entre los cuales la blancura y belleza de Lupita son tan resplandecientes, que el padrecito no opuso resistencia para las ocupaciones sagradas.

En una de las misas el cura desvía sus ojos sin querer queriendo; dejan el santo grial, y se posan sobre la Lupe para admirar la blancura de sus piernas y sus redondeces anatómicas que huelen mejor que el incienso.

Días después el cura ordena a los viejos que manden a la Lupita a limpiar y sacudir el altar. Inocente Lupita empieza su labor, aunque su estatura y alcance no llegan hasta la custodia sagrada. Un esfuerzo magno, que aporta mayor utilidad, deja descubierta la anatomía inferior de la fémina para que el hombre de Dios examine y huela a placer.

Ortomáticamente compadre, se le va encima a la jovencita en el preciso momento que Alberto llega y los ve. Silenciosamente, el vago va a su cuarto y toma un puñal con el que se abalanza sobre el padrecito y lo cose con 26 puñaladas entre pecho y espalda-. Compadre.

No hay duda alguna sobre el ardiente crimen. La Prensa despedaza con duros comentarios al asesino y después de estar en prisión preventiva en la Procuraduría le dan cobijo gratuito en la cárcel de Lecumberri, con destino final, en cuantito se estudien los agravantes del caso, a las Islas Marías. Lo que sí no me dijeron, compadre, a cuál de las islas llegó; pero de que llegó, llegó.

Al último me dijeron- compadre-, que el dueño de El Casino de la Selva, famoso en aquellos años por ser muy amigo del “ El cachorro de la Revolución”,  había ayudado a sacar el asesino que ya muy al final se perdió en la inmensidad de la ciudad de México que crecía a pasos agigantados.

¡Noooo compadre!, ¡ni pa qué preguntes! Los viejos los sacaron de la iglesia y ya no se supo de ellos. La Elpidia siguió con el rico cantante y el Alberto se perdió entre los vericuetos de la humeante Ciudad de Los Palacios.

En Jungapeo nada se supo; y si se supo yo no supe que se supiera, compadrito; has de dispensar.

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SILVIO MALDONADO BATUISTA

Silvio Maldonado Bautista. Dr. en Medicina por el IPN. Novelista. Director emérito del CIIDIR (Poner el nombre completo). Radica en Morelia, Michoacán.

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