“Espero que vuestro compromiso con la justicia y la paz, alimentado por un espíritu de solidaridad fraterna, os siga guiando en la noble labor de contribuir a la llegada del Reino de Dios al mundo”, ha dicho el Papa a los participantes en encuentro promovido por la Red Internacional de Legisladores Católicos.
(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano).- Por la mañana del jueves 25 de agosto, el Papa recibió en audiencia especial a los participantes en un encuentro promovido por la Red Internacional de Legisladores Católicos.
La Red Internacional de Legisladores Católicos («ICLN») fue creada en 2010 y existe para educar, empoderar y conectar en compañerismo a una nueva generación de líderes cristianos de inquebrantable profesionalidad, que sirvan en o para cargos públicos mientras operan y cooperan eficazmente en un campo de juego global multifacético y en crisis. Su misión no es encontrar las soluciones, sino proporcionar el entorno y las herramientas para que las personas adecuadas lo hagan. La ICLN no participa en actividades de cabildeo o activismo político y opera bajo los principios de no partidismo y la regla de confidencialidad de Chatham House.
La ICLN es una sociedad de responsabilidad limitada sin ánimo de lucro que se rige por el régimen internacionalmente respetado del derecho de sociedades austriaco, con personal permanente y sede en Viena y una oficina asociada legal y financieramente independiente en Washington D.C. Entre sus miembros honorarios están el arzobispo de Viena, cardenal Schönborn; el arzobispo de Beirut, cardenal-patriarca Bechara Boutros al-Rahi; y también un obispo no católico: Ignatius Aphrem II, de la iglesia siro-ortodoxa. Ofrecemos a continuación el discurso del Papa.
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Me complace dar la bienvenida a todos los participantes en la reunión de la Red Internacional de Legisladores Católicos. Agradezco al Cardenal Schönborn y al Dr. Alting von Geusau sus palabras de saludo, y también a todos los que han organizado este encuentro. También saludo a Su Santidad Ignacio Aphrem II, Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Siria, y me alegro de que esté presente con nosotros.
Os habéis reunido para reflexionar sobre el importante tema de la promoción de la justicia y la paz en la actual situación geopolítica, marcada por los conflictos y las divisiones que afectan a muchas zonas del mundo. A este respecto, me gustaría ofrecer unas breves reflexiones sobre tres palabras clave que pueden ayudar a guiar sus debates en estos días: justicia, fraternidad y paz.
1) Justicia
La primera palabra, justicia, definida clásicamente como la voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde, implica, según la tradición bíblica, acciones concretas encaminadas a promover relaciones justas con Dios y con los demás, para que florezca el bien de las personas y de la comunidad. En el mundo actual, son muchas las personas que claman por la justicia, especialmente los más vulnerables, que a menudo no tienen voz y que esperan que los dirigentes civiles y políticos protejan, mediante políticas públicas y leyes eficaces, su dignidad de hijos de Dios y la inviolabilidad de sus derechos humanos básicos. Pienso, por ejemplo, en los pobres, los emigrantes, los refugiados, las víctimas de la trata de seres humanos, los enfermos, los ancianos y tantas otras personas que corren el riesgo de ser explotadas o desechadas por la cultura actual del descarte. Su reto es trabajar para salvaguardar y potenciar en la esfera pública esas correctas relaciones que permiten que cada persona sea tratada con el respeto y el amor que le corresponde. Como nos recuerda el Señor: «Haced a los demás lo que queráis que os hagan a vosotros» (Mt 7,12; cf. Lc 6,31).
2) Fraternidad
Esto nos lleva a la segunda palabra clave: fraternidad. En efecto, una sociedad justa no puede existir sin el vínculo de la fraternidad, es decir, sin un sentido de responsabilidad compartida y de preocupación por el desarrollo y el bienestar integral de cada miembro de nuestra familia humana. Por eso, «para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad de los pueblos y naciones que viven en amistad social, es necesaria la mejor política, puesta al servicio del verdadero bien común» (Enc. Fratelli Tutti, 154). Si queremos sanar nuestro mundo, tan castigado por las rivalidades y las formas de violencia que surgen del deseo de dominar en lugar de servir, necesitamos no sólo ciudadanos responsables, sino también líderes capaces, inspirados por un amor fraternal dirigido especialmente a quienes se encuentran en las condiciones de vida más precarias. Teniendo esto en cuenta, os animo a que sigáis esforzándoos, a nivel nacional e internacional, por adoptar políticas y leyes que traten de abordar, con espíritu de solidaridad, las numerosas situaciones de desigualdad e injusticia que amenazan el tejido social y la dignidad intrínseca de todas las personas.
3) La paz
Por último, el esfuerzo por construir nuestro futuro común requiere la búsqueda constante de la paz. La paz no es simplemente la ausencia de guerra. Por el contrario, el camino hacia una paz duradera requiere la cooperación, especialmente por parte de los que tienen mayor responsabilidad, para perseguir objetivos que beneficien a todos. La paz proviene de un compromiso duradero con el diálogo mutuo, una búsqueda paciente de la verdad y la voluntad de anteponer el bien genuino de la comunidad al beneficio personal. En esta perspectiva, su trabajo como legisladores y líderes políticos es más importante que nunca. Porque la verdadera paz sólo puede alcanzarse cuando nos esforzamos, a través de procesos políticos y legislativos con visión de futuro, en construir un orden social basado en la fraternidad universal y la justicia para todos.
Queridos amigos, que el Señor os ayude a convertiros en levadura para la renovación de la vida civil y política, en testigos del «amor político» (cf. ibíd., 180ss.) hacia los más necesitados. Espero que vuestro compromiso con la justicia y la paz, alimentado por un espíritu de solidaridad fraterna, os siga guiando en la noble labor de contribuir a la llegada del Reino de Dios al mundo.
Os bendigo a vosotros, a vuestras familias y a vuestro trabajo. Y les pido, por favor, que recen por mí. Gracias.