P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
La situación contemporánea de la familia es paradójica: por un lado -al menos en teoría-, se da gran valor a los vínculos familiares, hasta el punto de convertirlos en la clave de la felicidad. Los datos estadísticos muestran que la familia es sentida por la mayoría de las personas en todos los países como el lugar de seguridad, de refugio, de apoyo para sus vidas. Por otra parte, la familia se ha convertido en la encrucijada de todas las fragilidades: los vínculos se deshacen, las rupturas matrimoniales son cada vez más frecuentes y, con ellas, la ausencia de uno de los padres. Las familias se rompen, se dividen, se recomponen, sus formas se multiplican. Los individuos pueden «hacer familia» de las formas más diversas: cualquier forma de «convivencia» puede reivindicarse como familia, lo importante -se subraya- es el amor. Sin embargo, del dicho al hecho, hay mucho trecho, por lo que, haciendo uso de una historia de Bruno Ferrero, querría invitar a reflexionar esta paradoja.
«Un día, Satanás decidió aumentar el valor de sus malas acciones. Reunió a los jefes de departamento y al personal de la división de propaganda y publicidad infernal para idear nuevas campañas de tentación y trampas más atractivas para los hombres, así como nuevas formas de destruir el sentido de la vida en ellos. «Diles que Dios no existe», propuso un diablo. Satanás resopló: «Me gustaría algo menos obvio”. «Diles que ninguno de sus actos tiene consecuencias», aconsejó otro. Satanás negó con la cabeza: «Ellos mismos ya lo piensan”. Un tercero sugirió: «Diles que se han desviado tanto del camino correcto que nunca podrán volver atrás, porque la gente es incapaz de cambiar”. Satanás casi gritó: «No, eso ya lo he intentado muchas veces». El más viejo, astuto y mentiroso de los demonios, pidió la palabra y socarronamente manifestó: «Sólo hazles creer que todavía tienen mucho tiempo, un muy, muy largo tiempo para vivir su vida”. Satanás sonrió diabólicamente y exultante expresó: «Eso sí que es una buena idea»». Sí, me parece que una de las seducciones del mal es hacernos creer que todavía tenemos mucho tiempo y no darnos cuenta que el día que estamos viviendo pudiera ser la última vez que vemos a quienes más queremos.
Quizás nos ayude plantearnos lo siguiente: si supiera que es la última vez, te vería dormir, te arroparía más fuerte, daría gracias al Señor por tu preciosa vida y me quedaría a tu lado un rato para verte dormir. Si supiera que es la última vez, te acompañaría a la puerta al salir, te daría un beso y un abrazo y te llamaría para darte otro. Si supiera que es la última vez, escucharía tu voz, apagaría la televisión, dejaría el periódico o el celular y te prestaría toda mi atención. Recordaría el sonido de tu voz y la luz de tus ojos. Si supiera que es la última vez que te escucho cantar, cantaría contigo y te pediría que cantaras una vez más. Si supiera que es la última vez que voy a estar contigo, apreciaría cada momento. No me preocuparía tanto por la comida, por los platos, por barrer el patio e, incluso, olvidaría que tengo que pagar varias facturas. Si supiera que es la última vez, querría estar siempre contigo. Si supiera que es la última vez que estamos juntos, querría hacerte feliz.
Cocinaría tu cena favorita, jugaría tu juego favorito. Me tomaría un día libre sólo para estar contigo. No trabajaría tanto para recoger los juguetes de los nietos o hacer la cama de los hijos. Querría recordarte lo importante que eres para mí. Te diría lo mucho que quiero que vayas al Paraíso y que goces eternamente de Dios. Te diría que no tuvieras miedo ante las enfermedades y problemas, sino que fueras fuerte y confiaras más en ti y en nosotros. Te diría que te quiero, y riendo, compartiríamos nuestros recuerdos favoritos. Si supiera que es la última vez que estamos juntos, leería la Biblia contigo y rezaría una oración a Dios. Daría las gracias al Señor por habernos reunido, por coincidir y por cuidar de nosotros de una manera tan especial. Si supiera que es la última vez que estamos juntos, lloraría porque querría pasar más tiempo contigo. Si supiera que es la última vez… me gustaría decirte tantas cosas, pero ya no hay tiempo, porque tal vez este día sea el último que estaremos juntos».
El gran drama de nuestra vida es que no sabemos en absoluto cuándo será la última vez y, como creemos que tenemos todavía mucho tiempo, dejamos lo que es realmente importante para después. Me contento con creer que son los demás quienes se deben acercar a mí y pedirme perdón o hacerlo todo según mis puntos de vista y mi modo de proceder. ¡Ayúdame Señor, a mostrar mi amor a todas las personas que han dejado una huellan en mi vida! Incluso aquellas que, posiblemente, me han hecho sufrir pero que, con el tiempo, me he dado cuenta que me ayudaron a crecer y madurar. Pero, en realidad, ¡qué poco me doy cuenta que ésta puede ser la última vez que estemos juntos! ¡Cuánto tiempo he desperdiciado en no darme cuenta que la vida se me va y me he preocupado más por las cosas que, tal vez han sido importantes, pero las hubiera podido solucionar con mayor diálogo, con ayudarnos mutuamente! ¡Cuánto tiempo hubiéramos gozado y aprendido y crecido y madurado si hubiéramos estado más tiempo juntos! ¡Si hubiéramos disfrutado más de lo que realmente vale la pena! Pero, tarde me doy cuenta que el “hubiera” ya no existe y que, por perder el tiempo en cosas banales y pasajeras, he perdido la oportunidad para decirte que te quiero y te necesito… pero ya no tengo tiempo.
Domingo 20 de noviembre de 2022.