El presidente derrocha el dinero público en obras inútiles, en comparación con las necesidades de la gente y en detrimento de obras de infraestructura que sí son necesarias.
Si el sexenio de José López Portillo dejó huella por el despilfarro de dinero público, el del presidente López Obrador lo supera con creces. También en frivolidad.
En Tabasco hay un puente en medio de un potrero, construido en el gobierno del presidente López Portillo, porque había la intención de desviar un río y que por ahí pasara una carretera.
Ahora, el presidente López Obrador se puso a construir un tren con mil 500 kilómetros de vías, en medio de la selva, donde se destruyen cenotes, se talan millones de árboles, y el costo de la obra se irá de 120 mil millones de pesos que estimó el gobierno a 400 mil millones de pesos, por lo menos.
¿Quién va a usar ese tren? Casi nadie. Ninguna empresa privada quiso tomar la operación. Es el capricho del Presidente que quiere un tren afuera de su finca en Palenque.
Esto sucede sin la bonanza petrolera de López Portillo.
Al contrario. El presidente López Obrador le ha inyectado dinero público a Pemex, a diciembre de 2022, por 809 mil 800 millones de pesos (casi cuatro veces más de lo gastado por la Secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes en el sexenio). Podría no gastar un peso y recibir dinero, de no haber cumplido su obsesión de matar la reforma energética del presidente anterior.
Mientras se tiran esas carretadas de recursos públicos, no hay dinero para comprar medicinas.
El Metro de la Ciudad de México, que sí se usa, tiene 107 trenes fuera de servicio, de un total de 390.
A López Portillo se le subrayaba su frivolidad.
Y López Obrador, con buena parte del país encendido por la violencia criminal de los narcos y la gente contra pared por el cobro de extorsiones, dedica sus conferencias mañaneras a difundir calumnias y a mentir con aplomo.
Luego se va a jugar beisbol, y después de comer se toma una prolongada siesta. De vez en cuando se reúne con alguna delegación empresarial o deportiva, y a la cama nuevamente.
No hay parangón con JLP.
López Portillo, un mal presidente de México, tuvo el acierto de impulsar la reforma política, ideada y conducida por el secretario de Gobernación Jesús Reyes Heroles, que abrió las puertas de la legalidad, del Congreso y de Los Pinos, a la oposición de izquierda, incluido el Partido Comunista Mexicano.
López Obrador no sólo ha blindado, literalmente, Palacio Nacional, donde vive y despacha. Jamás, en un siglo, habíamos visto ese recinto amurallado.
A la oposición no la recibe.
El domingo, el presidente del Congreso, el panista Santiago Creel, le pidió diálogo constructivo para tratar temas importantes de la agenda nacional.
Rayana en la vulgaridad fue la respuesta del Presidente: “Cuando dicen queremos diálogo, nosotros decimos: no. No es que no respetemos que en la democracia debe de haber pluralidad, es que el diálogo que ellos quieren busca prebendas, es regresar a los moches”.
No hay diálogo, el país es azotado por bandas criminales, no hay medicinas suficientes para 2 millones de pacientes con cáncer en el sector salud del gobierno, el Metro capitalino ha bajado de 5.5 millones de pasajeros al día (viajes-persona-día) a 3.8 millones por falta de trenes, y la economía está prendida con los alfileres del sector exportador.
El Presidente derrocha el dinero público en obras inútiles, en comparación con las necesidades de la gente y en detrimento de obras de infraestructura que sí son necesarias.
Dejemos por un momento el aeropuerto que opera con subsidios en Santa Lucía, luego de destruir el de primer mundo –y autosostenible– que se construía en Texcoco.
El Tren Maya tenía autorizado, para el año pasado (2022), los 63 mil 603 millones de pesos que solicitó el Ejecutivo. Y gastó tres veces más: 181 mil 544 millones de pesos, de acuerdo con el informe trimestral de la Secretaría de Hacienda, citado por Animal Político.
Prometió López Obrador que no se derribaría un solo árbol en su construcción: llevan más de 8 millones de árboles talados, sólo en el tramo 5 del trenecito del Presidente.
Todo ese dinero que se invierte en destruir la selva para meter rieles se maneja en la total obscuridad, porque el gobierno decidió que era objeto de seguridad nacional. No se rinden cuentas a nadie. Los “campeones de la transparencia” apagaron la luz.
Se trata de un tren que ni obligando a usarlo a cada viajero que vaya a Cancún, va a ganar dinero. Nadie lo quiso operar.
Y el Metro capitalino rueda con piezas que se le quitan a otros trenes del sistema de transporte, para que pueda seguir funcionando.
La gente no importa. El capricho sí. De frivolidad hablamos.
Y por si algo faltara, el gobierno compra parques de beisbol donde juegan equipos profesionales.
No gasta en lugares de esparcimiento para la juventud o los que quieren hacer ejercicio: mil 600 millones de pesos en estadios de beisbol en lo que va del sexenio.
Derroche y frivolidad, pues. También soberbia. (El Financiero)