«Damos gracias a Dios por habernos dado a Benedicto XVI». Así escribe Francisco en el prefacio –que publicamos íntegro– a la recopilación de pensamientos espirituales del Pontífice emérito Dios es siempre nuevo (Libreria Editrice Vaticana, pp. 144, 13 €). Editado por Luca Caruso, el volumen sale a la venta el 14 de enero.
(ZENIT Noticias / Roma).- El 14 de enero estará en circulación un libro de 144 páginas de la Librería Editrice Vaticana que recoge pensamientos espirituales del difunto Papa emérito («Dio è sempre nuevo»). El prefacio para esa obra ha sido preparado por el Papa Francisco. Ofrecemos la traducción al castellano de ese prefacio:
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Me complace que el lector pueda tener en sus manos este texto de pensamientos espirituales del difunto Papa Benedicto XVI. El título expresa ya uno de los aspectos más característicos del magisterio y de la visión de la fe de mi predecesor: sí, Dios es siempre nuevo porque es fuente y razón de la belleza, de la gracia y de la verdad. Dios nunca es repetitivo, Dios nos sorprende, Dios trae novedad. La frescura espiritual que se desprende de estas páginas lo confirma con intensidad.
Benedicto XVI hizo teología de rodillas. Su argumentación de fe fue llevada a cabo con la devoción de un hombre que ha entregado todo de sí mismo a Dios y que, bajo la guía del Espíritu Santo, buscaba una penetración cada vez mayor en el misterio del Jesús que le había fascinado desde su juventud.
La colección de pensamientos espirituales que se presenta en estas páginas muestra la capacidad creativa de Benedicto XVI para investigar los diversos aspectos del cristianismo con una fecundidad de imágenes, lenguaje y perspectiva que se convierten en un estímulo constante para cultivar el precioso don de acoger a Dios en la propia vida. El modo en que Benedicto XVI fue capaz de hacer interactuar corazón y razón, pensamiento y afecto, racionalidad y emoción, es un modelo fecundo sobre cómo hablar a todos de la fuerza disruptiva del Evangelio.
El lector lo verá confirmado en estas páginas, que representan –también gracias a la competencia del encargado, a quien damos las gracias de corazón– una especie de «síntesis espiritual» de los escritos de Benedicto XVI: aquí brilla su capacidad de mostrar siempre de nuevo la profundidad de la fe cristiana. Basta con un pequeño florilegio. «Dios es un acontecimiento de amor», expresión que por sí sola hace plena justicia a una teología siempre armoniosa entre razón y afecto. «¿Qué podría salvarnos si no es el amor?», preguntó a los jóvenes en la vigilia de oración de Colonia en 2005, una meditación que se recuerda oportunamente aquí, planteando una pregunta que recuerda a Fiódor Dostoievski. Y cuando hablaba de la Iglesia, su pasión eclesial le hacía pronunciar palabras impregnadas de pertenencia y afecto: «No somos un centro de producción, no somos una empresa con ánimo de lucro, somos Iglesia».
La profundidad del pensamiento de Joseph Ratzinger, basado en la Sagrada Escritura y en los Padres de la Iglesia, nos sigue siendo útil hoy. Estas páginas abordan diversos temas espirituales y son un acicate para mantenernos abiertos al horizonte de eternidad que el cristianismo lleva en su ADN. El de Benedicto XVI es y seguirá siendo un pensamiento y un magisterio fecundos a lo largo del tiempo, porque supo centrarse en las referencias fundamentales de nuestra vida cristiana: ante todo, la persona y la palabra de Jesucristo, y luego las virtudes teologales, a saber, la caridad, la esperanza y la fe. Y por ello toda la Iglesia le estará agradecida. Para siempre.
En Benedicto XVI, la devoción incesante y un magisterio esclarecido se unieron en una alianza armoniosa. ¡Cuántas veces habló de la belleza con palabras conmovedoras! Benedicto siempre consideró la belleza como un medio privilegiado para abrir a los hombres a lo trascendente y poder así encontrarse con Dios, que para él era la tarea más elevada y la misión más urgente de la Iglesia. En particular, la música era para él un arte vecino con el que elevar el espíritu y la interioridad. Pero esto no desvió su atención, como verdadero hombre de fe, hacia las grandes y espinosas cuestiones de nuestro tiempo, observadas y analizadas con un juicio consciente y un valiente espíritu crítico. De la escucha de la Escritura, leída en la tradición siempre viva de la Iglesia, supo extraer desde joven esa sabiduría útil e indispensable para entablar un diálogo con la cultura de su tiempo, como confirman estas páginas.
Damos gracias a Dios por habernos dado al Papa Benedicto XVI: con su palabra y su testimonio nos ha enseñado que a través de la reflexión, el pensamiento, el estudio, la escucha, el diálogo y, sobre todo, la oración es posible servir a la Iglesia y hacer el bien a toda la humanidad; nos ha ofrecido instrumentos intelectuales vivos para que cada creyente pueda dar razón de su esperanza utilizando un modo de pensar y de comunicar comprensible para sus contemporáneos. Su intención fue constante: entrar en diálogo con todos para buscar juntos los caminos a través de los cuales podemos encontrar a Dios.
Esta búsqueda del diálogo con la cultura de su tiempo fue siempre un deseo ardiente de Joseph Ratzinger: él, como teólogo primero y como pastor después, nunca se limitó a una cultura meramente intelectualista, desvinculada de la historia de los hombres y del mundo. Con su ejemplo de intelectual rico en amor y entusiasmo (que etimológicamente significa estar en Dios) nos mostró la posibilidad de que buscar la verdad es posible, y que dejarse poseer por ella es lo más alto que puede alcanzar el espíritu humano. En un viaje así, todas las dimensiones del ser humano, razón y fe, inteligencia y espiritualidad, tienen su propio papel y especificidad.
La plenitud de nuestra existencia, nos ha recordado Benedicto XVI con la palabra y el ejemplo, sólo se encuentra en el encuentro personal con Jesucristo, el Viviente, el Logos encarnado, la revelación plena y definitiva de Dios, que en Él se manifiesta como Amor hasta el extremo.
Este es mi deseo para el lector: que encuentre en estas páginas recorridas por la voz apasionada y suave de un maestro de la fe y la esperanza la gracia de un encuentro nuevo y vivificante con Jesús.