Cartas diversas II

Silvio Maldonado Bautista

CON CARIÑO PARA LOS AMIGOS QUE NO SABEN SER VERDADEROS AMIGOS

En un marzo de 1989 Y en algún lugar de San Antonio Tecómitl
Milpa Alta, D F.

Empezaré por decirte casi hermano, Toño Fonseca, subdirector amigo, y me habré de disculpar por las innumerables ocasiones en las que, haciendo gala de un encabronamiento sublime, te dije, o te pensé, una y dos y tres y muchas expresiones cariñosas, fraternas, estructuradas con esas palabrotas tan entendidamente razonadas por los mexicanos, tan pletóricas de magia que, a las más débiles insinuaciones el sordo oye o compone, el cojo o chueco camina derechito, pero derechito a ch2in51ga(&%r a su madre; y el menos hocicón se atraviesa un plato ensaladera entre mandíbula y paladar.

Esas palabrísimas que, a fuer de ser honestos y sinceros, habrá que reconocer que trajeron los españoles, pero que fueron magnificadas, enriquecidas y variadas al máximo, por la brava raza mestiza; pero, sobre todo, técnica y científicamente mejoradas por filólogos y lingüistas egresados de las egregias universidades de Alvarado en Veracruz, y Apachingar en Michoacán.  

Yo también, casi hermano, te las tuve que decir o pensar porque en algo, o en alguien, tiene uno que descargar el pinche coraje acumulado cuando las cosas no salen bien o parecen no estar bien.

Lo más injusto de la vida es que casi siempre escoge uno a su pendejo, o a un amigo que aguante todo. ¡Eso está demostrado! La razón es obvia. Uno que no es amigo no aguanta, y en lugar de escucharte y hacerte caso, te parte media madre ¡Joder!

¿Qué por qué se encabrona uno? La razón también es bien simple; no tiene complicaciones. Muchas veces llegué a decir que cuando se camina con un plan de vida bien estructurado y en dirección bien definida, no se debe tener prisa; que lo importante es caminar con paso seguro. ¡Pura demagogia mía! ¡Pura pinche pose! Nada más absurdo para mí que decir eso, cuando a mis 52 años (en ese tiempo) ya estoy caminando derechito a la c( )hing=7/ada, y al voltear hacia lo andado ¡joder¡ veo una huella muy fuerte, bien marcada, pero de puras pendejadas que en algún momento algún perfecto cabrón hizo ver como sonados éxitos.

Así que sabida la razón de mi proceder en estos 628 meses que tengo de pendejearla por estos mundos milpaltenses de Dios, tú que eres todo nobleza… ¡de raza noble le viene al negro!… tú que desbordas generosidad tan grande y acorde con tu linaje sueco finlandés, estás recontra ultra obligado, como quien dice a güevo, a disculparme.

Ora que, en descargo de culpas y conciencias, te diré que tú no te has quedado atrás, no cantaste tan mal las rancheras en eso de los reconsabidos insultos. Mis súper sensibles orejas, dirigidas como radar a los focos de emisión sónica, me han ayudado sin ninguna dificultad a identificar vibraciones electrónicas provenientes de tu persona y que corresponden sin lugar a duda, a sonoras mentadas de madre y, si acaso me equivoco, a procesos más complejos de clasificación de talentos en los que has usado la escala de pendejo parriba; entiéndase claramente, el pendejómetro. Qué lástima que ese invento tuyo no lo hayas puesto al servicio de México: imagínate, el beneficio que le habrías otorgado, si hubieras detectado a tiempo, a tantos políticos y gobernantes pendejos que han ocasionado severos daños a la nación. Te habrías ganado un singular premio Nóbel y acaso la medalla Belisario Domínguez.

Lo demás es lo de menos, porque, debidamente sincerados, nos damos cuenta, cuán frágiles son nuestros asegunes que nos hacen obrar y decir y decir de diversas formas y maneras harto molestas, de lo que nos arrepentimos a la vuelta, aun cuando, hipócrita contrición, pues al ratito volvemos a endilgar, obra y palabra, con la frescura del inocente ingenuo o la seguridad triunfante del optimista pendejo.

En mi tierra, casi hermano, allá por los años de mi infancia y adolescencia fui muy chingón; esto es: me la pasé chinga que chinga en ciclos interminables, travesuras y maldades de por medio.

A veces la gente decía que, si no tenía qué hacer, me fuera a jondear gatos de la cola. Todo porque me la pasaba ideando las formas más sutiles ingeniosas, ahora decimos sofisticadas, de estar chingando a la gente. ¡Joder! todo me salía de primera: a mayor número de chingaderas, realizadas, mayor mi satisfacción de chamaco jijo de la chingada, como me bautizaron en segunda instancia. ¡Otra vez joder! Todo me salía de primera.

Con otros dos amigos y yo, sumábamos tres engendros de cabrones. Mi abuela se refería a nosotros como la hebra, la aguja y el que la empuja, cada vez que calificaba nuestras gracejadas. Y es que lo que no se le ocurría al primero, aparecía en el segundo, o era ideado por el tercero. El caso era que no había casa y corral donde algún perro, pato o gallina, guajolote o mamífero menor, se librara de recibir la caricia basáltica o calcárea de una piedra, fuera ésta sorrajada a mano limpia o violentada con una resortera; ni cristiano o ateo que, en imperdonable descuido recibiera una armonizada mentiza de madre a tres voces. En tanto la apurada abuela aceleraba sus rezos, rosarios de cinco y siete misterios, o se hacía nudo con sus insignias para exhibir la santa cruz y nos quitara lo malo.

Digo ahora Toño, casi hermano que si en este trabajo tecomilero nos hubiéramos integrado tres cabrones de esa talla (la hebra, la aguja y el que la empuja), los resultados serían, a 32 meses de joda, no como dijo Saldaña, los de una buena administración sino cojonudamente peores. Si alguna vez estuvieron la hebra y la aguja, faltó quien la empujara; si estaban la aguja y quien empujara, faltó el de la hebra, y así, a la visconversa, o como quien dice al revés volteado.

Por eso Toño, no concretamos alguna buena, nueva y caliente acción, sino dos o tres tibias y viejas intentonas. Claro que, para eso de las viejas, ni duda cabe que no tuvimos rivales. Tanto tú como yo dimos la impresión de que no nos habían designado como administradores, sino como catadores de féminas, oficio por el que ni siquiera recibimos premio ni mención alguna. Con todo, no es pa acongojarse ni agüitarse, nuestra historia se puede concretar o resumir como la suma de presentes que se fueron sucediendo día tras día; conjugación de mis disparatadas ideas y tus acciones gitanoflamencas; mis ultramadreadoras locuras y tus encabronadas reacciones viscerales. ¡Joder! casi hermano, ni quien nos aguantara.

Toño, casi hermano, han sido estos anonadados o diarreicos resultados período que, a mí, particularmente, me tiene complacido. Lo habré de recordar como de los fructíferos y bellos de mi vida; y en el recuerdo, paso a paso, codo con codo, copa a copa, tu presencia y acción con todo y tu pinche carácter. ¡Joder hermano!, que lo único que nos faltó fue que nos hiciéramos amigos…

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