Con el respaldo de dos terceras partes de la población quedó sellado el cambio de régimen. Es el fin de la precaria independencia del Poder Judicial y del Estado de derecho.
La aplastante victoria de Morena en las elecciones del domingo sella el cambio de régimen democrático hacia uno que concentra el poder en una sola persona.
Se darán, con el respaldo de dos terceras partes de la población, los pasos que faltan para la consolidación de un régimen autoritario.
Por eso votó ayer la inmensa mayoría de los mexicanos, aunque su intención haya estado puesta en la defensa de programas sociales, o en el rencor hacia quienes tienen un patrimonio, o en el rechazo a los partidos tradicionales.
Ayer mismo el Presidente urgió a Claudia Sheinbaum a reformar el Poder Judicial, porque no está al servicio del pueblo sino de los delincuentes de cuello blanco.
Tan pronto como en septiembre comienza la segunda etapa de la demolición de las instituciones que han funcionado como contrapesos del poder del Presidente.
Morena tendrá mayoría calificada en la Cámara de Diputados y seguramente también en el Senado, donde sólo necesita atraer a un par de legisladores de los partidos pequeños para que voten las iniciativas que ya están en el Congreso.
Se van a elegir por votación universal a los jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial, lo que en buen romance quiere decir que los pondrá Morena y, en las regiones donde tengan sus intereses, lo hará el crimen organizado en acuerdo o no con el partido gobernante.
Es el fin de la precaria independencia del Poder Judicial.
Servirán al partido que los puso en el cargo y los podrá remover si así lo desea. Su mayoría es, en efecto, aplastante.
La lealtad será al partido, no a la Constitución ni a las leyes.
Igual que ocurrió en el Legislativo. El ahora presidente de Morena votó y llamó a votar en favor de la reforma educativa, y luego encabezó el bloque de diputados que la derogó porque esa era la voluntad del Presidente.
La transferencia de todo el poder a una sola persona se llama dictadura.
Es el fin del Estado de derecho.
A fin de año se elige al relevo del ministro Aguilar Mora en la Corte, y esa vacante la ocupará quien diga la presidenta Sheinbaum.
No tiene ningún incentivo para nombrar a alguien que le pueda decir no, o sea bien vista por otros partidos. Su mayoría es aplastante. Hará lo que le venga en gana.
Por eso votó 60 por ciento de los que acudieron a las urnas el domingo.
El órgano electoral dejará de ser autónomo. Sus integrantes serán electos por la población en general, es decir por quienes postule o tengan el respaldo del partido mayoritario, Morena.
Sus integrantes podrán ser removidos “por el pueblo”, lo que deja su permanencia en el cargo en manos de la voluntad de Morena.
Del resto de organismos autónomos, que el presidente López Obrador se pronunció por desaparecer a rajatabla, Claudia Sheinbaum ha manifestado que sostendrá la autonomía del Banco de México.
Por ahora eso es creíble, salvo que algún día decida cambiar de opinión. La mayoría para quitarle lo autónomo al Banco de México, la tiene.
El otro contrapeso del poder, que son la prensa y los medios de comunicación en general, renunció a jugar su papel y los que han guardado el decoro están exhaustos de acosos, auditorías, insultos y asfixia económica.
A la radio y la televisión el Presidente les enseña el filo del hacha: recuerden que son concesiones.
El gobierno concentra su inversión publicitaria en medios incondicionales, y el sector privado no se va a enemistar con el poder máximo financiando o poniendo sus anuncios en medios considerados enemigos de la transformación.
De los partidos de oposición vale la pena ocuparse en los siguientes días, pero no hay ninguno que pueda ser contrapeso de nada a Morena.
Los electores dieron un cheque en blanco para el cambio de régimen.
Eso quieren, eso tendremos.
(El Financiero)