Asumir un liderazgo positivo que nos identifique como mujeres consagradas en salida hacia las nuevas circunstancias que nos toque vivir.
Por: Sor Carmen Ferrer
(ZENIT Noticias / Roma).- En la historia de nuestras sociedades, el rol de la mujer se ha ido transformando. En el momento actual, tanto el desarrollo social como el tecnológico, han permitido a las mujeres ejercer diferentes roles considerados todos de importancia, aportando todo aquello con lo que salieron del corazón de Dios, empoderadas con la belleza y riqueza de su feminidad.
Las mujeres consagradas igualmente han desempeñado múltiples roles en la sociedad, en el ejercicio de una variedad de misiones, constituyéndose en referente social en el lugar donde estén. ¿Y cómo podemos ayudar a otras mujeres a desarrollar todos sus talentos en bien de la sociedad? La mejor forma en que la mujer consagrada puede aportar al empoderamiento de otras mujeres es si ella, la mujer consagrada, logra ser ella misma una mujer empoderada. Si cumplimos con nuestra responsabilidad y logramos cambiar la imagen tradicional de mujer, sumisa y limitada a los espacios sagrados y a las atribuciones correspondientes a este, y transformarnos en una mujer servidora y comprometida con la implantación de los valores del Reino; liberada y liberadora, de convicciones claras, evangélicas y justas que le ayuden a tomar posturas valientes para aportar, clarificar, denunciar y/o defender a las personas más débiles del sistema.
El empoderamiento de las mujeres está asociado en la actualidad a una postura sinodal y cooperativa con los agentes de pastoral, con la jerarquía y con los hombres con los que compartimos misión. Se trata de generar la valoración social que la mujer merece por las funciones que está asumiendo, no de generar confrontación. Es visibilizar de modo real quienes somos y donde estamos las mujeres, sin falsos elogios, sin posturas condescendientes. Se trata de romper los paradigmas tradicionales de obediencia a las autoridades eclesiales y, en ocasiones, a las de la misma Congregación. Ser asertivas en todo momento y contagiar a las mujeres para que conozcan sobre sus derechos, cómo ejercerlos y defenderlos, tanto en la Iglesia como en otros espacios de la convivencia humana. Además, mostrarse segura de sí mismas en las posturas vitales y expresarlas con respeto y positivismo. Asumir un liderazgo positivo que nos identifique como mujeres consagradas en salida hacia las nuevas circunstancias que nos toque vivir.
El liderazgo lo vivimos en nuestra Congregación y en la Iglesia valorando la gran misión que podemos desarrollar como mujeres consagradas y comprometiéndonos, dando lo mejor de cada una, aun en medio de nuestras debilidades. Con las hermanas de congregación, apoyando su valor personal y sus iniciativas, compartiendo los discernimientos y reforzando su papel en la Iglesia, defendiéndolas en algunos posibles gestos que las puedan considerar con inferioridad. En la Iglesia y en la sociedad aportando, participando, opinando, asumiendo responsabilidades y sobre todo acompañando y defendiendo a los más frágiles y débiles, entre los que se encuentran muchas mujeres que están caminando con nosotras, destacando su valor y su gran entrega. Con los sacerdotes tratamos de construir una Iglesia fraterno-sororal donde, en relación horizontal e igualitaria nos ayudemos en la gran misión de evangelizar.
Otra forma de vivir el liderazgo femenino es unirnos a otras mujeres para reflexionar sobre la importancia de nuestra participación en todos los espacios, sobre todo en los espacios de toma de decisión, tanto en el sector público como privado. Acompañarlas en la toma de conciencia de que, si las mujeres somos la mitad de la población mundial, tenemos voz y responsabilidad en todo lo que ocurre en la sociedad.
Asumiendo la misión encomendada con entusiasmo, con firmeza, con actitud de apertura ante la novedad, expresando ideas nuevas que puedan hacernos avanzar como mujeres de fe, sin temor a equivocarme o a no ser escuchada cuando exponemos nuestro punto de vista, en fraternidad con hermanas y hermanos, buscando los puntos comunes que nos permitan avanzar juntos hacia una Iglesia sinodal y a una Congregación que flexibilice sus estructuras para permitir al Espíritu de Dios hablarnos al corazón. Y, muy importante: en actitud de acogida y escucha a lo nuevo, dando lo mejor de cada una, en medio de nuestras debilidades.
Procurando recordar unas frases de tres Pontífices de nuestro tiempo:
Pio XII: «(La mujer) debe concurrir con el hombre en el bien de la cívitas teniendo igual dignidad que él… A entrambos incumbe el derecho y el deber de colaborar al bien global de la sociedad, de la patria…” (24 de abril de 1957).
San Juan XXIII: “La mujer ha adquirido una conciencia cada día más clara de su propia dignidad humana. Por ello no tolera que se la trate como una cosa inanimada o un mero instrumento; exige, por el contrario, que, tanto en el ámbito de la vida doméstica como en el de la vida pública, se le reconozcan los derechos y obligaciones propios de la persona humana” (encíclica Pacem in terris (1963), n. 41).
San Juan Pablo II: “No solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas” (VC 110).
La autora es Superiora General de la Congregación de las Hermanas de la Caridad Cardenal Sancha