La caída

Cuento corto

Álvaro Lozano Gutiérrez
Colectivo Alebrijes, Bogotá Colombia

Vemos la televisión… hace tiempo que mi padre y yo nos desvelamos frente a la pantalla. Cuando era más pequeña podía pasar horas viendo las caricaturas o sólo cambiando los canales. Él por su parte nunca tenía tiempo, y cuando salíamos me hablaba mecánicamente como a la gente de su oficina.

En realidad, no supe cuando las cosas comenzaron a cambiar. Un día volvió del trabajo y se sentó conmigo en el sofá dejándose hipnotizar por las noticias. Eran horas de transmisiones en vivo, con expertos hablando arrogantes de lo que estaba pasando.

-El Calentamiento global es otra etapa de la historia humana, como la extinción de los Neandertales o la peste en la Edad Media… nada de qué alarmarse en todo caso…

Pero yo veía la preocupación en sus ojos, podía ver esa angustia que antecede a la tragedia.  Papá siempre fue un hombre pragmático, de esos que encuentran oportunidades donde los demás solo ven problemas. Por eso advertir como se derrumbaba poco a poco significaba de alguna manera que mi mundo también se venía abajo literalmente.

-Esta gente sabía Alejandra… sabía y se quedó callada, o peor, nos dijo las cosas a medias y nos conformamos con las mentiras.

Con el tiempo lo entendí. Las desapariciones, o extinciones como las llamaban en el colegio, comenzaron a mostrar un síntoma de enfermedad terminal. Primero fueron los elefantes en el Congo, después las ranitas del Amazonas, los canguros en Australia, las llamas en los Andes del Perú. Las imágenes eran tan desgarradoras que en muchos medios las prohibieron, pero ante el tráfico en Redes Sociales, decidieron ponerlas de nuevo y alimentar nuestra sed de espectáculo: ahora estaban las veinticuatro horas, día y noche recordándonos que esta es una catástrofe global.

Hoy cada canal, incluyendo los infantiles, transmite en vivo y en directo la muerte de Goliat, el último león sobre la tierra.

Durante más de un año hemos visto desaparecer a su manada. El calor y las sequias, de lo que antes fueron fértiles llanuras, diezmaron a los orgullosos soberanos. Algunos entusiastas recorrieron kilómetros enteros llevando agua y alimentos, pero con las guerras y la hambruna todo se fue al traste. Ahora también nosotros estábamos muriendo de a pocos. Las naciones creaban planes que al fin de algunos meses tenían que cambiar, e incluso, con gran cinismo se especulaba que era mejor que muchos desaparecieran para reiniciar el planeta, como una computadora averiada a la que hay que cambiarle los programas.

Y henos aquí, contemplando al último rey de la selva, cansado… vencido.

Hace tiempo está solo. Yace en el polvo respirando con dificultad. Entre tanto un equipo de grabación lo observa desde la seguridad de sus vehículos. Mandan sus imágenes alrededor de un planeta agonizante.

-Cuando las abejas se extingan a los humanos sólo nos quedarían cuatro años de vida, ¿sabes que esto lo dijo Albert Einstein?

Papá sigue buscándole un sentido a todo esto, un punto de no retorno desde el cual la tragedia pudo evitarse. Los gases de efecto invernadero, la capa de ozono con un hueco del tamaño de Rusia, el fin de la selva amazónica… en fin, si uno mira cada cosa podía ser un síntoma aislado, pero como con cualquier enfermo, cuando todo se unió fue imposible detener el desastre.

Ahora sólo nos queda un león estático. Contempla las vastas llanuras con unos ojos que igual pueden ser de melancolía como de rabia infinita. Hace apenas diez años todavía vendían planes turísticos para cazarlos, hace cinco para visitar las últimas manadas… hace dos, las guerras del hambre devastaron cinco países del centro del África, lo que hizo imposible observarlos.

Y al fin sólo ha caído… yo esperaba que rugiera en un último gesto de rebeldía. Pero nada, solo se derrumbó hacia un costado y dejó de respirar.

Las Redes Sociales estallan, todos lamentan la muerte del último rey en las sabanas donde un día dimos nuestro primer paso como humanidad. Los discursos se multiplican y los minutos de silencio recuerdan que esto lo causamos nosotros.

Mi padre llora… sabe ha llegado nuestro turno.

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